Capitulo Nueve

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¿Qué son solo tres pisos?

Afuera: Tormenta eléctrica.

Adentro: Crisis existencial.

Quince minutos atrás, los cuatro estaban fuera de la mansión, buscando la manera de entrar.

A los diez minutos, Jack tuvo el ataque de pánico y terminó desmayada en un sofá.

Y, alrededor de estos últimos cinco minutos, Martin, Joe y David, sumidos todos en un estático silencio —casi peligroso—, sentados en una media luna, sobre las sillas que habían acomodado alrededor del sofá mientras observaban a Jack sosegadamente hipnotizada en una especie de estado aislado a todo su alrededor. Habían intentado despertarla, pero por más pellizcos a los que Joe le sometió —al menos hasta que David lo detuvo—, ella se reusó a reaccionar y mantuvo esa acompasada y preocupante respiración escasa.

Ahora que la observaban atentamente, o más bien, ahora que se observaban todos entre sí, se daban cuenta de que, si ninguno se conociera y está fuera su primera convivencia, justo ahora pensarían —aunque en realidad ya lo estaban haciendo— que, o Jack acababa de escapar de un asesino en serie que estuvo a dos pasos de matarla, o que ella era la asesina en serie y el juego le resultó al revés.

Ninguna de las dos opciones era buena.

Ni tranquilizante.

Estaba totalmente cubierta de sangre, sudor, lodo y lágrimas. La única ropa que llevaba no la cubría más allá del comienzo de sus muslos y su cabello parecía más un nudo de pájaros que cabello en sí.

En realidad, ninguno tenía mejor aspecto.

La camisa de Martin estaba abierta por un lado en un gran corte en su costado derecho, creado al salir de la puertilla en la cocina para llegar al patio; eso fue motivo suficiente para que se deshiciera de ella y quedará vestido solo con sus pantalones.

A Joe le faltaba la parte inferior izquierda de sus jeans, y eso exhibía una pequeña herida en la parte trasera de la pantorrilla, la cual no tenía muy en claro con que se la había hecho, pero que le provocaba un ardor terrible, en especial por el ungüento de lodo con el que estaba cubierto.

Y David... Bueno, él no tenía la ropa rota y aún seguía completamente vestido, pero la expresión y actitud que había adoptado en los últimos tres minutos preocuparía hasta al perro anciano del vecino.

Parecían salvajes salidos de una selva con ropa cara y una belleza extrañamente llamativa.

Todo un espectáculo.

A pesar de que todo se encontraba oscuro y silencioso dentro de la casa —realmente oscuro y silencioso— ellos no se sentían para nada a salvo. Su estado de ánimo se acercaba a la adrenalina que se experimentaba al estar a la expectativa caminando en el interior de una Casa del Terror, esperando con ansias y a la vez mentalizándose del payaso que estaba escondido entre las paredes —que probablemente iba a espantarlos con una facilidad impresionante—, en la feria del estado celebrada el 31 de octubre, para su salud mental.

Se sentían extrañamente observados, pero quien tenía esa sensación susurrándole en la nuca tan fuerte que hasta se le erizaban los pelos, era Joe. No quería girarse hacia la panorámica de vidrio a sus espaldas, no quería levantar la mirada hacia el recibidor de la mansión frente a él, no quería ni moverse o respirar demasiado fuerte.

Tenía un único pensamiento: «Quieren sabotearlo todo...», y eso le llevaba a pensar, «Alguien ya lo sabe todo».

Estaba paralizado y no sabía en dónde meterse. Y la única persona que siempre le calmaba estaba profundamente dormida en el sofá. Ni siquiera tenía el valor de externar su angustia con sus amigos.

Pasada La Media Noche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora