Introducción.

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Abre los ojos. El despertar, al fin. El sol, que cae sobre la cama a través de la ventana que está a su derecha, se incrusta en sus párpados. Es el calor quien le despierta. Se siente dulcemente sofocado; la sensación lo tiene seducido. Aún no recuerda, más no demora en hacerlo, pues lo descubre: dos alientos lo están acariciando, lo hacen desde el principio del nuevo día. Suspira, los ojos clavados, así como los dos alientos lo están en su cuello, en el techo. Acaba de recordar; acaba de dejar atrás ese sentir que no se tiene nombre, que no se tiene historia, que solo se es un ser, sin forma, sin alma: ojos y el sol que entra por la ventana, nada más.

Los alientos cambian, de pronto, su ritmo. Despiertan, como él. Un segundo, dos, diez; él siente, de una suave parpadeo al otro, una mano en su cintura, otra en su mejilla, otra en su ombligo, la última sobre su cabello. El sol desaparece; dos pares de ojos se manifiestan ante él. Uno traga saliva, el otro carraspea hacia un lado. El silencio es el enemigo más poderoso de la historia.

--¿Lo estás?-pregunta uno, el incitador, el líder, el mayor de quienes están presentes.

--Si lo estás , nosotros... -- susurra el otro, el seguidor, el dulce, el que más cerca está de él en edad.

La luz de los dos pares de ojos, hasta el momento incandescente, se apaga. Al notarlo, él siente enloquecer. Gime de dolor, levanta los brazos, regala a cada mejilla el dorso de una de sus manos. Al sentir sus caricias, al ver su nerviosismo, ambos tiemblan de un frío totalmente ausente de la escena. La luz no retorna a los dos pares de ojos; él ya ah recuperado la memoria, ya es capaz de evocar cada segundo de lo que entre los tres había sucedido la noche anterior. Repasa, en un segundo, cada instante; un escalofrío le recorre la espalda. Cada pulgar se apoya en una boca, me mueve a un lado, al otro; recuerda todo.

Recuerda en exceso.

--Que extraño es- piensa sin dejar de mover sus pulgares en aquellas bocas tan bien exploradas horas atrás. -que extraño es, si... tres personas en una cama para dos, Samuel a mi izquierda, Frank a mi derecha- .Acaricia las bocas, explora las texturas de las pieles; evoca cada uno de los millones de besos como si aquello estuviera sucediendo una vez más. -Que extraño, las mejillas enrojecidas, las gargantas ásperas por la más desesperada sed: los tres idénticos. Que extraño es, los tres desnudos con nuestros latidos al unísono, vertiginosos de igual forma, sintiéndonos igual de sofocados, la respiración errática en cada uno de nosotros-- .

Casi abruptamente, detiene sus caricias; sus pulgares quedan en medio de casa boca, y éstas los besan, cada una a su manera, porque cada boca pertenece a un hombre cuyo nombre es distinto, porque cada boca tiene su propia historia, porque cada boca pertenece a un ser que ha recordado lo mismo que él: la noche anterior, los besos, las caricias, los intercambios, las entradas, las salidas, las manos que eran cuatro y parecían miles. Lo recuerdan, los tres, lo hacen porque sus pieles les explican todo lo sucedido por medio del sudor que les pertenece en igual medida, que aún está sobre sus cuerpos, adherido a cada rincón del mundo que juntos constituyen, cuyo escenario es esa cama, ese sol: esos seres que fueron, hace horas, uno.

Se miran fijamente, él a estos dos hombres y éstos dos hombres a él.

--Que extraño es- culmina él, --los tres desnudos, juntos, tan entregados ellos a mi como yo a ellos--.

La seriedad se apodera de sus facciones. Ellos, sin dejar de besar las puntas de sus pulgares, tiemblan una vez más.

Lo hecho, hecho está. Ya no hay vuelta atrás.

¿Tres son multitud? // WigeTaXx // Lemmon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora