La noche caía sobre la densa ciudad de San Petersburgo, antes la gloriosa y orgullosa capital de los Zares, hoy nada mas que una madriguera de ratas, y conspiradores urdiendo planes para derrocar a su emperador.
Una de esos conspiradores era Ekaterina Zukovna, conocida como una de los ladrones de bancos mas famosas de Europa. Hija bastarda de un ministro del gobierno del Zar y una campesina georgiana, siempre fue considerada una hija rebelde desde que escapó de casa a la edad doce años para después dedicarse a su vida delictiva.
—diría que al gobierno de Petrogrado le quedan apenas meses antes que los camaradas tomen el poder.— decía con tono satírico muchacho moreno de algunos 19 años.
Frente a el se encontraba una mujer rubia de ojos celestes la cual se aproximaba a replicar a su compañero.
—Rashid, lo peor que puede pasarle a Rusia es que los comunistas tomen el poder, esos malditos disfrazan sus ambiciones y ansias de poder detrás de su "deseo de igualdad".
—grandes palabras para salir de la boca de una ladrona —dijo Rashid esbozando una pronunciada sonrisa.
—yo no oculto mis ganas de robar bancos y museos. Yo Ekaterina Zukovna soy orgullosamente una ladrona y no necesito ocultarlo —replicaba con una gran sonrisa de orgullo la ojiazul muchacha.
—Sin embargo, esos malnacidos le quieren vender a la población una falsa idea de igualdad de clases y posiciones. Podré ser ladrona y campesina, pero jamás sería comunista, las cosas no funcionan así —seguía la hermosa muchacha mientras se exaltaba. —Además, no es siquiera como que tengan realmente el deseo de arreglar las cosas en la sociedad, más bien esos malditos lo que buscan es lucrarse y hacerse con el poder para imponer sus propias oligarquías.
—Ya, ya, señorita Bismarck, entendemos su punto. —decía rompiendo el silencio entre risas un pequeño hombre rubio mientras miraba a la chica.
—Realmente yo tampoco estoy de acuerdo con los ideales de los rojos pero realmente para nuestros planes creo que lo mejor sería colaborar con esos idiotas para terminar de desestabilizar el actual gobierno y así poder sacar a Rusia de esta terrible guerra. —decía cambiando la anterior expresión risueña hacia una más rígida y seria, el pequeño muchacho.
—No me malinterpreten, no estoy en contra de un cambio, pero creo que el cambio debe venir de una verdadera comprensión de las necesidades de la gente, no de una ideología impuesta —continuó la muchacha, su voz resonando en la habitación. —Si vamos a hacer esto, debemos hacerlo bien. No por poder o por ganancia, sino por el bienestar de la gente. Y si eso significa trabajar con aquellos con los que no estamos de acuerdo, entonces así será. Pero nunca olvidemos por qué estamos aquí y a quiénes representamos.
—Así que sí, soy una ladrona —respondió la muchacha, su voz tranquila pero firme—. Pero eso no me hace menos capaz de ver la injusticia y la corrupción. No me hace menos capaz de querer un cambio. Y ciertamente no me hace menos capaz de luchar por lo que creo que es correcto. Así que sí, soy una ladrona. Pero al menos no soy una hipócrita.
—Basta ya de discutir sobre política, los tres, vamos a comer —exclamó Igor, al abrir la puerta de la humilde choza en la que se encontraban. Era un hombre alto, rubio y de mediana edad.
—Igor, por fin has vuelto. Te juro que pensé que nos moriríamos de hambre, especialmente con estos dos aquí, debatiendo sin cesar sobre los rojos y los blancos —dijo el joven rubio, interrumpiendo con una sonrisa radiante.
—Me he demorado un poco, intentando evitar los focos de disturbios en las calles. La capital es un verdadero caos, Yuri —respondió el hombre, con un tono de cansancio en su voz.
Igor, el más veterano de los cuatro miembros del grupo de ladrones, era un soldado retirado del ejército zarista. Había sido apartado del frente por desobedecer a su mariscal de campo, al optar por salvar a uno de sus compañeros de pelotón en lugar de continuar con su misión de volar uno de los puentes de la Polonia Rusa. A pesar de su insubordinación, fue condecorado con la Orden de San Vladimiro de tercera clase por su valentía y honor al salvar a su compañero. Sin embargo, también fue retirado del ejército. Tras este incidente, regresó a San Petersburgo y se unió al grupo de Ekaterina con el objetivo de desestabilizar el estado.
El grupo continuó su charla sobre la situación política mientras consumían la modesta comida que Igor había logrado conseguir: gachas de avena, algo de trigo y pan duro.
—He oído rumores de una nueva arma que el estado está desarrollando para usar en el frente occidental —comentó Ekaterina, mordisqueando un pedazo de pan.
—Dudo que nuestro emperador tenga los recursos para desarrollar algo que realmente pueda cambiar el rumbo de la guerra —respondió Rashid, escéptico ante el comentario de Ekaterina—. Estoy convencido de que debe ser algún tipo de propaganda para tranquilizar a la población.
—No importa cuán poderosa sea la arma que el Zar quiera crear, si está en manos de los incompetentes blancos, no será más que un objeto de burla para los alemanes —intervino Yuri, uniéndose a la conversación mientras disfrutaba de sus gachas.
—Tienen razón, pero aún así creo que sería prudente investigar más sobre el asunto. Aunque deseo que la guerra termine lo más pronto posible, no quiero que sigamos más tiempo bajo el dominio de los zares, principalmente de Nicolás. Para que Rusia pueda ser un estado libre y próspero, debe abandonar el imperialismo —dijo Ekaterina, dirigiendo su mirada hacia Igor, quien estaba absorto en su comida, mojando su pan en el trigo hervido—. ¿No estás de acuerdo, Igor?
—Realmente no sé mucho sobre política y todas esas cosas, líder. Como te dije después de que me salvaste de esa multitud, te seguiré a donde quiera que vayas, creo en tus convicciones.
—¿Aunque a veces se emocione y empiece a hablar mierda de más? —dijo Yuri, provocando que todo el grupo explotara en risas.
Después de terminar de comer, cada uno de los miembros del grupo se recostó en su catre para dormir, ya que la noche estaba avanzada.
«Hablamos mucho sobre futuros golpes, pero ya casi no nos queda dinero para seguir operando. Espero conseguir información mañana para planear un nuevo golpe. Si la información sobre esa arma resulta ser cierta, es algo que no podemos ni debemos ignorar por nada del mundo».
Prefiero ser martillo a ser yunque.
- Erwin Rommel -
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El último teutón.
AdventureDesde un siglo envuelto en guerras y masacres, dos jóvenes viajan al pasado por error, al intentar destruir una megastructura enemiga.