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El alba cruzaba la ventana, regalando unos ligeros toques de amanecer. Camila seguía mareada y no sabía exactamente en dónde estaba. Abrió poco a poco los párpados. Se encontraba atada a una silla de la recámara. Inspeccionó bien el sitio. Seguía en la habitación principal. Estaba sola. La puerta no tenía más muebles amontonados, ningún objeto obstruyéndola. Se enfocó en encontrar a Emilio. ¿Dónde estaba? Dirigió su vista hacia el baño. Le costó trabajo voltear hacia atrás. Percibió una luz proveniente del lugar. Supo que quizá tendría tiempo para escabullirse. No le importaba el por qué se encontraba en tal situación, pero era claro que permanecer ahí no era seguro.

Visualizó un plan de escape. Observó que el celular seguía conectado. Podría comunicarse con el exterior de una manera fácil, pero tomarlo llevaría tiempo. Fijó qué otras cosas tenía al alcance. Resultó en vano cuando escuchó la puerta del baño abrirse. Emilio había tomado algunas lociones y, por su vestimenta actual, también husmeó entre los cajones. Llevaba ropa formal: una camisa blanca y unos pantalones de vestir. Se abrochó los botones de la camisa y se dirigió a Camila. Le sonrió con un rostro desconocido. Aquel hombre ni siquiera era su esposo, sus pómulos tenían una apariencia más tosca y una mirada profunda que marcaba sutiles sombras en el área facial. Deslizó con sutileza su mano en el rostro de su esposa.

—Te has levantado, bella durmiente.

—¿Qué está pasando, Emilio? —cuestionó aún aturdida.

—¿Sabes? Al principio todo, absolutamente todo, debía parecer un accidente, pero luego ocurrió lo de Sofía. No sé qué demonios haya sido, pero bueno, solo te puedo decir que me ayudó para llenar algunos espacios.

—No te entiendo.

—Ay, querida, creo nunca haber hecho las cosas bien y henos aquí. Tú, ahí, desconcertada, y yo, bueno, ¿qué te puedo decir?

—Estás loco, Emilio, suéltame. Resolvamos las cosas, sea lo que sea, bien.

—Claro que haremos las cosas bien —expresó de forma sarcástica—. Ahora ten esta cobija. ¿Lo has visto? Me he bañado para la ocasión.

La cobija cayó encima de la mujer dejándole ver el rostro. Simulaba un velo de novia. Camila no comprendía absolutamente nada, cualquier acto parecía no tener sentido. No entendía por qué ahora su esposo se comportaba así. ¿A dónde quería llegar? ¿Debía parecer un accidente? ¿Entonces la muerte de cada uno estaba planeada?

—¿Qué pretendes, Emilio?

—Shhh, espera.

La acercó a la ventana y la acomodó mirando hacia el exterior. Él dio unos pasos hacia atrás y empezó a tararear la canción de boda. Estaban en una ceremonia nupcial. Avanzaba al compás de la tonada, un paso enfrente después del otro. Camila simplemente esperaba a verlo al lado suyo.

—Hermanos, —dijo Emilio emitiendo una pausa y mirando a su alrededor—, árboles. Estamos aquí reunidos para presenciar la unión entre estas dos personas, quienes ante Dios y ustedes se prometerán amor eterno y fidelidad permanente para toda la eternidad.

—¿Emilio?

—No lo arruines, Camila —le expresó en voz baja—. Esta vez lo haremos bien.

A Camila le preocupaba cada vez más que prosiguiera la ceremonia ficticia. Emilio se puso enfrente de su esposa, como imitando al sacerdote.

—Para poderlos unir en sagrado matrimonio he de preguntar a ambos: ¿han venido aquí por voluntad propia?

Se regresó a su posición contestándose a sí mismo.

—Por Dios, padre. ¿No ve la felicidad de ambos? Mire, mi amada esposa hasta suda de los nervios. Ande, prosiga con lo demás. Estamos totalmente emocionados por unirnos para siempre.

Hay entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora