~ By your side ~

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Después del fallido operativo contra el italiano Volkov despierta en el hospital, pero ¿en dónde están sus compañeros?
•••

El característico pitido de la maquinaria controlando su pulso fue lo que lo trajo de vuelta a la realidad.

El sopor producto de la medicación comenzaba a dispersarse con lentitud permitiéndole hacerse consciente de los delicados toques en su cabello grisáceo y la calidez que le producían las suaves caricias sobre el dorso de su mano.

No estaba solo.

— Horacio — jadeó aún sin saber siquiera si el dueño de sus anhelos era quien repartía aquellos vigorizantes halagos.

Inspiró hondo en un afán de desperezarse recibiendo de lleno el característico perfume de su compañero de piso.

Ninguna esencia se asemejaba a la perfecta combinación de vainilla y cacao que poseía el de cresta; definitivamente era él.

De alguna forma le reconfortaba saber que había alguien a su lado esperando por él y que esa persona fuera Horacio.

Abrió los ojos con pesadez deleitándose al instante con los brillantes bicolores que le miraban expectantes y una sonrisa ladina que para él era la mejor bienvenida que podría alguien ofrecerle.

— ¿Dónde... dónde estoy?

La respuesta su pregunta era obvia, pero su cerebro había hecho corto circuito al reparar en la unión de sus manos obligándole a ignorar todo aquello que no los involucrara a ambos.

— En el hospital — murmuró avergonzado apartando su mano de la del contrario.

Su corazón se encogió ante la repentina ruptura del contacto, sentía frío y un inexplicable vacío que le incitaba a buscar la pieza faltante.

— En donde más ibas a estar si te la vives en este lugar — soltó divertido el de cresta interrumpiendo su pensar — estás oxidadísimo.

— Joder, Hache — bufó esbozando una sonrisa cansada que se borró automáticamente al recordar el motivo de su estancia en ese lugar — ¡Gael!, ¡Pamela! — les llamó desesperado.

Hizo el amago de incorporarse con intención de salir a buscarles, pero el intenso dolor que recorrió su abdomen y costado le hicieron soltar un lastimero quejido que alertó al de cresta.

— No te esfuerces, ruso — ordenó suavemente ayudándole a recostarse devuelta en la camilla con delicadeza — te harás daño.

— Ellos... ellos están

— Su condición es delicada, pero están vivos — le tranquilizó esbozando una lánguida sonrisa.

— Quiero verlos — demandó en apenas un hilo de voz.

Cuando hizo el amago de incorporarse nuevamente Horacio le detuvo en su sitio colocando la palma de su mano sobre su pecho justo a la altura de su corazón.

— Necesitas descansar — la suavidad con la que le hablaba calaba tan hundo en él que le hacía imposible llevarle la contraria — vuelve a recostarte, anda.

Sin refutar nada más obedeció y volvió a recostarse siendo los estragos de la intervención quirúrgica pasarle factura.

Horacio sabía que lo sucedido en su ausencia conllevaba una implicación personal para Volkov, después de todo era consciente de la relación cercana que tenía con el resto de la malla, especialmente con Gael y Pamela.

Incluso recordaba haberlos visto bailar en el parking de la sede desde el ventanal de su despacho o almorzar juntos en la cafetería del lugar.

Percibía la culpa en su mirar y le dolía puesto que Volkov no merecía llevar una carga que no le correspondía.

Ya había comido demasiada mierda en el pasado y cuando lo incluyó en la facción se prometió a sí mismo no solo cuidarle si no ser el jefe que el ruso realmente merecía; justo por eso dijo las palabras que a él mismo le hubiera gustado escuchar en un pasado después de un día duro.

— Buen trabajo, agente V — soltó de repente con la esperanza de dispersar la niebla que comenzaba a opacar el hermoso brillo de los zafiros que tanto le gustaban.

El mayor no respondió.

Cerró los ojos con el fin de ocultar su mirada se cristalizada pues las palabras del contrario habían significado más de lo que podía expresar; se sentía valorado y suficiente.

Un cómodo silencio cómplice los envolvía hasta que Horacio fue quien lo rompió reuniendo el valor suficiente después de reunir el valor suficiente para volver a tomar su mano y buscar su mirada.

— Estaba preocupado por ti, ¿sabes? — susurró como si temiera que al hablar más fuerte el contrario desaparecería — creí... creí que me dejarías solo.

Externar a viva voz su miedo por perderlo solo lo hacía vivenciar la angustia de hace unas horas cuando sus agentes le llamaron de emergencia.

Su mirada se cristalizó ante el recuerdo obligándole a cerrar los ojos y suspirar con dificultar, no quería romperse enfrente de él.

— Yo... en este caso, te he hecho una promesa ¿recuerdas? — respondió con dulzura.

Desde el momento en el que el moreno había tomado su mano por segunda vez todo a su alrededor había desaparecido.

Su cuerpo temblaba, pero no tenía frío; sentía su estómago revolotear inquieto e incluso juraría que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho aunque aquellas sensaciones cambiaron drásticamente al escucharle.

— No iré a ningún lado, Horacio — afirmó con seguridad afianzando el agarre de sus manos — yo siempre estaré aquí, contigo.

Ni siquiera fue consciente del momento en el que había comenzado a repartir delicadas caricias sobre el dorso de la mano del federal hasta que reparó en el violento sonrojo que invadía su tez morena obligándole a sonrojarse también.

— V-ve a casa — murmuró sintiéndose invadido por los nervios que sólo la cercanía del de cresta le producían — c-creo... creo que necesitas descansar de forma adecuada y... los sofás de este lugar no... no son muy cómodos.

— Mucho texto — recalcó el menor entre risas — si quieres que me vaya solo tienes que decirlo y ya está.

— ¡No! — negó más fuerte de lo que le habría gustado carraspeando después en un afán de recuperar la compostura — quiero decir que no... no me desagrada tu compañía, por el contrario debo decir que la encuentro muy... gratificante.

Horacio sonrió satisfecho y se puso de pie con intención de recostarse al lado del peligris.

— Pues si no quieres que duerma incómodo hazme sitio entonces.

El ruso abrió los ojos como platos más no se negó; por el contrario se descubrió a sí mismo deseando compartir ese tipo de cercanía que jamás había experimentado.

Horacio se recostó acurrucándose contra su pecho reprendiéndose constantemente a sí mismo cada vez que sentía ganas de abrazar al contrario puesto que no solo temía lastimar sus heridas sino también incomodarlo.

Para su sorpresa fue el ruso quien lo rodeó con uno de sus brazos apegándolo más a él y comenzó a repartir tímidas caricias sobre su brazo desnudo logrando erizarle la piel en el proceso.

Permanecieron así durante perdiendo la noción del tiempo, dejándose llevar por el sueño; sumergiéndose en la reconfortante calidez de la unión de sus cuerpos.

— ¿Te quedarás siempre a mi lado? — cuestionó el menor vagando ligeramente entre su mundo de ensueño y la realidad.

— Siempre, jamás dudes de ello — respondió el ruso en apenas un susurro antes de caer rendido ante los brazos de morfeo.

Horacio sonrió; escucharle decirlo una vez más era lo único que le hacía falta para dejarse llevar y perder la conciencia.


FIN

𝗩𝗼𝗹𝗸𝗮𝗰𝗶𝗼 𝗢𝗻𝗲-𝘀𝗵𝗼𝘁𝘀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora