IV

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Cuando ambos se encontraron dentro aseguraron de nuevo la puerta. Camila le mostró la eficacia de su acomodo, pero a Emilio no le importó. Cancelado el acceso, él se echó a la cama.

—¿Qué sucedió allá afuera? —preguntó su esposa con cierto temor.

—Mil, allá afuera —cambió su postura sentándose a la orilla de la cama—, allá afuera hay... En verdad no sé cómo explicarlo, pero no tuve opción y... —mudó por instantes— y Andrés... demonios, Andrés. Todo fue tan repentino.

No hubo más conversación referente al tema. Camila se tomó el brazo izquierdo y encogió los hombros. El ambiente volvió a tornarse denso, pero esta vez incluso pesaba en el cuerpo.

—¿Qué haremos ahora? —cuestionó Camila.

—Esperar. Salir es sumamente peligroso.

—¿Y el celular?

—Aquí lo tengo, lo pondré a cargar. Hablaremos luego de que se cargue un poco.

Transcurrió el tiempo. Camila permaneció como maniquí, inmóvil junto a la puerta. Dudaba de lo acontecido afuera, pero su esposo se miraba pensativo, como en un limbo. ¿Y si quizá no se trató de un accidente? ¿Cómo podía dudar de su propia pareja, el hombre con quien llevaba tantos años? Comenzó a morderse las uñas, una mala maña casi olvidada. La última vez fue cuando se enteró de su embarazo. Al principio le preocupaba la reacción de Emilio, ni siquiera tenían un trabajo fijo o un hogar. Todos los posibles escenarios comenzaron a rondarle por la cabeza y para deshacerse de ellos utilizaba sus propias uñas, con el fin de darles escapatoria, y luego las arrancaba. Trataba de no sobrepensar, pero le era imposible. Pensaba una y otra vez. Se agitaba y se movía de un lado a otro. En clases lo más certero que respondía era "presente" y, en ocasiones, no estaba segura de haber respondido asertivamente. Llegó el día cuando Emilio la visitó a su dormitorio y encontró por casualidad los exámenes de Camila.

—¿Qué es esto? —cuestionó con la inocencia de los ayeres.

—Bueno, yo, es... tú sabes. Te lo iba a decir —pretendió salvarse.

—Amor mío.

Emilio avanzó hacia ella y la besó eufóricamente. Todo el estrés imaginario se desvaneció entre los brazos de su compañero. Las uñas siguieron su crecimiento adecuado y no hubo necesidad de arrancarlas más con los dientes. Ahora regresaba la misma sensación.

Pretendió hacer de la situación algo más llevadera. Quiso hablar, pero no sabía exactamente qué palabras elegir. Veía a su esposo tenso. Se acercó a él por la espalda. Emilio se sobresaltó.

—¿Cómo te encuentras? —cuestionó a su marido.

—Todo bien, sería conveniente que durmieras un poco. Yo haré guardia.

—Me preocupa qué te pueda pasar.

—Tranquila, si te parece nos turnamos.

—Está bien —respondió Camila con voz desconfiada. Suspiró, pero continuó su discurso—. Emilio, ¿qué sucedió con Andrés?

Su esposo la miró con rostro estresado.

—¿De verdad es necesario hablar de eso? Sabes, Camila, todo allá afuera sigue nublado y oscuro. Es difícil determinar qué sucedió. Actué tal cual mi instinto me dictó. Será mejor descansar y mañana podremos salir. Hablar, no lo sé, solamente duerme.

Camila no quedó del todo convencida con la respuesta, pero confió en las palabras de su esposo. ¿Por qué debía dudar? Quizá simplemente se encontraba hastiada por los sucesos de la noche. Una uña menos funcionará de relajante. Se acercó a Emilio para darle un beso de buenas noches pero él se apartó. Los brazos de Camila se deslizaron por los brazos de su esposo de donde se encontraba apoyada y ahí mismo pudo percibir unas rasgaduras.

—¿Qué es esto? —cuestionó

—Habrá sido con las ramas de algún árbol, nada grave.

—No te preocupes, aquí en mi bolsa tengo un buen remedio para desinfectar la herida. Te pondré solo un poco para mantenerla limpia.

Emilio hizo una mueca indiferente.

—Eché mi botiquín para un caso de emergencia —prosiguió Camila, esperando al menos una sonrisa a cambio—, hay banditas, maquillaje, repelente de mosquitos...

Camila hizo una pausa en seco.

—También traje mi cargador —prosiguió.

—Lo sé, ahí está conectado el teléfono.

—No —su voz era cada vez más temblorosa—, el mío está aquí.

De pronto escuchó unchillido y su vista se tornó totalmente oscura. Un ligero golpe en la nuca lehizo perder el conocimiento.

Hay entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora