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Me desperté temprano, me vestí con la ropa que había preparado la noche anterior y me peiné con cuidado. Tenía exactamente media hora para llegar caminando a la cafetería; estaba relativamente cerca. Estaba a punto de salir de mi habitación cuando escuché la voz de Jooheon.

—Chang, ¿ya despertaste?—, preguntó.

Abrí la puerta y lo vi ya vestido y listo. Al parecer, se había despertado antes que yo.

—Sí, hace un rato. Ya me voy al trabajo, Honey—, respondí, usando el cariñoso apodo que me había dado.

—Yo te llevaré. Primero, tomemos desayuno—, dijo.

Me acerqué a la mesa y me senté frente a él. Sobre la mesa había una tentadora bandeja con waffles, fresas picadas y un té de naranja que olía delicioso. Ambos comenzamos a comer. Terminé más rápido de lo habitual; el té de naranja me había abierto el apetito. Jooheon se apresuró, y una vez que terminamos, me hizo una señal para que saliéramos. Bajamos al garaje.

—Cuando llegues, no te olvides de hablar con tu jefe. Al mediodía iré a recogerte—, dijo.

—¿Hoy no trabajas?—, pregunté.

—Hoy es mi día libre, pequeño—, respondió con una sonrisa.

Asentí y ambos entramos al auto. Jooheon arrancó con habilidad, conectó su celular al sistema del auto y llamó a Minhyuk. Al segundo timbre, Minhyuk contestó.

—Sí?—, dijo.

—Min, ¿podrías mandar un camión de mudanzas a mi casa? Luego te lo pagaré—, le pedí a través de Jooheon.

—Esperaré la dirección entonces—, respondió Minhyuk.

—Que lleguen mis cosas para la tarde. Y lo del mánager, por favor…—, dijo Jooheon.

—Creo que empezaré a cobrarte por favores. Tienes suerte de que sea tu amigo—, bromeó Minhyuk.

—Lo compensaré—, prometió Jooheon.

—Espero que tu ‘lo compensaré’ sea la camisa que me gustó hace poco—, replicó Minhyuk.

—Bien, bien—, aceptó Jooheon.

—Está bien entonces. Adiós—, dijo Minhyuk.

Cinco minutos después, habíamos llegado a la cafetería. Jooheon detuvo el auto.

—Mucha suerte, pequeño—, dijo.

—¡Gracias, Honey!—, respondí.

Salí del auto y me dirigí al local. Al entrar, me encontré con mi jefe.

—¡Ah, Changkyun! ¿Hoy te trajo tu novio? Debiste hacerlo pasar para darle un café—, dijo con una sonrisa burlona.

—No es mi novio… y quería comunicarle que solo trabajaré el turno de la mañana, hasta el mediodía—, respondí con firmeza.

—¿Bromeas? Dijiste que necesitabas el dinero. ¿Cómo puedes safarte de tu responsabilidad tan fácilmente?—, replicó, molesto.

—Señor, ya lo decidí. Simplemente me pagará por un turno, no es algo del otro mundo—, respondí, manteniendo la calma.

—No, Changkyun, eres muy irresponsable…—, dijo, elevando el tono de voz.

—Señor, nunca llegué tarde, nunca faltó, aún si estaba mal, y nunca abandoné este local—, argumenté. —Y el sueldo que me paga no se acerca al salario mínimo.

—¡Deja de decir esas cosas en mi cafetería!—, exclamó, furioso.

—Quizá por eso todos los empleados renunciaban antes del mes—, respondí, con una mezcla de tristeza y resignación.

—¡Ya cállate, Changkyun! Si te quieres ir, lárgate. No te daré solo un turno—, gritó.

Sabía que necesitaba el dinero; él sabía de mi meta de abrir mi propio local. En el pasado, habría llorado y suplicado, pero esta vez era diferente.

—Está bien, señor. ¿Me daría mi sueldo hasta hoy? Luego me retiraré—, dije con una calma sorprendente.

Sorprendido por mi firmeza, sacó enojado unos billetes de la caja registradora y me los arrojó al suelo.

—¡Lárgate de aquí, pero no quiero que vuelvas arrastrándote!—, gritó.

Recogí el dinero del suelo, hice una reverencia y salí del local. Inmediatamente llamé a Jooheon.

— ¿Sí?

— Me despidieron… — La voz me tembló ligeramente, a pesar de mi intento por mantener la compostura. El peso de la situación me cayó encima.

— ¿Qué? Espérame ahí, iré a recogerte y me cuentas. ¿Te encuentras bien, pequeño? — La preocupación en la voz de Jooheon fue un bálsamo en medio de la tormenta.

— No le importó más que explotarme en el trabajo. — La amargura se coló en mi voz. Necesitaba desahogarme, pero también sentía una punzada de alivio por haber terminado con esa situación.

— Oh, cariño, está bien. Ese hombre no conseguirá a alguien que lo soporte, hiciste un buen trabajo, no es tu culpa. — Su voz era suave, reconfortante. Sus palabras me envolvieron como una manta cálida en un día frío.

— ¿Puedo tener el trabajo de tiempo completo? Puedes pagarme el sueldo mínimo. — La frase salió de mis labios con una mezcla de necesidad y vergüenza. Me sentía vulnerable, dependiendo de él.

— Luego hablamos del trabajo y no te daré el sueldo mínimo, te pagaré más. — Su respuesta me sorprendió. Su generosidad me dejó sin aliento.

Un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a mí. Jooheon bajó, su figura imponente y atractiva, y me abrió la puerta del copiloto. El gesto sencillo contenía una ternura que me conmovió.

— ¿Nos vamos? — Su sonrisa me tranquilizó.

Asentí y subí al auto, el cuero suave del asiento un contraste con la dureza del día que había tenido. Jooheon cerró mi puerta, entró, arrancó el auto y condujo un buen rato en silencio. No quise preguntar a dónde íbamos; el paisaje se deslizaba a mi alrededor —árboles, cultivos, un cielo azul infinito— llenándome de una extraña paz.  Finalmente, nos detuvimos frente a una cabaña, pequeña y acogedora, situada junto a un lago sereno. El aire olía a pinos y tierra húmeda.

— ¿Entramos? — La pregunta de Jooheon me sacó de mi ensimismamiento.

Asentí y bajé del auto, dejando mi móvil en el asiento. Noté cómo la mano de Jooheon se acercaba poco a poco hasta que tomó la mía. La calidez de su toque me recorrió como una corriente eléctrica. Se sentía como si mil flores florecieran a mi alrededor. Empecé a sonreír, sin poder evitarlo. De repente, éramos Jooheon y yo, caminando de la mano, hacia ese refugio de madera y piedra. Entramos y lo primero que vi fue un muelle de madera, con una vista impresionante del lago y, nadando tranquilamente, muchos patos.

— ¿Podemos comprar comida para patos? — La pregunta escapó de mis labios casi sin pensarlo.

Jooheon sonrió. 
— Claro —  Pidió una bolsita de pan y, apenas se la dieron, me la entregó. Salí corriendo, sin poder contener mi alegría, tirándoles pan a los patos. Me sentía como un niño, corriendo tras ellos, alimentándolos, hasta que se me acabó el pan y volví, riendo.

— Todos comieron pan. — Dije sin aliento, aún sintiendo la euforia del momento.

— Me alegra mucho, pequeño. —  Su mirada era cálida y llena de afecto.

Fuimos al muelle y subimos a un bote pequeño, de madera pulida y aroma a lago. Jooheon me ayudó a subir con delicadeza, y entonces vi un ramo de margaritas blancas en un pequeño banco.

— Creo que las anteriores personas se olvidaron su ramo. — Comenté, señalando las flores con un gesto casi inconsciente.

— Es tuyo, Chang. — La suavidad de su voz me sorprendió.

— Pero yo no las compré… —  La sorpresa era palpable.

— Yo te las compré. —  Su mirada era intensa, directa, llena de significado.  Sentí que mi corazón daba un vuelco.

