1- Perdición.

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  Clarke sintió como se le paró el corazón al leer la carta que recibió del banco. Un mes, solo le quedaba un mes para recoger las pertenencias que quedaban y abandonar la casa que había vivido toda su vida. Y pensar que había sido una de las mujeres más acaudaladas del país. Pero entre noches de fiesta, lujo desmedido y otras excentricidades había perdido toda su herencia. Y ahora estaba totalmente sola, sin apenas dinero y a un paso de quedar durmiendo en la calle.
  Se enjugó las lágrimas y se sentó en el sofá, sujetando aún, con mano temblorosa la notificación del banco. Solo tenía una opción, dejar a un lado su orgullo y suplicar por primera vez en su vida. Suplicar a la mujer que había firmado la carta y su destino. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?

  Buscó dentro de su armario un traje elegante, se puso unos zarcillos de oro y comprobó su aspecto en el espejo. Lucía la imagen atractiva que quería aparentar, aunque claro, ella lo era; calzó unos tacones y optó por una blusa semitransparente, con el que dejaba ver el sujetador de encaje que llevaba puesto. Si, Clarke era una mujer hermosa y sabía como sacar partido de ello.

  Cuando llegó a el banco "Monte Weather" sintió que el estomago se le contraía en un puño, pero tomó una buena bocanada de aire, alzó la barbilla y se dirigió con paso firme a una de las empleadas.

— Buenos días, ¿está la señora... — miró el nombre del que había firmado la carta y luego observó a la chica — La señora Woods?.

— ¿La directora del banco?... Si, señorita, pero sin cita previa no creo que la pueda atender hoy.

— No importa, esperaré lo que haga falta. Solo dígame dónde se encuentra su despacho.

—En la segunda planta, tercer pasillo a la…

  Antes de que pudiera terminar la frase, Clarke ya se había dado la vuelta y se dirigía con pasos decididos hacia allí. La secretaria de la señora Woods frunció el ceño en cuanto la vio salir del ascensor. ¿Qué hacía allí una de las amantes de su jefa? Porque sin dudas esa mujer tenía que ser una de ellas. No había más que fijarse en su cuerpo de maniquí francesa para darse cuenta que era el tipo de Heda. Mujeres con cabellos dorados, buenos pechos y ojos profundamente atractivos.

  Y sin duda sus sospechas se confirmaron cuando la bella joven se encaminó decidida a su mesa y clavó sus ojos azules en ella. Parecía bastante enfadada. Seguramente había descubierto que no era la única mujer en la vida de su jefa, que todas las promesas que le había echo, eran palabras vacías con el único y perverso fin de llevarla a la cama. La señora Woods era una mujer hermosa y muy educada, pero tremendamente activa en el sexo. La había visto en su papel seductor y sabía que era una niña con juguete nuevo. Al fin y al cabo, no era la primera vez que le hacía encargar todas las rosas de una floristería, montañas de cajas de bombones, e incluso joyas valiosísimas para alguna señorita.

— ¿Está la señora Woods en su despacho? — le preguntó la ojiazul — Sé que no es correcto presentarme sin una cita previa, pero me llegó una notificación del banco y me urge hablar con ella. — se justificó nerviosa.

— Así que es usted una clienta — comentó sorprendida la secretaria.

— Sí, ¿quién pensaba que era? —se quejó en un tono defensivo.

  La secretaria la observó detenidamente mientras seguía asimilando su terrible error. La había visto tan seria y esa manera de caminar decidida, que la había tomado por una amante furiosa. Pero no, no era enfado lo que reflejaba su hermoso rostro, sino desesperación. Realmente la chica parecía tener un buen problema, aunque no estaba segura de poder ayudarla. Puede que su jefa fuera amante a las mujeres, pero Lexa era muy ocupada y no le gustaban las interrupciones. Y ella tenía órdenes expresas de no dejar pasar a nadie sin cita previa...

El cielo gritó tú nombre. (Clexa).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora