¿Tres son multitud? // WigeTaXx // Lemmon.

Capítulo 3

---Digámoslo--- farfulló, confundido, Frank ---Debe saberlo.---

---No - espetó, tajante, Samuel ---Ni se te ocurra.---

Frank creyó enloquecer. Tuvo que tapar sus oídos con las manos por el simple hecho de no ser capaz de escuchar ni un minuto más la agonía del llanto de Willy.

--¡¿Por qué no?!--

Girando sus rostros hacia el otro, se miraron de frente. Los ojos de Samuel obtuvieron el triunfo de la pelea ocular, como siempre, porque el mayor tenía poder sobre el menor, porque el menor era demasiado bueno como para traicionar los meros pensamientos de su mejor, y único, y verdadero, amigo.

Samuel parecía una figura tallada en hielo. Su frialdad, hasta el momento, era contundente.

---Porque tú tampoco lo entiendes.--- Prendió, dando evidencia de sus nervios por la urgencia, un nuevo cigarro ---Ninguno de los dos entiende, Frank. Y quizá yo tampoco...---

--Hasta este preciso instante--, añadió para sí.

Porque Willy no mentía: él jamás les había fallado. Era el hombre más perfecto que ellos, como amigos, hubieran conocido alguna vez. Era tan perfecto que evitarlo había tenido que se menester. Por su seguridad, por conservarlo intacto justo como merecía al ser el ángel que era.

Porque lo amaban.

Los dos.

Sus ojos cafés tomaron el mando, se clavaron el Willy, se ataron a él abortos, embelesados. Lo amaban.

Lo aman.

En torno a Willy juró ver estrellas; las lágrimas eran diamantes. Su cabello, sus orbes marrones, todo era maravilloso. Era demasiado para Samuel, excesivo en belleza y delicadeza. Era un verdadero hombre, el hombre, el único. Era una pluma acariciando el centro de sus pupilas, obscena pluma blanca de narcóticos efectos, que no le liberaba, que lo condenaba a vivir por siempre a sus pies. Hipnotizado, giró hacia Frank: él también miraba a Willy, él también le hacía el amor con los ojos. Frank lo estaba desnudando, lo estaba acariciando, besando, succionando, penetrando, justo igual que él, que ese Samuel que vio en su mejor amigo un espejo de sus propios sentires. Lo amaban igual, porque los amores eran calcos.

Porque se habían enamorado de él juntos.

Por eso miraba a Frank, porque hacía tres meses, sobrepasados por el enfermizo y vehemente amor de juventud, decidieron preferirse el uno al otro antes que a él. Y es que su amistad no podía quebrarse, porque sin el otro, estaban solos en el mundo. Hubiera sido fácil traicionar a Frank y buscar a Willy para reclamarlo, para dedicarle una sincera declaración que lograra traspasar la acostumbrada barrera de la amistad, pero no podía hacerle algo así, no al único amigo que tenía y necesitaba, aquel que lo sabía absolutamente todo de él. Frank sabía hasta lo que no debe decirse cuando la intimidad del ser se trata; sabía demasiado, lo hacía porque Samuel, al mirarlo a los ojos, se miraba al espejo.

En Frank encontraba -encontrará-- la respuesta a todos los enigmas de su existencia. Así de fuerte era el nudo que los ataba, ese nexo son grises que volvía puro todo cuanto lo rozara. Nunca había confusión, doble sentido, desconfianza, recelo, envidia; había transparencia, porque Frank era más que un espejo: era un vidrio. Samuel, al mirarse en el vidrio, no veía a su mejor amigo, hermano, incondicional alma gemela; se veía a sí mismo, porque uno era más el otro que el propio. Y amaba a Frank, lo amaba como dos hombres atados al nexo más brillante, el de la amistad, se aman: con la tranquilidad de que nunca hará falta una palabra que aclare lo oscuro del alma; el otro entiende porque uno lo hace, el otro siente porque uno lo hace, el otro existe porque uno lo hace. Y viceversa, y etcétera. Y Frank, ante él, sin vergüenza que pudiera impedírselo, desnudaba a Willy con los ojos. Al sentir el nexo que lo ataba a su mejor amigo, al abandonar la contemplación de éste para dedicarse a desnudar a Willy con sus propios ojos, lo entendió, sí; aquel misterioso dilema tuvo respuesta.