Introducción
Una fuerte tormenta sacudía los terrenos de Serguilia. El agua caía intensamente y los árboles se agitaban con energía. Los oscuros parajes se veían momentáneamente iluminados debido a los relámpagos que irrumpían en la noche.
A pesar del frío y del mal tiempo, Juraknar se había apartado de la protección que le ofrecían sus dominios, para atreverse a surcar los oscuros senderos de Dientes de León. El motivo era el cambio de situación en su imperio y los problemas que le causaban su hija y los Dra’hi.
Asrhud-Devra
y sus hombres ocupaban aquellos tenebrosos y embarrados terrenos. Mal humorado por el clima, gritó furioso y a su llamada apareció una sombra que se arrastraba con gran esfuerzo: era uno de los hombres de Asrhud-Devra.
Sin decir palabra, comenzó a seguir al esbirro hasta llegar a un llano. Los oscuros y retorcidos árboles le habían impedido dar con el hogar de uno de los peores demonios que gozaban la suerte de pisar suelo en sus tierras.
La zona estaba ocupada por huesos, unos humanos, otros de bestias y algunos de seres que el engendro había engullido, lo cual solo de pensarlo le producía náuseas.
—Mae eija an vus anu Dra’hi. Qarer un tes trwhe.
Una fuerte carcajada resonó en la noche. El inmortal supo de los rumores habían llegado hasta el demonio. Aquellos que hablaban de su derrota, la humillación de su hija y cómo dos niños estaban apropiándose de Meira.
—Qi em dirla u cembie
?
Juraknar sabía que se la estaba jugando al hablar con Asrhud-Devra. Los demonios en rara ocasión ofrecían su ayuda desinteresadamente; siempre pedían algo a cambio y debía tener sumo cuidado con sus palabras.
—Truem a Kirsten yu darle a nes Dra’hi...
El inmortal esperó. Le gustaría tener a los Dra’hi en sus mazmorras, torturarlos y hacerles sufrir de la misma manera que ellos le hacían a él. Pero lo importante era su reinado, y si el demonio se encargaba de los Dra’hi, el problema estaría solucionado.
—¡Acepto! —respondió en la lengua meiriliana, y la manifestación de su poder fue excepcional. El cielo se tiñó de rojo y toda Serguilia retumbó por un estridente grito; el sendero se llenó de sombras que hasta el momento habían aguardado tras los árboles.
Asrhud-Devra
se puso en pie, se giró y el inmortal casi cayó al ver el aspecto que había adquirido el demonio. Su piel tersa y lisa era un recuerdo en su mente; ahora estaba arrugado y varios pedazos de carne se descolgaban de su piel. Los ojos parecían salírsele de sus cavidades; eran amarillos y tan brillantes como la más bella de las piedras. Llevaba el cuerpo envuelto en ropajes negros, pero supuso que tendría el mismo aspecto que su rostro. Sus manos parecían garras y sus uñas eran tan afiladas como agujas.
—El poder que corre por las venas del Dra’hi me devolverá mi aspecto y quizás entonces pueda sacar a mis compañeros del inframundo y liberar a mi señor.
Tras dar su sentencia, el demonio y sus hombres desaparecieron.