Mini-maratón 3/3
FRAN
El frío me araña el rostro y me obliga a parpadear más seguido para que no se me congelen los ojos. Había olvidado lo que era la temperatura de Minnesota, tan helada que te llegaba hasta los huesos y te hacía tiritar incluso bajo el sol. Creo que me he puesto toda mi ropa de abrigo junta y aun así mis pies parecen dos hielos a punto de quebrarse.
Entro a casa con dificultad, entre el viento helado, la nieve y las maletas se me complica caminar. La única luz encendida se encuentra junto al sillón, una vieja lámpara que con mamá encontramos en una venta de garaje; la calefacción no está encendida, pero la pequeña vivienda está cálida.
Arrastro mis bolsos hacia mi habitación, un lugar que solo utilizo durante las vacaciones y que ni siquiera debería llamar del todo mío. Cuando me fui a la universidad mi madre y yo compartíamos un pequeño departamento en el centro del pueblo, mi habitación medía lo mismo que una caja de zapatos y no cabía nada más que mi cama; sin embargo, cuando me mudé y mamá pudo tomar más turnos en el trabajo y aceptar más responsabilidades, ella se trasladó a esta casita que le encanta. Es bonita, aunque casi no tengo recuerdos aquí. Soy como un invitado, solo de paso antes de partir de nuevo.
Escucho la puerta principal abrirse y no dudo en tirar las camisetas que tengo en mis manos sobre la cama y casi correr a su encuentro. Mamá me recibe con los brazos abiertos, tan abrigada como yo al llegar y con copitos de nieve en su cabello rizado. La abrazo con fuerza, me entierro en su pecho y procuro no llorar. La he extrañado tanto.
—Mi niña, mi Francine —solloza contra mi cabello, arrullándome como cuando era una niña.
—Te he extrañado, ma.
—Yo a ti cielo. Discúlpame por no haber ido por ti a la estación de autobuses.
Me echo hacia atrás para mirarla y sonrío entre las lágrimas que no he podido aguantar. No ha cambiado nada desde el verano cuando la vi por última vez, su cabello continúa castaño y alborotado con tantos rizos; su sonrisa, tranquila y su mirada de un cálido color miel. Mi madre es joven, me tuvo siendo una adolescente y podríamos pasar por hermanas considerando lo parecidas que somos. Ella siempre dice que lo único bueno que mi padre le dejó fue a mí y a mis dulces ojos grises.
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De una boda y otras mentiras
Novela JuvenilNoah y Fran no se conocen. No tienen los mismos pasatiempos ni los mismos amigos y, mucho menos, las mismas aspiraciones. Pero hay algo que sí tienen en común: ambos asisten a la Universidad Phoenix. Y en un viaje no planeado a Las Vegas, tendrán al...