Desde lo alto del cerro podían ver la hermosa vista de la ciudad y la majestuosidad del río Negro. Miguel tomó asiento en el suelo y encendió un cigarrillo.
-- ¿Alguna novedad en el caso del payaso?
--No, nada. --Respondió Roby con pesar.
--No te preocupes, tengo fe de que lo vas a encontrar. Siempre fuiste bueno para resolver misterios.
--Gracias, Micky.
Cuando emprendieron el regreso, decidieron tomar un camino alterno, paralelo a un terraplén lindante al cementerio. Miguel adelantándose unos pasos, se inclinó para recoger un monito de peluche, que en sus manitos tenía un par de platillos descoloridos. Roby trató de disuadirlo, pero Miguel no lo escuchó y lo llevó a su casa. Después de lavarlo, lo dejó en uno de los estantes de su biblioteca, e incluso le tomó un par de fotos que subió a sus redes. Siempre había querido tener un muñeco de esos, y a pesar de las advertencias de su amigo, no creyó que le trajera ningún problema.
El sonido de los platillos lo arrancó violentamente del sueño y se cayó de la cama al enredarse con las sábanas. Miguel no entendía que estaba pasando y creyó que todo había sido parte de un sueño, porque el silencio reinaba en la casa. Encendiendo la luz caminó hasta la biblioteca y el monito seguía en su sitio. Regresó a la cama confundido y sin proponérselo fijó la mirada en el reloj despertador. Eran las 3:33 a.m.
Aquella situación volvió a repetirse por tres noches consecutivas y a la misma hora. Fue entonces cuando decidió que ya había tenido suficiente. Al sujetar el muñeco sintió un pinchazo en la mano y una pequeña burbuja se le formó en el centro de la palma. Molesto, abrió la puerta del patio y lo arrojó por los aires.
Regresando a la cama, tomó el celular y trató de distraerse navegando en sus redes sociales por un rato.
En el momento que sus párpados comenzaban a pesar y el sueño lo vencía, escuchó unos golpecitos en la puerta. Cautelosamente se levantó y tomando un bate de béisbol, caminó hasta la cocina. Se le aceleró el pulso, al ver la silueta de una persona a través del vidrio de la puerta.
-- ¡Voy a llamar a la policía! --. Gritó tratando de marcar a emergencias y mantener el bate en alto.
El intruso no parecía sentirse intimidado y Miguel sintiéndose insultado por su insolencia, reunió todo el coraje que poseía y abrió la puerta de un tirón. Para su suerte no había nadie, y aquello lo confundió más, porque era imposible que se hubiera esfumado en el aire. Dando un paso al frente su pie desnudo tocó algo y el sonido de los platillos lo asustó a tal punto, que gritó como una nenita. ¿Cómo había llegado el maldito mono hasta la puerta si lo habia tirado lejos?
-- ¡Mono de mierda! --. En un ataque de rabia lo golpeó con el bate hasta que los platillos dejaron de sonar.
Roby ingresó a la casa de Miguel acompañado por su compañera y cuando escuchó el relato de su amigo, tuvo la impresión de que algo no le estaba diciendo. Sin embargo se limitó a tomar nota y salir al patio a inspeccionar. Al despedirse, le pidió a su compañera que se adelantara y una vez a solas, quiso saber qué había pasado.
Miguel trajo el maltrecho muñeco y lo dejó en la mesa. Luego esperó a que Roby le diera su veredicto. Sin embargo su amigo no dijo nada y buscando él mismo un cuchillo, realizó un corte en la parte trasera del muñeco. Los ojos de ambos se abrieron muy grandes, cuando descubrieron que el relleno estaba hecho de pelos, dientes y agujas.
-- ¡La puta madre! ¿Qué es eso?
--Hay que quemar esta mierda ya mismo.
Obedeciendo a Roby, metió los restos del mono en una bolsa y lo llevaron al patio. Unos minutos más tarde la bolsa comenzó a arder sobre la parrilla y extraños chillidos resonaron en el silencio de la noche. A lo lejos un perro aulló y otros más lo secundaron.
--La próxima vez, haceme caso.
--Como usted diga, oficial. --sonrió aliviado.