𝗩𝗼𝗹𝗸𝗮𝗰𝗶𝗼 𝗢𝗻𝗲-𝘀𝗵𝗼𝘁𝘀

Muérdago

Recargado contra en marco de la entrada mantenía su mirada bicolor perdida en la nieve que caía del cielo y que ahora adornaba su amplio jardín de una forma única, aunque el jersey navideño que portaba cumplía su trabajo Horacio se abrazaba a sí mismo, frotando sus brazos una y otra vez en un amago de conservar su temperatura.

Hace ya media hora que sus agentes se habían despedido de él y su compañero de vivienda con el escandaloso pitido de sus respectivos coches después de la amena cena que habían compartido, más él, a diferencia del ruso, permaneció estático en su sitio incluso aún después de que desaparecieran tras el enorme portón de la entrada.

Estaba presente y ausente a la vez, vagando entre sus pensamientos y repitiendo cuál bucle infinito el momento que hace un par horas había tomado lugar en el exótico salón de su casa.

Después de cenar todos los presentes se situaron entorno al árbol dispuesto en una esquina del salón y cada uno tomó el obsequio que había traído consigo pues era momento de llevar a cabo el intercambio de amigo secreto que Alanna organizó un par de días atrás.

Exhaló una risa al recordar cuando los colores inundaron el rostro de Blake y el tartamudeo en su voz desveló cuán nervioso le había puesto su regalo, y aunque nadie podía observar la reacción de Jota su estupor era evidente también.

— Como te ha gustao' tanto la planta de mi habitación te he comprado una igual. — Le había dicho, disfrutando del caos que tanto el obsequio como su discreto guiño cómplice desató en la estancia.

Por supuesto la estruendosa carcajada de Parker no tardó en hacerse presente y la castaña a su lado tosía sin control tras haber escupido su bebida.

Todas y cada una de las reacciones de sus agentes eran indicios de que su elección de obsequio había sido la correcta.

— Señor Uve. — Tras recuperar la compostura Alanna se giró en dirección al ruso, sonriendo enternecida por la respuesta a la pregunta que estaba a punto de lanzar. — ¿Quién le ha tocao' a usted?

Absolutamente todas las miradas recayeron sobre él, cohibiéndole en demasía por la intensidad de las mismas, incluso su propio corazón latía desenfrenado con la sola mención de la respuesta.

— Mi amigo secreto, en este caso... es Horacio.

Su creciente nerviosismo era notorio y el ligero temblor de sus manos también, aunque a diferencia de lo que cualquiera podría intuir tal ánimo no se le atribuía al hecho de que el de cresta era su jefe sino a la incertidumbre de si su elección de presente había sido acertada.

Aferrando el obsequio a su pecho Volkov se acercó a él con parsimonia y se situó justo a su lado antes de extenderle el gran paquete que tan pulcramente había envuelto con sus propias manos.

— Espero... espero sea de su agrado. — murmuró sin siquiera ser escuchado pues la mirada bicolor del más bajo se perdió en la pequeña y fugaz curva de sus labios.

Horacio estaba seguro de que ningún objeto en la tierra podría igualar a la bonita sonrisa ladina que el ruso estaba ofreciéndole en ese instante, su débil y enfermo corazón latiendo a mil por hora era una prueba fehaciente de ello.

Al salir de su ensimismamiento el moreno recibió el obsequio sin más, encontrando dentro un jersey blanco de brillantes botones negros y un fino pañuelo rojo de seda.

Le miró de inmediato, estupefacto y con sus bicolores de par en par, esperando una coherente explicación del contenido, y muy en el fondo anhelando que tal gesto fuera un indicio de su memoria perdida volviendo a él con lentitud.

— ¿Qué es esto? — cuestionó por lo bajo, utilizando por inercia el dócil tono de voz que utilizaba sólo con el ruso.

— Si no... no es de su agrado — carraspeó incómodo por la interrogante, confundiendo el contexto de la misma de una duda inocente a una actitud inconforme. — He incluido el ticket de cambio y...