Sangre y barro II

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El estruendo de la artillería volvía a cernirse con el poco de paz que suspiraba en el campo de batalla desde pocas horas atrás, el panorama era dantesco, las tropas del Tzar habían reanudado su ataque sobre la tierra de nadie y el atrincherado alemán para así suavizar a los defensores e iniciar una carga sobre las líneas germanas.

-¡Capitán Hedwig, organice a la compañía inmediamente! -gritaba el oficial Mannerheim a alta voz, tratando de reorganizar a sus hombres.

-¡Vamos, todos a sus puestos, no dejaremos que esos cosacos tomen un centímetro más de terreno, somos los hijos de Federico, demostremos que podemos sacar a estos bárbaros de estas tierras! -gritaba así arengando a las tropas el capitán Hedwig.

Todos los hombres en las diferentes etapas y alturas de las trincheras empezaban a agruparse en sus divisiones, los de primera línea ajustaban las bayonetas a sus rifles, los de los puestos de ametralladoras iban a sus posiciones, todos los demas preparaban su cobertura para recibir a esas almas condenadas que iban a cruzar el yermo destrozado por la muerte que dividía ambos ejércitos.

«¿En qué estará pensando el inepto de Kalashnikov con esta ofensiva? Están en inferioridad numérica y armamentística, este contraataque no tiene nada de sentido» -pensaba con frustración Hans mientras preparaba su guardia ante el advenimiento del enemigo.

-¡Hey, Hans!, ¡Hans! -gritaba Jacob al ver a su amigo perdido en sus pensamientos.

-¡Estoy aquí! No tienes que gritarme -contesto con el seño fruncido el pequeño soldado.

-¡Pues no lo parece, idiota! No tienes ni el casco puesto, los pedazos de metralla y rocas están cayendo aquí dentro, siempre entras en ese extraño estado de transe en este tipo de situaciones -replicaba Jacob.

-Es que es malditamente extraño, por que querrían los rusos iniciar un ataque de noche, en inferioridad numérica y armamentística y aún sobre eso bajo un contexto de ataques contantes de nuestra parte, estratégicamente lo más inteligente por parte del mariscal ruso es retenerse hasta que les lleguen más refuerzos -explicaba Hans -.Es como si tuvieran algo en mente, como si fuese una trampa o algo más -siguió Hans.

-¿Algo más? No te estarás refiriendo al arma que decía el oficial Mannerheim ¿Verdad? Esa tal arma es claramente un instrumento propagandístico ruso para que sus desdichados soldados tengan un poco más interés por morir -decía Jacob con el seño un poco fruncido.

Mientras los muchachos seguían hablando, de repente se empezó a escuchar un extraño sonido a la distancia.

-Espera, ¿que es ese sonido? Suena como a-.

-¡tractores! -interrumpió Jacob a su amigo con una voz de sorpresa y confusión.

- ¿Tractores? ¡Maldición! ¡Son carros de combate! Al parecer los malditos británicos compartieron sus Mark I con los rusos -exclamaba Hans con gran tono de miedo y confusión en sus palabras -. ¡Cómo es que el alto mando no advirtió de esto! Tenemos superioridad aérea, esto no debió haber sido ninguna sorpresa.

-Pero lo es, cabo Müller -se escuchó de la desgastada voz del oficial Mannerheim en el fondo.

El gran viejo comandante estaba detrás de ambos muchachos, acompañados de dos hombres altos y condecorados.

-Oficial Mannerheim, pensé que estaba dirigiendo y organizando a las demás tropas de la compañía -comentó Jacob mirando el panorama.

El escenario era catastrófico, los carros de combate rusos se iban acercando a la primera línea de trincheras alemana, los soldados no podían hacer más que observar y escapar ante lo que se le venía encima. Se enfrentaban a bestias metálicas inmunes a las balas y granadas, dichos carros infernales tienen un cañón delantero que los hace sentir como una pieza de artillería pero móvil e impenetrable, en los costados cada carro tenia un orificio por donde sale el cañón de ametralladoras, prestas para ser disparadas por los hombres desde dentro de dichos vehículos. Estos instrumentos de Ares se habían convertido en la piedra angular de las ofensivas en el frente occidental, el uso de estos tanques ha sido la punta de lanza que ha permitido a ejércitos de ambos bandos romper las inamovibles trincheras y alambradas que se encuentran en cada línea de frente.

-¡Capitán Hedwig, hay que solicitar ataque de artillería, a este paso nos van a aplastar -gritaba el teniente Schmitt, segundo al mando de la compañía que lideraba Hedwig.

-¡Ya ha sido solicitado el ataque, solo tenemos que resistir un poco mas! -exclamó el capitán.

Con el paso de las bestias de acero las alambradas eran destruidas y demolidas así ya acercándose a la primera línea de trincheras germana.

¡Fuego! -exclamó al unísono el escuadrón de artillería mientras activaban el detonador de las piezas de artillería que se encontraban en la retaguardia de la última línea de trinchera alemana.

Con dicha exclamación, el sonido de mil truenos se escuchó y con el una apoteocica lluvia de fuego y metralla caía desde el cielo cual apocalipsis bíblico.

-Eso debe al menos retrasarlos un poco, el fuego de artillería no es lo suficientemente preciso para contrarrestar a los carros de combate rusos de manera eficaz, pero ante tanta lluvia de fuego si que muchos quedarán destrozados -comentaba el teniente Schmitt con su escuadra.

El teniente Cristof Schmitt es un hombre bastante capaz, proviene de un gran linaje de caballeros y oficiales que datan desde la era del primer Reich, el Sacro imperio romano. Su padre luchó en la guerra franco - prusiana, y el mismo desde muy joven estudió en la academia militar de Hamburgo. Ahora está sirviendo en el frente oriental debajo del capitán Hedwig quien a su vez recibe órdenes del general Erich Mannerheim.

-Ciertamente es como dice, teniente Schmitt, sin embargo, un bombardeo prácticamente encima de nuestras propias tiene el asunto de bajar la moral de nuestras tropas, nuestro escuadrón de exploración debería estar en total comunicación con nosotros dándonos actualizaciónes sobre los movimientos enemigos, no podemos permitirnos darnos cuenta de un ataque blindado por el sonido de las orugas -comentaba ya más calmado y mientras se iba acercando el capitán Hedwig.

Defenderemos nuestra isla sin importar el costo.
                   -Winston Churchill

El último teutón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora