Prólogo: Ángeles

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Tablas cruzadas, cintas restrictivas con la poderosa frase, entre trompetas de sonidos rojos y blancos, "PROHIBIDO" esparcida sobre ellas, además de suciedad y humedad sobre todo lo anterior. Sin embargo, esto no es siempre suficiente para los curiosos y entrometidos, que no median riesgos, o que esperan que todo salga bien; ¿Por qué no habría de resultar bien, si ellos son los héroes de la - de su propia - historia?

Las sombras son enemigo natural del hombre, y aquí, en la entrada del tren subterráneo, abandonado hace años - desde que el terremoto del '85 interrumpiera y pospusiera su construcción, hasta hundir el proyecto hasta el fondo en la lista de prioridades, perdiéndose en la memoria del mundo, sepultada por un par de tablas y una cinta -, se daba el paso desde la tierra de los vivos hasta la oscuridad.

Pero la oscuridad no puede dañarte, todos lo sabemos; a pesar de que tus instintos más primigenios e infantiles te dicen que no has de entrar allí, poco a poco te adiestran, te adiestras, a que las sombras están vacías, y que no hay nada que te dañe en ella. Solo sombras envueltas de sombras.

¿Y acaso no hay sombras en todas partes? ¿No es la sombra el estado básico de cualquier espacio, hasta que la luz le oprime su presencia, haciéndola retraerse humillada a rincones húmedos?

Porque los monstruos, las criaturas, y los entes malignos no existen. Son solo maquinaciones de los humanos, de sus mentes temerosas y frágiles, para justificar lo que no pueden explicar. Tan solo eso, nada más.

Todo esto llenaba la mente de Miguel, turbulenta, cuando frente al agujero discutía con sus hermanos mayores, Sara y Ariel, los cuales lo instigaban a entrar, para demostrar su hombría.

- ¿Qué crees que hay allí adentro, cobarde? - le dijo ella, sonriendo con sus labios pintados, de un rojo sanguinolento, el cual daba la impresión que, al besarle, morirías casi inmediatamente de un caso grave de septicemia. Era una chica de piel morena, y cabello negro, alta, de 17 años (en dos semanas cumpliría los 18), y vistiendo un polerón con unos pantalones cortos, y medias que combinaban con su labial. Su mirada expelió malicia.

- Nada, solo que es peligroso entrar a un lugar así - respondió.

- "Solo que es peligroso bleh bleh bleh" - lo imitó Ariel, de la manera más hiriente que su voz en proceso de cambio le podía entregar. Tenía 15, una polera negra de una banda de metal y pantalones militares, junto a unas botas muy pesadas. Además, tenía un cuerpo lleno de hormonas, y un pésimo carácter. Usualmente se metía en problemas, o volvía con sangre en la cara o en las manos, suya o de alguien más.

- Eres un pesado - rió Sara -, el pequeño tiene miedo, es normal en alguien de su edad. Deberíamos dejarlo tranquilo - la cara de Miguel se iluminó levemente, con un ápice casi imperceptible de esperanza, pero no esperaba que ella dijera -, después de todo, aún es un niño pequeño.

Sus entrañas se apretaron y le comenzó a quemar el orgullo. Ya tengo 11 años, no soy un niño pequeño, estuvo a punto de gritarle, pero si lo hacía, esta solo se burlaría de él, sumado al hecho de que un par de lágrimas estaban a punto de escurrir desde sus ojos. Finalmente, decidido, apretó sus manos con tanta fuerza que sus uñas dejarían una marca, por un par de minutos, en su mano.

Avanzó, y dio un empujón a Ariel, que aún se desternillaba de risa en su cara, pues obstruía su camino. Este cambió su expresión, y se volteó para golpearle, pero su hermana lo había tomado del hombro, ante lo que se daba frente a sus ojos; no era necesario que lo detuviera, pues al girar, él también quedó estupefacto de lo que veía.

Miguel alcanzó la entrada del túnel, y antes de levantar la cinta que protegía la entrada, los miró, con su mirada, tanto desafiante, como suplicante. Luego, entró por un hueco que se formaba entre las tablas.

Los hermanos mayores se miraron incrédulos, y rápidamente cayeron en cuenta de que debían continuar con su plan, el cual era dejarlo encerrado un par de minutos adentro, y que suplicara por salir un poco; un pequeño susto no le hace mal a nadie.

Se acercaron, y con una lata metálica taparon el paso entre las tablas, sosteniéndola con todas sus fuerzas, en caso de que el bebé empezase a forcejear por salir. Era solo una pequeña broma.

