Capítulo 5

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El abrazo era tan fuerte, tan comprometido, que lo que prosiguió fue natural, lo fue porque los presentes lo deseaban, porque estaban de acuerdo, porque el amor es un sentimiento que, para expresarse fuera del corazón, necesita de la piel, del cuerpo, del sexo del ser amado: a cada lado del cuello de  Willy, Samuel y Frank se miraron por última vez. Sus párpados cayeron segundo a segundo, milímetro a milímetro, mientras Willy apretaba la mano de uno y el cuello del otro. Con sus bocas dispuestas sobre la base del cuello de ese hombre, cerraron los ojos del todo. Ya no más miradas; lo único que los dos querían era gozar de su hombre, el de ambos, como si no hubiera un mañana, de la forma en la que Willy lo merecía: con la más perpetua pasión. Los besos dieron inicio mientras que sus dedos peinaban su cabello, diez dedos de hombre, largos, gruesos y fuertes dedos masculinos, y Willy, al sentirlos, lanzó un suspiro al aire, apretando sus párpados con fuerza, suplicando no perder la cordura, no caer, no desmayarse por causa del calor que, ni bien fueron dados los dos primeros besos, nació entre los tres cuerpos, ese mismo calor que los mantiene pegados la mañana siguiente, él debajo, ellos encima.

Las bocas transmitían lo mismo, mas eran distintas, se comportaban de formas diferentes: la boca de Frank era cautelosa, iba de a poco, tanteaba. La boca de Frank se movía con calma, actuaba sólo con sus labios, no con sus dientes, no con su lengua. Había más temblor y dulzura en esa boca, que le daba besos cortos, besos que se escuchaban, que eran caricias de amor. La otra boca, la de Samuel, era el polo opuesto: en ésta había lujuria, pasión, urgencia. La boca actuaba con la lengua, que lamía, y con los dientes, que acariciaban al moverse en la extensión de la piel masculina, como rasgando sin rasgar. Esa boca fue la que erotizó el momento, lo hizo al abrirse, al clavarse en el cuello y succionar la blancura. Willy gimió por primera vez.


—¡Samuel...! —

Su cuerpo reaccionó, y se pegó al de Frank por instinto, ese que, en la intimidad, lleva a mover las caderas hacia adelante, buscando con el movimiento la unión más antigua y natural: la unión de dos cuerpos en la intimidad de sus sexos. Frank, al sentir el movimiento de Willy, pareció despertarse de aquel disfrute genuino que eran sus besos. Mientras Samuel continuaba succionando, dibujando con sus labios una enorme marca roja en la base del cuello de Willy, sus manos temblorosas hundidas en el dibujo de la cintura de él, Frank deslizó su boca hasta la de Willy, pasando primero por su oreja, por su mejilla enrojecida en creciente excitación. Lo besó en la boca, y al hacerlo le presentó a Willy su propia sensualidad, una distinta a la de Samuel, mejor oculta, más reservada, pero también una más irracional, potente y desmedida. Willy gritó fuerte sin dejar de besarlo, enredada su lengua con la de Frank.

Samuel abrió los ojos, presenció el beso, se excitó al contemplarlos, cual Voyeur, tan perfectos, tan sincronizados sus labios al bailar unos contra otros. Frank lo tomó del cuello, cosa que Samuel soltó de un segundo, e inclinando su cabeza, buscó profundidad en el beso. Quería entrar en Willy, quería entrar en él por cada camino que fuera posible. Y Samuel miraba, miraba mientras, también preso del instinto, movía sus caderas hacia atrás, hacia delante, apretando ahora la dureza de su sexo contra las nalgas del hombre de  los dos. Willy, al sentirlo tras él, necesitó deshacer el beso que ejecutaba junto a Frank. Gimió, dijo el nombre de uno, de otro, perdido en la intensidad de las sensaciones.

Unos labios besaron su pecho, en medio de la abertura de su camisa, de los primeros botones, unas manos lo recorrió con fuerza, lo masajearon, hacia arriba, hacia abajo. Esas manos recorrían su frágil cuerpo, sobre la fina tela puesta que le impedía que esas manos llegasen a hacer mero contacto con su piel, pero de todas formas las sentía como si lo hiciera. Fuera de sí, se dejó caer hacia atrás, y unos brazos lo sujetaron de los hombros posesivamente. Abrió los ojos un instante y vio a Samuel a su lado. Frank le quitó la prenda superior, ahora sí podía devorar su piel, sus labios tocaron esa suave piel blanca que lo hicieron rendirse ante su tacto. Besó cada centímetro hasta toparse con sus pezones y pellizcarlos. Willy abrió la boca, invitando a Samuel a besarlo. Él, encantado, obedeció: hundió sus labios en los del otro e introdujo su lengua tanto, tanto, que Willy se sintió desfallecer por la asfixia. El beso era desordenado, le encontraba a él imposibilitado de seguirle el ritmo a la sensualidad de Samuel, que lamía sus dientes, que succionaba su lengua, que mordisqueaba sus labios, que los tomaba con los dientes para luego estirarlos en una acaricia fervorosa. Y Willy supo que no tendría el control, que tampoco lo quería, no si era el hombre de ellos, no si eran ellos quienes le demostraban sus sentimientos.

¿Tres son multitud? // WigeTaXx // Lemmon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora