2- Puta Cenicienta.

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El maître las guió hasta la mesa que tenía reservada y Clarke volvió a notar una sacudida en el estómago. Era la que estaba más apartada y oculta del restaurante. Y de pronto tuvo el presentimiento de que estaba a punto de caer en una trampa.

La ojiverde le retiró la silla para que se sentase y luego tomó asiento en el extremo opuesto.

 —Bueno señora Woods, creo que ya me puede decir usted en lo que ha pensado para ayudarme. Porque puedo contar con su ayuda ¿verdad? —le preguntó para asegurarse.

Lexa saboreó con calma el vino que había elegido, se pasó la servilleta de tela por la comisura de los labios y la miró fijamente.

—Oh, por supuesto que la ayudaré. Pero como ya le adelanté en mi despacho puede que mi idea no la termine de convencer.

Clarke se puso en guardia.

—¿A qué se refiere? —preguntó cargada de recelo. 

La castaña sonrió de forma maliciosa. 

—Verá, he hecho un par de llamadas a mis superiores y he conseguido que le aplacen el desahucio. Y además he conseguido que pueda pagar lo que debe en cómodas mensualidades.

—Oh, ¡pero eso es maravilloso! —celebró ella con una sonrisa exultante.

—¿Sí, lo es? —coincidió con sarcasmo—. Pero sigue existiendo algo que me preocupa. 

—¿El qué?

—¿Cómo piensa hacer frente a esas mensualidades? No tiene usted ningún trabajo con el que pueda hacer frente al compromiso y mantenerse.

—Lo cierto es que yo nunca he trabajado —confesó con cierto pudor. Después levantó la mirada de la mesa, vio que a Lexa no le sorprendía su comentario, y su vergüenza se convirtió en rabia—. Señora Woods, sé lo que está pensando pero si tengo que buscar un empleo para pagarle lo haré sin problemas  —añadió con altivez.

—Me alegra verla tan decidida, aunque por otro lado creo que peca usted de optimista.

—No le comprendo.

—Permítame que sea sincera pero he conseguido su vida laboral y he comprobado que… está totalmente vacía.  

Clarke la miró indignada.  

—¿Cómo la ha conseguido? ¿No se supone que es información confidencial? 

Lexa esbozó una sonrisa sardónica. 

—Señorita Griffin, le sorprendería hasta donde llega mi poder —le aseguró en un susurro profundo.

Y Clarke se sintió como un ratoncito bajo las garras de un gato. 

—Además —prosiguió—, de alguna manera tenía que asegurarme que es usted de fiar.

—Tiene gracia que me lo diga la Directora de un banco —le soltó sin pensar. 

Pero Lexa, lejos de enfadarse, dibujó por primera vez una sonrisa sincera. Había echado de menos esa lengua viperina.  

—El caso, señorita Griffin, es que también he podido comprobar que no terminó sus estudios en la universidad. Lo cual es alarmante, pues solo puede usted optar a los puestos más básicos; camarera, cuidadora de niños, empleada del hogar… 

La ojiazul estiró el cuello y la miró con altivez. 

—Bien, pues si tengo que poner cafés o cambiar pañales lo haré con tal de no perder mi casa —objetó muy digna.  

Heda se rió por lo bajo solo de imaginarla como canguro. Era la persona con menos capacidades para ese trabajo.  

—Muy conmovedor —se burló Woods—. El problema que no acaba usted de comprender, señorita Griffin, es que con un trabajo tan precario, no podría pagar la deuda. Es más, no tendría ni para la décima parte —puntualizó con malicia.  

El cielo gritó tú nombre. (Clexa).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora