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La casa Colina quedaba a casi cuatro horas de la capital. Era una cabaña estilo campirano a orillas del lago Colina, de ahí el nombre de la residencia. Emilio la había conseguido prestada gracias a un compañero que tenía familiares cerca del lugar, en un pueblo aledaño a unos treinta kilómetros de distancia. Martín, su compañero, le describía el terreno como un espacio rodeado de árboles y le detallaba una suave brisa entrando por la ventana, lo ideal para alejarse del hastío urbano y despertar de nuevo la chispa marital.

Emilio se distinguía en la empresa por ser un elemento imprescindible. Admirado por su serenidad y congruencia al afrontar los problemas, era, para la mayor parte del personal, un ejemplo a seguir y, para algunas, un amor imposible: alto, de cabellos oscuros y tez morena. Solía ser muy reservado en su vida personal y no daba muchos detalles sobre su vida de casado. Toda esta información no se la decía ni siquiera a sus camaradas de departamento, mucho menos a Martín, quien tenía la fama de ser el Hermes de la empresa, quien debido a su personalidad era conocido por todos. Durante los cuatro o cinco años que ambos llevaban trabajando juntos no hubo necesidad de cruzar palabra más allá del "buenos días", "se vino el calor" o "ya falta menos que cuando llegamos". No fue sino hasta el convivio de los enamorados que, conversando con otros compañeros de trabajo, Martín narró la historia de cómo se había comprometido con su novia. Les contó sobre el lugar, el ambiente romántico y el camino floreado por mil rosas que armó rumbo al pequeño kiosco a orillas del mar.

—Fue increíble, pero lo mejor fue escuchar un sí de sus labios —decía con tono de adolescente enamorado.

—¿Y es peligroso por allá? —preguntó Yessi de Recursos Humanos.

—Para nada, la cabaña es de un tío que es comisario en la zona, regularmente se la presta a la familia. Incluso a mí, el sobrino más fastidioso, me hizo el favor.

El comentario generó risa entre los presentes, todos acertaban con la descripción del tío de Martín. Luego de un rato, Emilio esperó a que sus demás compañeros se alejaran para hablar con él. Desde hacía dos años, Camila, la esposa de Emilio, anhelaba ir de viaje a donde fuera con tal de observar otro panorama. Por sus horarios era difícil coincidir, pero estaba seguro de poder planear unas breves vacaciones.

—¡Eh, Martín! —llamó a su compañero.

—¿Emilio? —cuestionó con extrañeza.

—Oye, solo por curiosidad, ¿tu tío no le prestaría la cabaña a uno de tus camaradas?

—Vaya, alguien desea tener unos días de pasión.

Emilio sonrió con simpatía solo para lograr su cometido, aunque por dentro el comentario le pareció desagradable.

—Le preguntaré a mi tío, verás que accederá. Todo sea por los camaradas.

Se dieron un abrazo palpándose los hombros y se dispersaron entre la gente. Para el lunes, Martín le dio una respuesta positiva a su compañero. Acordaron la fecha y la hora. También le dio a Emilio el número de su tío en caso de que necesitara algo.

El viernes llegó la hora de salida. Martín le dio indicaciones de forma meticulosa. Su memoria fotográfica era tan exacta que, incluso, sabía cuántas rancherías existían antes de llegar a la cabaña y sobre qué lado de la carretera había más árboles. Emilio entendió la habilidad de Martín para transmitir las noticias con naturaleza en la oficina. Agradeció la amabilidad de su compañero, subió al coche y manejó rumbo a su hogar.

—¿Camila? —gritó desde la puerta.

—Anda, sube, amor. Estoy en el cuarto.

Emilio subió y encontró a su esposa mortificada, con un montón de prendas por todos lados. No pensó que todo aquello pudiera caber dentro del armario.

Hay entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora