Japón en esos momentos no era como parecía reflejarse en los canales televisivos de la época, ese resplandor en todo campo, su destreza por seguir avanzando para darle un futuro única a aquella nación asiática se veía sometido a una presión de la cual no imaginaban que surgiría tan esporádicamente, y mucho menos de alguien como él.
Había nacido de la noche a la mañana una fuerza inhumana que hacia y deshacía los hilos de cada parte de ese prominente archipiélago.
Por alguno de estos lugares, una pesquera abandonada, el sonido piadoso y próximo de las balas al caer eran muy amenas, el dulzor de la todavía pasta de judías dulces acariciando sus paredes bucales lo hacían querer seguir sumido en su deseada inconciencia.
Jefe, rey...
Le valía menos que una mierda sea como lo llamara, un asesino, torturados o quizá psicópata fugitivo lo harían sonreír por escuchar tanta incoherencias.
—Alteza, ¿Qué hago con ellos? —entre disparos o mutilamiento, no sabía cual era la idea más placentera y que mejor manera que si su líder se lo dijera...
Ese llamado tan retorcido como cualquiera que haya oído estos últimos doce años le quitó el apetito y se sintió con un humor más impulsivo que antes de comer sus dulces, taiyaki. Las porción que traía en la boca difícilmente pasó por su tracto digestivo, raspando provocando un ardor indeseado.
—Solo mátalos.
Entonces, que volaran sus cabezas.
¿Por qué tenía que estar ahí?
¿Era una obligación?
Verdaderamente es que ni siquiera él lo tiene tan claro, nada de lo que pasaría después de ese día le importaría.
Las cabezas que rodarían como par de bellotas en otoño, la suavidad y fragancia en la que la sangre mancharía sus pies, ese recuerdo de calidez en su pecho frío al rememorar a ese chico llorón sonreírle solo en la comodidad de sus sueños.
Nada de lo que hacía reemplazaría ni siquiera un ápice de su muerta felicidad.
—Como desee, sus órdenes son la ley.
La insensible melodía del cartucho, del casquillo de metal rechinar y el picante olor de la pólvora invadir su espacio como siempre se impregnaba a su esencia natural, llegando a confundirse unas veces.
La brisa con lo que tenía emulaba el hedor del lugar y a su vez le causaba frío, que impertinente calaba dentro de su camiseta negra sin mangas sintiendo el picor normal en su nariz.
No le gustaba en lo absoluto.
—Nos vamos.
Cada uno de los perros de Sano Manjiro acataron el mandato de inmediato ofreciendo sus respetos debidos al momento que su líder se retira del lugar.
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Mi inocente devoción. ¬¦¦MaiTake¦¦
FanfictionAU omegaverse & escolar/mafia Takemichi; gamma Manjiro; A.D.E «Takemicchi, morirás conmigo» susurra deshaciendo su deseo sobre labios ajenos.