5) Parte 1

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A long time ago

El Rey exhalo un suspiro molesto, sin la mas mínima intención de ser discreto. Algunos de los asistentes bajaban las cabezas apenados, otros desviaban la mirada y unos pocos despistados seguían riendo y bebiendo. El comandante del ejercito, quien acababa de molestar a su soberano, no se daba por aludido. Los ojos azules del Rey, generalmente amables, chispeaban de ira y sed de sangre. A su lado, uno de los soldados, trataba de llamar la atención del impertinente hombre sin éxito alguno. El Consejo al completo, aguardaba silencioso, y algo temeroso, de la represalia. Un extranjero, sentado en un rincón oscuro pero con su único ojo en alerta, observaba la escena.

—Entonces, Mortimer ¿Bajo las ordenes de quién asediaste el noreste del Bosque Antiguo?

El silencio fue inmediato, la palidez inundo el rostro de su Comandante ya consciente de las miradas ajenas.

—Mi Rey, yo no... —fue incapaz de continuar, la mirada que se le dirigía le dio pavor.

—Tal parece, Mortimer, que eres incapaz de cuidar tus palabras... menos aun tus acciones.

Un oscuro reflejo en los ojos azules le dio al extranjero una sensación agradable de peligro. Debía admitir que su Majestad era extremadamente seductor cuando se ponía tan salvaje. Carraspeo un poco para bajar su libido, aquel no era un buen momento ni el lugar para dar rienda suelta a sus pasiones.

—Quizás un tiempo al servicio del Baron Liondulc logre remediar tu comportamiento.

El gemido de disgusto no se hizo esperar, el Comandante estaba mas que molesto. Volteo a ver al noble con la mirada desafiante, sin mostrar su autentico miedo por los rumores que había sobre el extravagante hombre. El rostro pulcro, joven y hermoso de Amadeo Loindulc le sonrió siniestramente, con los ojos de color caoba le miraban con hambre. Aquella mirada le piso la piel de gallina.

—Sera un placer, su Majestad, domar a su impertinente lugarteniente. —suave, calculadora y seductora, así era la voz del Baron; como si estuviera hecha de pecado.

Su Majestad dio la orden de seguir con la celebración y la música volvió a sonar en la sala.

Charles D'Mont era el Rey de Caledonia, había quedado viudo tras apenas seis años de matrimonio y solo con una hija como descendencia. Se le había conocido por ser justo, amable y de gran ambición; escuchaba a su gente y había logrado alianzas con los países vecinos gracias a su astucia. El ambiente en la región solía ser agradable y llena de vida. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando la pequeña princesa Adela fue encontrada muerta cerca del bosque, durante el tercer aniversario de la muerte de su madre. El Rey se volvió frió y distante, su furia daba pavor pues llegaba a ser cruel con los desafortunados que lo perturbasen. Las razones eran variables, la gran mayoría insignificantes pero que, con el dolor que cargaba el soberano, se volvía mas trascendente. La gente que antes lo admiraba y respetaba, ahora le temían rehuyendo su presencia cual peste se tratase. Una noche, tras el fatídico deceso, un visitante llego al palacio real. Desde las tierras heladas, llego un hombre alto, sombrío y con solo un ojo que llamo la atención del Comandante al ver su fuerza y destreza en combate. Rápidamente, se hizo cercano al Rey y su ejercito logrando ser el guardia personal del mismo soberano. La actitud fría de Chales se vio suavizada, volviendo un poco a como solía ser; la gente se regocijo en ver a su Rey sonreír de nuevo. Lamentablemente, las tornas volvieron a cambiar unos cuantos años después.

El hijo del Baron Liondulc, Amadeo, fue secuestrado por bárbaros cuando estaba yendo de emisario a tierras extranjeras. El Rey mismo, cansado de aquellos sujetos que llevaban un tiempo molestando (y a quienes atribuía las muertes de su familia), decidió enfrentarlos y darles caza. Nadie sabe a ciencia exacta que paso para que Chales se alejara de su armada, pero cuando volvió con la cabeza del líder de los bárbaros, ya no había nada de luz en sus bellos ojos. Eran casi inhumanos, su piel (de por si blanca) rozaba ya lo enfermizo, y sus oscuros cabellos parecían brillar de manera sobrenatural. Poco después el padre del jovencito murió, cediendo su titulo a su descendencia, quien se había salvado milagrosamente de la muerte por el propio monarca. Aquello trajo habladurías, desmentidas por el fiel guardaespaldas.

Aun así, el cambio repentino de ambos hombres fue indiscutible para toda la gente del reino.

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El Rey, ya desvestido, se acostó en su lecho. No estaba cansado, en su forma actual eso no era posible. Pero si estaba irritado, no le gustaba la prepotencia de Mortimer, ahora que sabia uno de sus oscuros secretos. El chantaje que le hacia le molestaba a niveles sobrehumanos... esperaba que su aliado le metiese tanto miedo, que el tipejo lo dejara en paz de una buena vez.

Un sonido ajeno lo regreso a su cena. Una bellísima joven de cabellos castaños, ojos verdes y piel suave se desangraba en el suelo frente a su escritorio. Su fiel guardaespaldas, igualmente desnudo, bebía una copa apoyado al mueble.

—Algún día lograre convencerte, Einar.

—Tal vez, pero no hoy.

El vikingo termino su trago y se abalanzo contra su amante.

—Ahora quiero ver ese lado que tanto placer me da y tanto miedo inspira en los demás.

—Eres un ser increíble, amor mio.

—No mas que tu, mi Rey.

La noche se volvió rápidamente un concierto de gemidos y blasfemias, mientras el cuerpo sin vida yacía sobre la fría piedra.

Hannigram (Historias Cortas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora