El último teutón.

Prólogo

El cielo estaba de un color particularmente extraño, era de un color rojo escarlata, un rojo intenso, pero lúgubre y tenebroso, dicho color era el más común en la vida de cada persona en aquel continente abandonado por Dios en tantas ocasiones.

Europa, una vez más se encontraba en guerra, una vez más los hijos de Remo y Rómulo, Carlomagno y Otón, Napoleón y Federico, se encontraban en una contienda donde la humanidad era la primera víctima.

Los ejércitos de Guillermo II Hohenzollern, se encontraban destrozándose en la frontera germano - rusa con los ejércitos del Tzar Nicolás II Romanov, las víctimas en el frente ruso, eran las mayores, las horripilantes manos de la parca se habían cernido con la vida se más de un millón de víctimas desde que el avance germano inició en las estepas de la Rusia de los Zares, miles de hombres de ambos ejércitos se encontraban atrapados en grandes zanjas alambradas para impedir la entrada de cualquier impertinente que se atreviera a cruzar la tierra de nadie.

La muerte, las enfermedades y los conflictos eran el pan de cada día en las trincheras, dichas malditas trincheras, representaban el avance y el estancamiento de la guerra moderna, "El futuro de la guerra" les llamó un gran necio en el pasado.

Dentro de dicho cementerio de hombres vivos se encontraban abuelos, padres, hijos, hermanos, cuyo mayor deseo no era el aniquilar a su enemigo, sino más bien que dicho conflicto que obligaba a todo el planeta a luchar entre sí. Termine lo más pronto posible.

Se ha dicho que un hombre es capaz de cambiar el mundo. La muerte de Franz Ferdinand provocó la muerte de más de 10 millones de personas y que países tan lejanos como Australia y Turquía estén enfrentados en una gran guerra.

Madres, limpien las lágrimas de sus ojos, sus hijos vivirán cientos de años, como enemigos que se convirtieron en amigos y olvidan.

- Mustafá Kemal Ataturk.