Capítulo II: Sombras

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¿Alguna vez has sentido... más bien, recuerdas esa sensación infantil de que algo está mirándote, entre la tinieblas de la noche, o escondido bajo tu cama, o oculto bajo la alfombra negra que te sigue al caminar? Esa sensación de incertidumbre, la ilusión de un par - o quien sabe cuantos - ojos mirando, brillantes en la oscuridad, y sonrisas macabras sosteniéndose, para evitar que se derramen o se desplomen en el suelo.

Son aproximadamente las seis de la mañana, y aún no consigo pegar un ojo. Hoy ha sido una de esas noches; de esas que te presagian que hoy es tu turno ser observado, escrutado minuciosamente, y fugazmente olido, e intangiblemente saboreado.

Algo te dice que no debes cerrar los ojos. Y cuando tratas de cerrarlo, sientes como esa sombra más oscura que el negro se acerca, y cauteloso, se acerca a ti. Cada vez más cerca. Sientes su pútrido olor a humedad, a madera mojada, y oyes como su respiración se vuelve cada vez más clara, hasta que de un momento a otro, está respirando tu mismo aire. Y abres los ojos, y se vuelve a fundir con las sombras que reinan en tu habitación.

Tembloroso, y con mucho cuidado - para evitar que se de cuenta - enciendes la luz, pues sabes que no es capaz de vivir en ella. Aunque tienes claro que para ese entonces, ya está oculto en las sombras de los roperos y bajo las tablas de tu lecho; bajo tus propias sábanas, quizás...

O estás familiarizado con esos ojos brillantes y negros que se ven allá, en el rincón más oscuro de tu habitación, que te miran fijamente. ¿Recuerdas ese dicotómico terror? ¿Recuerdas cuando te preguntabas a ti mismo si dejar de mirarlos, o no permitirles moverse? Porque, en la noche oscura y terrorífica, nada obedece a las leyes naturales; no puedes estar seguro de nada. Porque en la noche oscura y terrorífica, estas criaturas habitan donde no pueden ser vistas, y desaparecen al mínimo rastro de haber sido descubiertas; viven en tu cabeza, y viven fuera de ella. Porque en la noche oscura y terrorífica, no importa cuanto lo repitas, "no hay nada allí" es solo una dulce mentira. Porque en la noche oscura y terrorífica, vuelves a ser un niño; y a la oscuridad y el terror le encanta la carne fresca.

Finalmente el sueño te vence, y aun contra tu más básico instinto de supervivencia, caes dormido... Pero incluso en tus sueños, puedes ver a esa criatura, humeante, fría, descarnada, y sonriente, pegada a tu oído, respirando sobre él...

Y una horrible pesadilla posa sus pezuñas en tu lóbulo frontal, y te despiertas transpirando, en la más profunda oscuridad; al tranquilizarte, recuerdas que nada te hará daño pues todo es solo una ilusión de tu mente infantil o tus recuerdos reprimidos... Luego una vaga e inesperada pregunta cruza por ti, ¿Cuándo apagaste la lámpara en tu mesita de noche? Giras, para revisar y confirmar que no se haya fundido la ampolleta, y cuando la prendes, notas que junto a ella está...

El joven Omar se despertó, al igual que las dos noches anteriores, empapado en un horrible sudor frío, y con el corazón a punto de reventarle en el pecho; encendió la luz, lentamente, temiendo la posibilidad de que aún estuviese envuelto en el sueño. Cuando alcanzó el interruptor, temió el posible resultado de esto. Contó hasta tres en su mente, y al llegar al último número, presionó, sin más, el artefacto.

Junto a su cama, no había un alma. Era casi como si le faltara algo en su habitación; sentía que, en ese espacio vacío, debía estar parado lo que vio en su sueño... acechándolo.

Había tenido la misma pesadilla una y otra vez, durante los últimos dos días. Despertaba en un lugar extraño; era oscuro, y apenas un par de luces provisionales, pegadas a las paredes, iluminaban un pequeño sendero. Era como un túnel, con paredes de concreto. Él estaba descalzo, y solo una humilde bata como de hospital le envolvía.

Sin más que hacer, y sin ningún lugar donde ir, recurrió al consejo del gato de Alicia: no sabía donde ir, solo quería salir de allí, así que, no importaba que camino tomara. Puso un pie delante del otro, sobre el frío suelo de cemento, y se lanzó a la aventura.A medida que caminaba, a los lados del túnel, iba encontrando una puerta tras otra; grandes, gruesas y metálicas puertas. Como las que hay en las cárceles. "O en los hospitales psiquiátricos", pensó - o quizás lo dijo, no estaba muy seguro. Estaban cerradas, muchas de ellas demostraban que habían estado allí; el moho y el óxido las cubría; y a medida que avanzaba, el destrozo natural producto del paso del tiempo se volvía más evidente. Puertas con trozos faltantes, con pernos reventados, y atrancadas, mayormente por un trozo de madera grande y macizo.

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