Día 23: Final ⏳

1 0 0
                                    

        Olvidé que la clase empezaba a y veinte en lugar de a en punto, así que aquí estoy, bajando del bus a menos veinte en la parada de enfrente de mi facultad. No estoy muy seguro de si habría alguien de clase ahí. Qué tontería. A esa hora no hay nadie. Entro a la facultad y, conforme giro a la derecha para dirigirme a las escaleras, la profe de la clase que me toca pasa a mi lado, abandonando el edificio.

        Bueno, pues ahora sí que estoy solo. Genial. La clase es en el cuarto piso, así que comienzo a subir las escaleras poco a poco. Con cada escalón que pisaba, el sonidito de la puerta lateral que se abre con un sensor se hacía más débil, aunque continuaba escuchándose. Conforme avanzo los siguientes pisos, la cantidad de personas va disminuyendo. No es raro, ya que el tercero, por ejemplo, es el de los profesores, por lo que no suele haber gente en los pasillos.

        Llego al cuarto piso. Mi aula se encuentra a la izquierda, al final de un largo pasillo. Miro a la derecha. No hay nadie. Miro a la izquierda. Tampoco. Sin embargo, me fijo en un detalle.

        Al final del pasillo hay un ventanal enorme que suele iluminar esa parte. Con motivo de la pandemia abren una ventana para ventilar los espacios cerrados. Conforme volteo la cabeza a la izquierda para ver si hay alguien, una fortísima ráfaga de viento irrumpe a través de la ventana, con todos los carteles que hay en el pasillo agitándose violentamente.

        Es como el rugido que una feroz bestia lanza cuando te asomas a la entrada de su guarida. Recorro el pasillo lentamente, asomándome a todas las aulas en busca de alguna persona inexistente. Llego al final del pasillo. Mi clase es en la puerta de la izquierda. Me siento al lado de la ventana abierta y saco el móvil del bolsillo, comentándole a dos amigas mías que les toca conmigo en la clase presencial que he llegado cuarenta minutos antes de que esta empiece. En eso, las otras dos puertas que hay al final del pasillo comienzan a abrirse lentamente. Una se queda abierta, mientras que la otra se cierra abruptamente, provocando un escandaloso susto.

        En la sala que tiene la puerta abierta escucho papeles siendo pasados y bolígrafos siendo dejados en la mesa. Pensando que se trataba de algún profesor, me quedo más tranquilo. No había mirado en esas dos clases ya que estaban más lejos que la puerta de mi clase. Sin embargo, veo algo a través del cristal de la puerta que está cerrada. Es ahí cuando descubro que esos cuarenta minutos van a pasarse muy rápidos pero van a sentirse eternos.

Taletober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora