Tres

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Luego de mi encuentro con Nathan en el café, pasé todo lo que restó del día pensando en él, y en cómo reaccionaría cuándo me llamara. Si es que me llamaba. 

Pero, esa felicidad que sentía acabó, en el momento en el que crucé por la puerta de "mi casa". Escuché unos cuantos gritos de hombres y me asusté, pero luego escuché la risa de Jackson y me tranquilicé. En realidad no, porque tantos hombres juntos solo significaban una cosa: Jackson haría una noche de descontrol en la casa y de seguro no se encontraba ningún otro integrante de la familia. Avancé por el angosto pasillo hasta la sala de estar y ahí se encontraban tres chicos además de él. Los miré fugazmente y seguí avanzando, hasta que una voz me freno.  

-¡Faith!- gritó Jackson. Suspiré e intenté controlar mis impulsos de romperle la cara a pedazos. Pero por suerte las contuve y volví hasta dónde ellos estaban. Hice un movimiento con la cabeza para que hablara y él se puso serio. -¿A dónde estabas?- preguntó y yo cerré los ojos cansada. -Contesta si no quieres que te mande a la calle-. Volví a abrir los ojos y pude ver la furia en su mirada. Al hacerlo, una cabeza curiosa y con miedo se asomo por un costado, era uno de los chicos, pero no cualquier amigo de Jackson, era Nathan. Quedé completamente petrificada en mi lugar y no me percaté de nada más aparte de su presencia. 

-¿A qué juegas? ¿A la estatua?-rió. Saqué la mirada de él y en ese momento Nathan se giró hacia mí y frunció el ceño extrañado. Luego de eso miró a Jackson una vez más y luego volvió a dirigir su mirada a la mía. Una sonrisa amplia se presentó en su rostro y sentí que estaba en el cielo. Sonreí suavemente y noté mis mejillas teñirse de rojo. Sentí tanta verguenza que bajé la mirada y suspiré. 

-¿Cuándo vas a dejar de molestarme?- susurré cansada, mientras presionaba con mis uñas la tela de mi bolso. 

Jackson frunció el ceño y tiró su celular al sofá. Caminó hacia mí y me sentí tan asustada que yo misma me tiré a la pared y cerré los ojos con fuerza. Sentí una mano rodear mi cuello con fuerza y solté un quejido.  -Mi familia es la que te mantiene viva, ¿entendido?- me susurró en el oído. -Si no fuera por nosotros estarías viviendo en la calle como la sucia y repugnante rata que eres- sus palabras dolían, muchísimo. -Asique la próxima vez que me digas algo como eso, te largo yo mismo a la calle- soltó mi cuello, pero no sin antes haber empujado mi cabeza hacia la pared. 

Lo vi alejarse al sofá nuevamente y a los tres chicos mirándolo con miedo. Toqué mi cuello y salí de allí rumbo a mi habitación. Cerré la puerta y le puse seguro. Apoyé la cabeza en ella y no pude evitar sollozar. Mi cara se hinchó rápidamente y me llevé una mano a la boca para que no me pudieran escuchar. Preferiría un millón de veces estar muerta a vivir con éstos psicópatas. 

Seguí llorando con más fuerza, y eso implicó, tener que meterme una playera a la boca para no ser descubierta. En mi mente imaginé que Nathan vendría preocupado a verme, consolarme y abrazarme, pero eran solo tonterías. Él nunca se preocuparía por una adoptada que acaba de conocer. 

Martes 15 de Abril, 2013

Una vez más, la luz de mi teléfono me despertaba en las mañanas. No quería levantarme, no tenía ganas de absolutamente nada. Me sentía tan mal, tan enferma, tan despreciada. Tomé el móvil en mis manos y marqué el número de Marc para decirle que hoy no iría a trabajar. Ellos tenían en claro con el tipo de familia que yo convivía, por eso no tuve vergüenza en decirles. 

 Él entendió perfectamente y me disculpé por no ir. Una vez que colgué, me quedé unos minutos más en la cama mientras acariciaba mi cabello. Cómo deseaba tener una persona que lo haga por mí, que me abrace, que me arrope, que vigile si mi corazón sigue latiendo. Pero el mundo para mí era frío, abandonado y sin corazón.   

Tan frío que había solo una persona que sabía componerme, pero no unirme;  Lorenzo. Tal y cómo me crió, todo lo que se es gracias a él. Podría llamarlo papá, pero sería inapropiado para mi religión y sus cargos espirituales. Por eso, decidí ir hasta la iglesia para verlo, hablarle, conversar con él, y sentirme contenida por alguien.  

La iglesia estaba vacía en su totalidad. Al cruzar por la puerta sentí un millón de recuerdos venir a mi cabeza.
Momentos cómo cuándo cantaba en el coro, o cuándo ayudaba a repartir los libros de canto. Esos momentos que me formaron. Pero el que más recuerdo, es el momento en el que tomé la primer comunión y sentí que por fin alguien estaba orgulloso de mí,  Lorenzo.
Ya a los pies del altar, me arrodillé e hice la señal de la cruz. Cerré mis ojos con suavidad y recite palabras en un susurro.
-Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino...- pero unos pasos me interrumpieron. Abrí mis ojos de la misma manera en que habían sido cerrados y me giro. Una sonrisa suave se posa en los labios de esa persona, al igual que en los míos.
-Sabía que vendrías hoy- dijo y caminó hasta mi lado. Lo mire extrañada y él levantó la mirada. -Él me lo dijo- lo imité y observé la gran cruz encima del altar.
-Te extrañé- susurré y noté su sonrisa. Se giró hacia mí y me abrazó. En ese abrazo encontré la contención que tanto estaba buscando.
-Yo también, mi preciosa Faith- susurró acariciando mi cabello.
Nos separamos y una lágrima corrió por mi mejilla, pero levanté la mano y la borre con la manga de mi campera. -¿Por qué ya no veo esa hermosa sonrisa que veía hace unos años?- su mano tomó la mía y bajé la mirada.

-Porque... estoy viviendo en el mismísimo infierno.- susurré con debilidad.

-Te cuento algo?- su mano llevó un mechón de mi cabello hasta detrás de mi oreja. -Puede que estés viviendo en el infierno...- lo miré y él suspiró. - pero el Señor tiene una misión para ti, por demostrar ser tan valiente como lo fue él en ese entonces.- cerré los ojos y asentí suavemente con la cabeza. -Por eso mismo te llamé Faith, porque a toda persona que tocas en el corazón, lo llenas de fe.- sonreí y trague saliva.

En el momento en el que iba a hablar, unos pasos nuevamente me interrumpieron, pero ahora ya no pertenecían a Lorenzo. 



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