Estaban seguros que Miguel se asustaría de que la mayor parte de la luz se hubiera esfumado, y comenzaría inmediatamente a golpear, pidiéndoles salir. Lo dejarían allí unos minutos, y luego lo sacarían. Habría demostrado ser un hombrecito, así que le comprarían algo; no eran tan malos hermanos, creían ellos.

Pero los segundos pasaban, y nada. Quizás solo se estaba haciendo el valiente. Medio minuto, y aún no se oían súplicas. Puede que no lo hubiera notado. Un minuto y medio. "¿Miguel? ¿Enano?"; no había respuesta. Se miraron, y ambos sabían que estaban de acuerdo; soltaron la lata, y miraron hacia dentro, mientras esta caía estruendosamente hacia atrás. Estaba totalmente oscuro, a excepción de un par de rayos que se filtraban por los diminutos huecos que quedaban entre las tablas.

- ¿Miguel? ¿Dónde estás? - comenzaron a gritar, pero solo su eco sonó de vuelta.

Empezaron a entrar, con gritos de "Miguel", "Esto ya no es gracioso", y "Tenemos que volver a casa". Ya dentro, Sara trató de iluminar con su celular; lo sacó del apretado bolsillo del pantalón, para alcanzar a ver como este lanzaba un mensaje de batería baja, y se apagaba.

Ambos sabían que algo no andaba bien en ese lugar: su hermano perdido en las densas sombras, ellos carentes de luz alguna para guiarse en su búsqueda, pero hasta el momento toda era normal. Hasta que oyeron el estruendo de la lata metálica cerrándose contra la entrada, dejándolos a ciegas.

Inmediatamente, Sara tomó la mano de su hermano, y corrieron a abrirla. De pronto se oyó un chasquido tras ellos, y un leve susurro que parecía ser la voz de su hermano menor. Los llamaba y les decía que había estado perdido y temeroso en ese lugar. Entonces, ella continuó forcejeando, mientras su hermano fue a coger al niño, siguiendo su voz.

Cuando finalmente venció la fuerza que empujaba el obstáculo, y la lanzó a un par de metros con una patada, volvieron sus hermanos. Se tomaron de las manos, y a hurtadillas comenzaron a salir, siendo Sara la primera. Al salir, vio que la única luz que iluminaba en ese momento era la de un maltrecho farolillo que se estacionaba sobre ellos, siendo este un apéndice olvidado del camino principal. Lo segundo que vio - y sintió - fue como la mano de su hermano menor halaba de ella, como si algo lo estuviera succionando. Y finalmente, su última mirada reveló que, esa mano tosca y delgada, no era de su hermano. Era casi como piel, pero grisácea y gelatinosa, pendiendo de los huesos.

Al alzar la mirada, a ver el rostro difuminado por la sombra de su hermano, vio algo aterrador. La cara de su hermano menor no solo estaba oculta, sino que unida a las sombras como el petróleo, que parasita en animales marinos. Y sus ojos estaban llenos de ella. Esos ojos sucios y profundos, con cuencas infinitas, la miraron. Y en ese momento comenzó a gritar con todas sus fuerzas.

De pronto, las tablas se torcieron, y las cintas se desataron, y el agujero se abrió cual umbral, en el cual estaban parados sus hermanos, consumidos, envejecidos por la oscuridad, sonriendo como desquiciados, y con cientos de criaturas alquitranadas a sus espaldas.

Y la mano de Miguel, aún estaba pegada a la suya, tiró.

Y ella se resistió. Y las manos de los caídos se alargaron, alcanzando su brazo, su pierna, el pecho y el hombro, y finalmente enmudeciéndola con una en la boca.

La tiraron, y en el momento que estaba frente a los ojos de Ariel, este acercó su mano, y le cubrió los ojos con una mano negra, hundiéndola en la oscuridad para siempre.

Las tablas se desdoblaron y las cintas se restituyeron, y todo quedó en silencio, tal como al principio.

Gabriel despertó de su sueño, y supo que algo atroz acababa de ocurrir. Miró la hora, y el reloj anunciaba las 3:34 de la madrugada. Y el sabía que debía hacer. Tomó su maleta, y partió camino a la capital en su vieja camioneta Chevrolet. Lo que temíamos, está a punto de ocurrir, pensó, la historia del '85 se volverá a repetir.

Al día siguiente, junto a la foto de los tres hermanos desaparecidos, una noticia alegraría a cientos en la ciudad. Se comenzaría a reconstruir la abandonada estación de trenes subterráneos.

Línea 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora