Capítulo 6

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- Nene… - le oí susurrar cerca de mi oído, acariciando mis rastas. – Nene, despierta, es tarde. - Mmmm… no… un tiempo más, Tom. No quiero moverme… - respondí abrazándome a algo, lo cual supuse, se trataba de la almohada. - Jajajaja… vamos, no seas flojo, o al menos quítate de encima que muero de hambre, ¿sabes? – entonces caí que lo que estaba rodeando con mis brazos, no era precisamente la almohada, sino su torso desnudo. Bien. Ahora mucho menos me iría a mover. - ¿Cómo pasaste tu cumpleaños ayer, Thomas? – pregunté cambiando de tema. Me sentía tan a gusto en esa posición, que no deseaba moverme ni un poquito. - De puta madre. – contestó alzando la voz. – Me he follado un tío de rastas bicolores que no tienes una idea de cómo sabe moverse en la cama. Un fuego comenzó a propagarse por todo mi cuerpo al oír esas palabras, por lo que imaginé, me había sonrojado cuan un tomate. - ¡No digas eso! – salté de un segundo a otro levantando mi cabeza de su pecho para mirarle y me llevó hasta sus labios tomándome de la nuca. – Hmmm… - ¿Por qué no habría de decirlo? Hummm… es la condenada verdad. Sé que ya he dicho esto, pero no puedo evitar repetirlo: Me siento en el paraíso. - Di que me amas… - pedí cuando descendió por mi cuello, desviándose a mi hombro izquierdo. - Te amo… - susurró volviendo a mi boca. Sonreí como completo imbécil y contra mi voluntad, mi mente comenzó a recordar uno de los peores episodios de mi vida de hace unos… tres meses atrás. - No… no lo hagas así, por favor… Ámame… – pedí en el intento de que a mi hermano se le ablandara el corazón, se sintiera conmovido tal vez, ante aquel tono de total súplica que acababa de emplear. Por unos segundos, tuve la diminuta esperanza de ver en sus ojos al menos un poco de piedad; es más, su silencio ante mis palabras, había creado parte de ella en mi alma… Esperé mirándole fijamente las pupilas, intentando hallar ese mísero sentimiento que yo tanto deseaba leer en su corazón… en vano. Acercó su boca a mi oído, y susurró aquello que jamás hubiera deseado escuchar… - ¿Amarte? No seas iluso, Nene. Yo jamás podría amarte, eso es de enfermos, de idiotas sin cerebro. – mi pecho se contrajo y las lágrimas en mis ojos se hicieron presentes. – No eres más que un delicioso juguete para mí. Solo me sirves para follar, es todo. Así que… no te hagas ilusiones. Deja de vivir en ese mundo donde yo alguna vez podría llegar a amarte; ya no sueñes. Al terminar con aquellas palabras que perforaron mis oídos y destrozaron mi corazón, sentí cómo el agua salada descendía con desesperación por mis ojos, deslizándose por ambas sienes, mojando parte del cabello que encontraba en su recorrido y marcaba mis orejas, para luego llegar finalmente al colchón. ¿Por qué? ¿Por qué me decía eso? Yo siempre supe que no me ama, soy conciente de ello; que tan solo soy un maldito juego para él, pero… ¿por qué no dejaba que viviera con la ilusión? ¿Por qué no me deja vivir en la fantasía? ¿Por qué debía ser tan cruel conmigo? Me dañaba a diario físicamente, ¿ahora también destruía mis sentimientos? A él no le bastaba con verme sangrar, derrotado; también debía humillarme. No le era suficiente verme llorar completamente lastimado, sino que además quería que lo esté por dentro. No me quiere, solo desea mi cuerpo para hacer eso que lo satisface inmensamente mientras a mi… a mi solo me mata poco a poco. Con una de sus grandes manos, aprisionó mis muñecas contra la cama, dejándome completamente sumiso ante sus ojos. Forcejeé un poco, intenté golpearle con mi rodilla en su parte baja, pero fue totalmente inútil. Así que no fui capaz de otra cosa, más que dejarme hacer. Lamió suciamente mi cuello aún sin soltar el agarre que mantenía firme sobre mis muñecas, y, con salvajismo, comenzó a abrir y cerrar sus labios chupando y ensalivando mi piel. Cerré los ojos con fuerza al ver cómo con su mano libre, rompía la fina tela de mi playera para no verse en la necesidad de soltarme, e hice mi cabeza a un lado volviendo a abrir los párpados encontrándome con una pequeña ventana que, (hasta el día de hoy) no comprendo cómo es que se encontraba descubierta. Es decir, mi hermano siempre que estaba a punto de hacerme esto, se encargaba de nunca dejar una abierta o sin bajar la persiana, pero en este caso, no sé qué fue lo que ocurrió, juro que aún… no lo sé. Fijé mi vista en el oscuro cielo que se dejaba ver del otro lado, y lo único que lograba divisar desde mi posición, y por un momento estuve a punto de pedirle a Dios que acabara con mi sufrimiento, que me rescatara de aquel lugar, pero… ¿para qué? ¿Cómo le pediría algo a quien no existe? Sí, yo dejé de creer en él, en la virgen y todo eso a lo que le llaman ‘el santo paraíso’. ¿Por qué? Porque si realmente existiera algo de eso, entonces yo no estaría pasando por esto. Si Dios existiese, ¿por qué me haría sufrir de esta manera? ¿No dicen acaso… ‘Dios es quien nos protege’? Hasta llegué a pensar que tal vez se haya olvidado de mí, sin embargo no. Nada de eso existe para mí. Absolutamente nada. No sé cómo, pero de un momento a otro, sentí con claridad algo meterse sin permiso alguno en mi interior, y seguidamente, mi cuerpo comenzó a deslizarse de arriba hacia abajo a lo largo del colchón, entonces supe de inmediato, que lo estaba haciendo… Sí, otra vez estaba haciendo lo que tanto le gusta: Follarme. Aceleró sus movimientos bruscamente, penetrándome cada vez mas profundo, dañándome, y clavé mis uñas en sus hombros volviendo mi rostro al suyo, y allí fue donde caí en la cuenta de que por fin, había liberado mis muñecas… Le miré torciendo mi cara en una mueca de incontenible dolor, y ahora él bajó la cabeza clisando sus ojos en los míos. Pude ver la lujuria pintada en ellos y él… yo sé que él fue capaz de ver el dolor que emanaban los míos. Lo sentí, sentí su corazón detenerse por una fracción de segundo al notarlo, sin embargo… continuó como si nada hubiera visto, sin darle importancia alguna. Acortó la distancia entre nuestros rostros y mi corazón se iluminó tras pensar que me besaría; jamás lo hace mientras me folla, porque sabe que si lo hace, ya no estaríamos teniendo solo sexo, sino, algo más… No faltaba mucho para juntar su boca con la mía y cerré los ojos con aquella nueva esperanza que había nacido en mi interior; esa en la que me besaría y diría que todo lo que segundos antes me había dicho, era mentira, que él me amaba o al menos, me quería… Nada de eso sucedió. Enterró su rostro en el hueco entre mi oreja y mi hombro, para luego clavar las manos en el colchón y embestirme con más desenfreno, más brusquedad, sin cuidado alguno. - Haa… Tom… no, no tan fuerte. Por favor… - jadeé suplicante en un susurro a su oído con la voz totalmente quebrada tras el dolor que sentía. - No, no… así… así te gusta… - gimió contrarrestando mis palabras convirtiéndolas en unas buenas para él. - No… - cerré mis párpados al recibir una embestida que me obligó a tragar el nudo que el llanto había formado en mi garganta – detente… haa… por favor, Tom. Ya basta… - volví a suplicar con dificultad. ¿Para qué? Para que él hiciera oídos sordos y continuara como si nada. Y las horas pasaron, y ambos dos nos encontrábamos aún desnudos, él sobre mi cuerpo, frágil, débil e inerte, soportando sus duros movimientos que el transcurso del tiempo, logró clasificar como placenteros; bueno, de haberlos recibido con gusto y no obligado como lo estaba haciendo en esos momentos, creo que esa sería la palabra adecuada para describirlos, pero eso… jamás pasó. Se había corrido en mi interior tres veces, y aún así, no se detenía. Me pregunto si tiene algún límite, porque de las miles de veces que tomó posesión de mi cuerpo, siempre ocurría lo mismo: llegaba al éxtasis embistiéndome con fuerza, se desplomaba sobre mí, jadeante, exhausto, para luego de unos minutos tras haber recuperado el aliento, volvía a empezar y toda la historia se repetía otra vez. - Ponte… ponte de pie – me ordenó con la respiración totalmente agitada. - ¿Q-qué harás? – cuestioné atemorizado porque… ya sabía lo que pretendía hacer. Me lo ha hecho miles de veces, no me sorprendería que volviese a hacerlo. - He dicho que… te pongas de pie. - De… de acuerdo… pero… - no me dejó continuar. - ¿Pero? ¿Dijiste… pero? – cuestionó fijando su mirada en la mía. - ¿Es eso una contradictoria a lo que te he ordenado? - N-no… - intenté explicarme. No pude. - ¡¿Estás contradiciéndome, Nene?! – gritó completamente sacado de sus casillas y me vi obligado a cerrar los ojos con fuerza notando el agua salada apoderarse de mi sistema con los nervios a flor de piel. No tardaría mucho en comenzar a temblar como una hoja. - ¡No! ¡No estoy contradiciéndote! – alcé la voz para defenderme de aquel maniático que yacía sobre mi cuerpo desnudo. – Es solo que no puedo moverme si estás encima; eso… eso es todo… - concluí con mi labio inferior temblando. Él me miró entrecerrando los ojos para luego hacerse a un lado dejándome respirar con un poco más de normalidad al no sentir su peso sobre mi. Me coloqué de lado y, apoyando las manos sobre el colchón, comencé a levantarme lentamente, sintiendo mi cuerpo amenazar con desvanecerse a causa de mi debilidad absoluta, aunque no lo dejé. Luché con esas pocas fuerzas que me quedaban hasta poder ponerme en pie quedando frente a la cama, frente a mi gemelo, quien me observaba con morbosidad desde su distancia, relamiéndose los labios al recorrer con su vista cada centímetro de mi delgado cuerpo completamente desnudo. Luego de pasar unos minutos contemplándome, se paró de la cama y se puso frente a mí, acorralándome contra la pared. Ya me la veía venir, ¿es que no sabía otra cosa más que experimentar con posiciones diferentes? Estaba absolutamente acabado, cualquiera que le hubiera visto en aquel momento, habría adivinado sin mucho esfuerzo que su cuerpo pedía a gritos un descanso, que parara, que detenga todo lo que estaba haciendo; se lo veía en su rostro, detrás de aquella maléfica sonrisa, al notar su acelerado ritmo cardíaco, sus pulmones inflarse al inhalar todo el oxígeno que eran capaces, pero él… él no hacía caso alguno, ni a su cuerpo, ni… al mío. Sí, porque el mío también pedía un merecido descanso. No. Mi cuerpo no pedía, suplicaba por dejar de recibir, por ser olvidado por una vez en la vida, aunque eso… sería en vano. - ¿Quieres gritar un poco, perra? – preguntó apegando nuestros cuerpos al máximo. Tragué en seco. - T-Tom yo… - ¿y a que no saben qué? ¡Las putas palabras no querían salir de mi boca! Respiré profundo armándome de valor, ese mismo que jamás llegó. – estoy cansado… Necesito descansar un poco, mi cuerpo no da más. Hace meses que no duermo lo suficiente como para mantenerme en pie, lúcido, despabilado… - su sonrisa se borró al instante y su rostro comenzaba a mostrar una expresión no muy amigable. ¡Mierda! Debía pensar en algo urgente, antes que me tomara a la fuerza creyendo que le estaba contradiciendo, que me negaba, lo cual era verdad, pero él no debía saberlo… Mi mente se puso en blanco de inmediato sin saber qué coño decir. Vamos Bill, piensa, no puedes ser tan imbécil y no saber cómo reaccionar, cómo formular una puta mentira. - Te estás… ¿negando?- cuestionó arrastrando las palabras. Oh no, por favor no me mires de esa forma, no me hagas daño, déjame explicarte. - No. No, es solo que… necesito estar sano y fuerte para ti. Eres una bestia en la cama y sino lo estoy, tampoco podré complacerte, ¿comprendes? – pregunté sudando más de lo normal. Dios quiera que no lo note. – No me niego, no podría negarme, realmente sabes cómo hacérmelo. – continué mi ‘explicación’, halagando su ego, agrandándolo, mejor dicho. Esa era una de las estrategias que en estos meses de tortura, había logrado desarrollar. Dios… Dios, sí existe; ahora puedo comprobarlo. Ahora me doy cuenta cuán equivocado estuve todos esos meses. - Mmm… Muero de hambre, Nene. ¿Vamos? – preguntó cuando rompió el beso y acarició mis costados sacándome de mis pensamientos o mejor dicho… rescatándome de aquel recuerdo tan frío y cruel. - No quiero moverme ni un solo milímetro. Cómeme a mi, Tom. Hummm… - susurré presionando mis labios sobre los suyos de nuevo y volví a besarle. - Nene… no hagas esto. No puedo comerte. – contestó entre besos y me aparté un poco. - ¿Por qué? - Porque sino, ¿cómo seguiría disfrutándote? – y colapsé. Dioooos… ¡Cada día le amo más!

Peligrosa Obsesión 2da TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora