Capitulo 2

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--Señor, no hace falta: pase.-- Willy giró hacia la voz y se encontró con el portero, que le sonreía con la misma amabilidad de los últimos tres años, la puerta del edificio abierta y detenida por su cuerpo fornido. --Hacía mucho que no lo veía por aquí.--

Como respuesta, él asintió, sonriente y avergonzado.

--Gr-gracias.--

Entró. Fue hacia el ascensor, subió. Tocó el último piso, el doce. Se detuvo ante la puerta. Como el piso era compartido con la terraza, en éste solo había un departamento, que era, por supuesto, el de sus amigos. Intentó normalizar su respiración antes de tocar el pequeño timbre plateado que estaba a la derecha. Se tapó la boca como en su cuarto.

--No puedo--.

Pero tenía que poder. Una suerte de violencia recibió en su pecho y movió, solo, sus manos, como un viento soplando sobre todo su cuerpo, manejándolo a su antojo desde el nacimiento de su inconsciente. Tocó el botón; nada. Se dijo, apretando con fuerza, sus manos en cerrados en puños, que no estaban, que debería volver a intentarlo otro día, quizá entre semana, pero unas voces casi imperceptibles, aunque sí existentes, le dijeron que ellos, los dos, sí estaban ahí. Si bien no entendía ni un ápice de lo que decían, los reconoció fácilmente: allí, del otro lado, estaba la voz chillona, aunque dulce, de Frank, y la voz algo aguda, de Samuel. Eran ellos, al fin. Sonrió en el momento crítico de sus nervios.

Frank abrió la puerta, su rostro serio, sus facciones deformadas por un susto que no tenía razón de ser.

Aún.

--Willy...-- balbuceó rojo como un tomate. ¿Qué le sucedía? Él no ocultó la impresión al notar los tan evidentes nervios de su amigo. Frank, al verse descubierto, tragó saliva. ¿Por qué tan incómodo?

¿Por qué con él?

Hacia el fondo, detrás de Frank, pudo ver el sofá de la sala, Samuel estaba sentado en el medio, sus piernas cruzadas con despreocupación, un cigarro que acababa de ser prendido, al juzgar por la longitud, en su boca. Samuel clavó los ojos en él.

Se produjo un prolongado silencio, en el cual Willy, pese a los nervios, fue capaz de notarlo todo: Samuel lo disimulaba mejor, más también estaba nervioso, tanto como ese Frank que estaba hecho una estatua frente a él, con la boca abierta y los ojos desorbitados. Eran ellos, los de siempre, hacia el final del túnel que eran los nervios, los vio en su esencia más pura:

Samuel, que en apariencia era antipático, quisquilloso: de fondo, la mirada más imponente que Willy había visto en su vida. Es de esas presencias que erizan la piel. Debajo de esa especie de arrogancia que parece ostentar orgulloso, aparente signo de juventud y estatus, se esconde una infinita nobleza, una que él solo sabe, quiere y puede demostrarles a las personas que ama; a nadie más. Por eso, cuando Willy lo miró a los ojos por un momento, vio en el café de su mirada el amor que él tuvo siempre, intacto. Vio los gritos que su lenguaje corporal y las facciones de su rostro sabían ocultar, pero que sus ojos sabían como bramar para contradecir lo demás: eran gritos de cariño, de congoja, de más retorcida desesperación. ¿Por qué? ¿Por qué Samuel se veía así, tan subyugado por algo que sólo era él, el Willy de siempre, el tercero entre ellos dos?

Y Frank, ese Frank que parecía, -y parece, y no es- atolondrado, muchacho de infinita imaginación, una tan grande como su bondad. Sonríe cada segundo porque es demasiado bueno, y en su perpetua bondad necesita contagiar ánimo a todos los que lo rodean, porque es dulce como esos caramelos que tanto le gustan, a los cuales es casi un adicto. Hay algo perverso al final de sus ojos negros, porque no es tan inocente como su progenitor lo parece; Frank está más curtido, es más expresivo en sus emociones, está más contagiado de las manchas de la ciudad que el resto de su familia. ¿Por qué no le sonreía? ¿Por qué no lo pellizcaba para hacerle cosquillas, como cuando eran tan, tan niños?

¿Tres son multitud? // WigeTaXx // Lemmon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora