Prólogo

443 35 10
                                    

—Iré enseguida.

Víctor finaliza la llamada y su mano tiembla alrededor del celular; su naturaleza impulsiva le grita que lo arroje contra una pared, como si hubiera un efecto de anestesia en la imagen del aparato haciéndose añicos. Pero no, hay demasiada ira contenida en su ser, demasiado dolor que se amontona en la superficie y le taponea los poros; él sabe muy bien que un celular roto no podrá aliviarlo, si bien, solo lo lograría la imagen de la venganza desarrollándose frente suyo.

Víctor cierra los ojos y lo imagina. Más ahora que nunca la fantasía se vuelve nítida en su cabeza: puede escuchar el patético intento de ese hombre por contener los gritos, de tratar de resguardar su dignidad en los últimos momentos pero fracasar miserablemente; puede escuchar como cruje, como se rompe, como su carne se rasga y se hace tirones... Puede percibir el olor de su sangre en el suelo, esa misma que corre también por sus venas, y siente tanta satisfacción con ello, aunque sea momentánea, aunque sepa que nada de eso los traerá de vuelta a la vida... Disfruta cada segundo...

Su naturaleza impulsiva le grita que se vaya en ese mismo instante, su infantil esperanza le hace creer en la posibilidad de la mentira y de una trampa; pero aunque sus deseos más primarios son cobrar venganza de inmediato, recrear la fantasía exacta de su cabeza, sabe que no puede irse así como así, sabe que tiene que recuperar cada gramo de compostura, pues Yuuri no puede saber que un pedacito suyo se ha marchitado en su pecho, que ha perdido la guerra, que todos sus planes se desmoronaron como un montículo de arena arrasado por el mar.

Su mano comienza a darle vueltas a la cajita de terciopelo negro que tiene oculta en el bolsillo de su pantalón. Lo duda. Hace tan solo unos segundos estaba tan seguro de todo, pero ahora no tiene la menor idea de nada, ni siquiera de él mismo ni del chico que lo espera a tan solo metros de distancia. Finalmente, tras un hondo respiro, camina de vuelta al balcón. Sus pasos son un fiel reflejo de su sentir: pesados como la culpa sobre su espalda; duros como la necesidad de aplastar y moler; inseguros como sus propios y tambaleantes pensamientos. No sabe que hacer con respecto a Yuuri, con respecto a todos los planes de su vida.

Se detiene apenas abre la puerta y su visión le regala una escena hermosa: Yuuri recargado en el barandal, entre varias plantas trepadoras y flores de varias especies que lo perfuman. Le da la espalda y por eso apenas se le visualiza el perfil. Parece mirar con atención la ciudad, contemplar la vista nocturna tachoneada con millones de luces intermitentes que, de seguro, se reflejan en sus anteojos como si se tratara del manto oscuro del cielo. Víctor puede adivinar una sonrisa sobre sus labios. Puede adivinar que ha tomado un pequeño trago de la copa de champagne que todavía sostiene en su mano para tranquilizar un poco sus nervios. Puede adivinar que se encuentra ansioso por su regreso...

Víctor lo mira con detalle, algo dentro suyo desea grabar esa imagen como placa de metal en su cabeza... ¿Por qué otra razón apreciaría cada detalle suyo con la mirada y no con sus manos? Como la brisa nocturna agita su cabello azabache; como su silueta, ni demasiada delgada ni demasiada ancha, se marca debajo de su camisa blanca; como el pantalón se ajusta a su abultado trasero; como ha dejado apropósito su saco en la silla para que pueda antojársele más, para invitarlo a que sea él quien le otorgue algo de su calor; como ha adivinado que ya se encuentra ahí, que lo observa, pero que de todas formas ha decido fingir no darse cuenta, prolongar ese momento lo más posible, esa sensación de tener los ojos de Víctor degustando su figura, pero que no solo lo devoran con lujuria, sino con un deseo más próximo al amor puro de preservación.

Víctor detiene sus dedos y con su palma aprieta la cajita negra, provocando que los bordes se encajen en su palma y le dejen unas dolorosas marcas.

El dolor (no solo el de su palma) le hace recordar cómo, desde hace un par de meses, había tomado la decisión del matrimonio más por un capricho que por otra cosa. Sabía que su familia estallaría por ello, que habría peleas, movimientos internos, amenazas e incluso algunos derramamientos de sangre... Y a Víctor todo eso le parecía divertido, desestabilizar una familia que ya de por sí pendía de unos hilos delgadísimos llamados "dinero", "negocios" y "conveniencia". Además, no era como si la idea de compartir una vida con Yuri le desagradara; después de todo ese tiempo, le resultaba satisfactorio el imaginarse unos años más adelante todavía con él a su lado, compartiendo momentos, conversaciones y gestos, a veces en cama, a veces solo en otro lugar de la casa o en cualquier sitio distinto... El continuar en negocio con uno de los mejores socios que ha tenido era, sin duda, una excelente idea.

Al fondo (Yuri!!! on Ice)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora