(Bueno, como ven en la descripción, Guerreros era un oneshot, pero me pidieron una continuación, así que escribí esta "segunda parte" para acabar la idea. Espero que les guste. Voten y dejenme sus opiniones en comentarios ^^)
Toc toc. La madera de la vieja puerta crujió cuando tocaron.
Toc toc. La puerta estaba mal cerrada y se abrió una rendija cuando volvieron a tocar.
Jace alzó la vista y se encontró con la cabeza de Alec asomando por el hueco entre la puerta y el marco.
-¿Qué? –preguntó. Su tono salió algo brusco. Estaba en medio de una batalla y si se demoraba le daba tiempo a las tropas enemigas de encontrar un hueco en su seguridad y derrotar a su ejército.
-Mi mamá me envió a decirte que la cena estará lista pronto.
Jace volvió a bajar la mirada. No tenía tiempo para gastar en trivialidades, y además le molestaba que Alec siempre se aseguraba de decir “mi mamá”. El nunca decía sólo “mamá”. No. Tenía siempre que agregar que ella era suya, no de Jace. Bah, como si Jace necesitara una madre. Sólo estaba allí porque no tenía otro lugar al que ir. Frunció el ceño mientras se recordaba aquello e intentaba concentrarse en su estrategia de ataque, pero al cabo de unos segundos se dio cuenta de que el otro niño no se había marchado. Volvió a mirarlo. -¿Tienes algo más que decir?
Alec tenía los ojos fijos en la figura de madera que Jace sostenía frente a sí y una expresión de confusión cruzaba su rostro. -¿A qué juegas?
-No juego –replicó el rubio con solemnidad. –Armo estrategias para ganar la batalla.
-¿Qué batalla? –Alec lo miró como si pensara que estaba siendo completamente ridículo. –Sólo tienes un soldado.
Jace dirigió la mirada a su soldadito de madera. Él mismo lo había tallado cuando vivía con su padre en la casa solariega en Idris y era el único juguete que había traído al venirse a vivir a Nueva York. “Solía estar acompañado de todo un ejército,” pensó, “pero ahora está solo, igual que yo.” Sujetó el soldadito con fuerza entre sus manos y espantó aquellos malos pensamientos. –Que no puedas ver al enemigo no significa que no esté allí –señaló el piso unos pasos más allá, donde su ejército enemigo imaginario se ocultaba y tomaba posesión de las tierras en aquel juego que su mente infantil había creado. Alec miró también y luego se encogió de hombros.
-Sólo asegúrate de ganarles rápido y estar a tiempo para la cena. Mi papá se enojará si tiene que venir a buscarte.
Ahí estaba de nuevo ese odioso hábito. “Mi papá”. “Mi mamá”. “Mi casa”. “Mi vida”. A Jace le entraron ganas de gritarle que no iba a robarle a sus estúpidos padres, que si le dieran a elegir, elegiría de nuevo al suyo, en su casa en Idris, con sus estudios y sus lecciones; pero en lugar de eso recordó la conversación que había tenido más temprano con el señor Lightwood.
-¿Alec? –exclamó antes de que el otro chico cerrara la puerta. El aludido volvió a asomar la cabeza por la abertura. -¿Quieres… jugar conmigo? –preguntó el rubio casi con timidez. Alec miró detrás de sí mismo, como asegurándose de que era a él a quien Jace hablaba. Luego asintió levemente y entró al cuarto de Jace.
Todo estaba increíblemente limpio y ordenado. No parecía que alguien estuviese viviendo allí en absoluto. Las cortinas en las ventanas y el acolchado de la cama mantenían el blanco pulcro que lucían antes de que Jace llegara al Instituto; y no había nada fuera de lugar, tampoco ninguna decoración que revelara algo sobre el dueño de la habitación. A Alec le pareció raro, pero le daba vergüenza mencionarlo o hacer preguntas. Se sentó en el piso al lado de Jace y lo miró, expectante, a la espera de instrucciones.
-El ejército enemigo es ese de allá, -comentó mientras señalaba el mismo lugar de antes. –el de los uniformes naranjas. El más alto es su capitán y ellos están avanzando con rapidez. Si no los detenemos, cuando lleguen aquí –trazó una línea con el dedo en el suelo, a unos veinte centímetros de su soldadito de madera –ya no podremos atacar.
Alec se esforzó por crear en su mente todo aquello que Jace parecía ver con tanta facilidad, y no le fue realmente difícil. -¿Qué pasa si no podemos atacar? –preguntó, observando con aprensión el Ejército Naranja. –Entonces adoptamos posiciones defensivas. Pero atacar primero es mejor. Siempre.
Alec asintió con la cabeza. -¿Cuál es el plan, entonces?
-Necesitamos rodearlos –respondió Jace. Frunció el ceño nuevamente, como si estuviese resolviendo un problema de matemáticas particularmente difícil, y cuando habló lo hizo con tal seriedad que le bastó a Alec para convencerse de que si no detenían al temible Ejército Naranja lamentarían las consecuencias. –Rodearlos. Neutralizar sus defensas. –señaló dos puntos a los lados, donde, acorde a su imaginación, se alzaban los dos mejores espadachines del enemigo –y desarmar al capitán. Una vez que no tengan una voz que los comande, empezarán a sentirse perdidos y será más fácil acabar con ellos. Yo me ocuparé de él. –respiró hondo, preparándose para enzarzarse en aquella lucha imaginaria. Alec, tomándolo por sorpresa, sacó del bolsillo de su sudadera una figura plástica de un soldado vestido de negro. Cuando prestó más atención, vio que el muñeco tenía una red de intrincadas marcas negras recorriendo sus brazos y rodeándole el cuello. No era un soldado; era un cazador de sombras. Alec lo puso al lado de su figurita de madera y le dedicó una sonrisa ladeada. –A veces tienes que recordar quela regla aplica también a la inversa: que no veas a tus aliados, no significa que no estén a tu lado.
Pasaron la siguiente media hora jugando juntos, planeando estrategias de batalla y luchando con enemigos imaginarios. Jace era bueno para armar planes, pero siempre se le olvidaba cubrirse las espaldas. Alec había demostrado ser muy bueno haciendo ese trabajo por él. Hacían un muy buen equipo.
Después de cenar, Alec le dijo a Jace que podían ir a jugar a su cuarto. Tenía allí un balde lleno de pequeñas figuras de cazadores de sombras y de diferentes demonios que brillaban en la oscuridad. Hodge se lo había regalado algún tiempo atrás, y él nunca le había encontrado uso hasta ahora.
Jugaron hasta que Maryse apareció para acostar a Alec. Después de ordenar los juguetes, Jace se retiró a su cuarto y se arropó solo, sujetando con fuerza su soldadito de madera.
Esa noche, Jace entendió que lo que Robert había dicho era cierto: trabajar en equipo era mejor y más efectivo que hacerlo solo. Le gustaba la idea de tener a alguien que le cubría las espaldas, aun cuando sólo se trataba de un juego.
A partir de entonces, jugaba con Alec todas las tardes, hablaba con él sobre las clases de Hodge, estudiaban juntos y se ayudaban en los entrenamientos. Se convirtieron en aliados, y pronto acabaron siendo amigos.
Fue entonces cuando Jace comenzó a construir una nueva vida. Una vida donde ya no estaba por su cuenta. Una vida con los Lightwood como cimiento.
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Guerreros.
FanfictionEste es un pequeño one-shot que vino a mi mente anoche cuando no podía dormir. Un vistazo a un momento de la infancia de Jace, el momento en que se dió cuenta que podía formar parte de los Lightwood, que no tenía que permanecer sólo para siempre. Es...