— ¿En serio? Oh, gracias. — Las lágrimas amenazaban con brotar. Era un gesto simple, pero tan significativo.

Al parecer, mis plegarias habían sido escuchadas. Tenía a alguien que, en un día lluvioso, me había dado su paraguas, quien me había ayudado y no me juzgó, quien acababa de darme un ramo de margaritas. Qué afortunado había sido de conocer a Jooheon.

— Chang, ¿te gusta el lugar? —  Su pregunta era sencilla, pero resonaba con una profunda sinceridad.

— Es muy lindo, gracias por traerme aquí y por las flores. Creo que estoy agradecido por mucho contigo… — Mis palabras eran torpes, pero sinceras.  Nunca había sentido una conexión tan profunda con alguien.

— No es nada… Vine una vez aquí de niño y creo que este lugar es especial. Por eso te traje aquí, para decirte algo. —  Su tono era serio, pero sus ojos reflejaban una ternura infinita.

Asentí con una sonrisa, un poco nerviosa, pero con una profunda expectación. Si me había traído a un lugar importante para él, significaba que yo era especial para él.

— Quizá pienses que es muy apresurado, pero cuando te vi en el fan meeting me llamaste mucho la atención, incluso cuando te fuiste corriendo. Cada día que te pude conocer un poco más me di cuenta de que no solo era atracción, me gustas, Changkyun… —  Sus palabras salieron con una mezcla de timidez y convicción, pero resonaban con una verdad innegable.

— Yo… creo que también me gustas. —  La confesión me salió en un susurro, pero llena de verdad. Un torbellino de emociones se agitaba en mi interior.

El se acercó a mí; sus labios estaban a centímetros de los míos, atrayéndome con una fuerza irresistible. Ambos sabíamos qué pasaría y, al parecer, estábamos preparados. Cerramos los ojos, sintiendo nuestras respiraciones entrelazarse, anticipando el momento… pero de repente sentimos cómo tocábamos el agua y quedamos completamente empapados. El lago, seguramente, no estaba del todo limpio. Ambos sacamos rápidamente la cabeza del agua y nos miramos, riendo a carcajadas.

— ¿Por qué te apoyaste tanto a mi lado? — pregunté, exasperado y divertido a la vez.

— La pregunta es ¿por qué tú no te acercaste más? Si ambos hubiéramos estado a la mitad, el peso estaría equilibrado… —  Su respuesta fue una broma, pero también una suave reprimenda.

Le eché agua en la cara.

— Pues, ¿cómo sabía que pasaría eso? No estaba en tus planes, ¿no? —  Le devolví el agua con una sonrisa traviesa.

El mayor también me lanzó un poco de agua.

— Parecía que lo sabías ya que cerraste los ojos. —  Su sonrisa era traviesa.

Así empezó una pequeña guerra de agua, una batalla juguetona y llena de afecto. Ninguno de los dos estaba enojado, solo nos divertíamos hasta que un grupo de personas, que parecían ser los encargados del lugar, nos ayudaron a salir del agua, riendo junto a nosotros.

— ¡Las flores! —  Recordé las margaritas, mojadas pero aún hermosas.

— Está bien, Chang. Las flores necesitan agua y quizá los patos se las coman. Te compraré otras la próxima vez. —  Su preocupación por las flores era tan tierna como su declaración de amor.

Asentí y tomé el brazo de Jooheon. Qué suerte que aún estábamos en primavera, o ya tendría hipotermia. Ambos empezamos a caminar, mojados pero felices, hacia la cabaña, con el sol de la tarde pintando el cielo con colores vibrantes.

— No podremos subir al auto, mañana vendré a recogerlo. ¿No necesitas tu celular, verdad? —

— No lo necesito… ¿Caminaremos hasta Seúl? — La idea era absurda, pero en ese momento, me parecía perfecta.

— No, son cinco horas hasta Seúl. Nos quedaremos en un lugar cerca. —  Jooheon me sonrió, su mano apretando la mía con más fuerza. 

Descanso (Jookyun) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora