II

15 6 2
                                    


La noche pasó de una anécdota a otra. Revivir sus momentos de juventud se convertía en una manera de recuperar otra vez los años perdidos por el hastío laboral y rutinario. De música de fondo habían puesto una lista musical de pop noventero para viajar a cada uno de sus relatos en un momento y en un espacio preciso. La música les funcionaba como una perfecta máquina de tiempo; incluso abría más puertas a sucesos ya casi olvidados, irónicamente, de los mejores momentos de sus vidas, de las travesuras, de los verdaderos aprendizajes y de los eventos que por mucho tiempo parecieron lo peor de la vida. Entre las charlas, Andrés alardeaba sobre su galanura y múltiples novias durante la secundaria. Decía haber tenido al menos una por cada uno de los salones de todo el plantel.

—¿De qué hablas? —cuestionó su esposa con una carcajada— Eso nuca te sucedió, Andy. Fui yo quien te relató esa historia de Miguel, mi amor platónico de la secundaria.

—Bueno, quizá por la misma vida fue que te enamoraste de mí, preciosa.

Andrés solía tener un carácter carismático y buen humor. Siempre mantenía una sonrisa y buenos temas de conversación. Sobre el mundo sabía al menos un poco, aunque durante la universidad ni su actitud ni sus conocimientos de todo y de la nada le habían ayudado para sobresalir. A duras penas él concluyó sus estudios gracias a Sofía, quien contrastaba con él en todos los aspectos, pues ella era una mujer seria, poco expresiva, calculadora y con metas bien definidas. Andrés siempre presumía a su esposa porque ésta había logrado cada uno de sus objetivos, aunque, a la par, reconocía que también solía ser muy obstinada y aferrada en sus puntos de vista.

—¿Se han dado cuenta de cómo nuestro concepto del mundo se ha ido modificando con el paso del tiempo? Por ejemplo, en la secundaria hablar de amor era un asco y, para serles sincero, ninguna de las chicas deseaba salir conmigo. Bueno, tampoco lo intenté, pero no era tema en aquel entonces. Durante la preparatoria quise estar con una chica que compartiera mis gustos y así fue. Éramos jóvenes e ingenuos, pensábamos que nuestro amor sería eterno, pero la universidad, bueno, es otro estilo de vida, y aunque Marina era una mujer excepcional, mis prioridades cambiaron cuando conocí a Sofía. Ella se volvió mi prioridad y le agradezco su apoyo incondicional desde siempre hasta ahora.

La escena fue conmovedora. Andrés se dirigió hacia ella y la besó en los labios.

—Tienes razón, Andrés, cambiamos al transcurrir el tiempo. Por ejemplo, yo durante toda la preparatoria jamás utilicé maquillaje. De hecho, no sé si recuerden que fue hasta quinto semestre de la universidad cuando comencé a utilizar cosméticos –añadió Camila.

—Y ahora eres toda una fanática de las brochas y una diva en las redes —expresó Emilio.

—Bueno, quizá tengan razón en que las ideas o las maneras de vivir se transforman, pero de algo estoy segura y es de que hasta el día de hoy no cambiaría mi opinión sobre jamás ser madre, no por no sentirme preparada, sino más bien porque es algo que no deseo —animada, Sofía siguió su discurso—. Quiero viajar por todo el mundo, conocer lugares inhóspitos sin la necesidad de preocuparme por llegar a casa y cuidar criaturas hasta sus dieciocho años de edad. ¿Se imaginan todos los sitios a donde ir en dieciocho años? —realizó una breve pausa mientras meneaba la copa de vino— Lo mejor de todo es que cuento con el apoyo de mi esposo.

Andrés la miró, le sonrió y rozó sus labios con la mano izquierda de Sofía. Su mirada se tornó opaca y por unos instantes permaneció cabizbajo. Por momentos solo la voz de Enrique Bunbury hacía eco por toda la casa: Ya somos más viejos y sinceros. Andrés giraba su vaso de whisky: y qué más da si miramos la laguna, como llaman a la eternidad de la ausencia.

Hay entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora