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Odia a su jefe, cada día un poco más. Es cierto, casi todo el mundo odia a su jefe, le desea cosas malas a lo largo del día, varias veces. Pero Saint lleva diez largos años a su servicio. Comenzó a trabajar como su secretario personal, con veinticinco años. Luchó y le costó mucho conseguir el puesto de trabajo. Sobre todo, lo logró gracias a la gran cantidad de idiomas que habla.

Aunque entiende y habla unos quince, chapurrea unos tantos más. Zee Pruk Panich, su jefe, también es bueno en ellos, pero prefiere hacer pensar que necesita intérprete y Saint se siente muy molesto cada vez que frunce el ceño, cuando no usa la palabra precisa que Zee había pensado, en alguna de sus traducciones.

En los primeros cinco años de trabajo Zee, logró todos los ascensos que se había propuesto tener, ahora estaba en el último escalón que podría dar, a la espera de ser proclamado el vicepresidente. Pero aun cuando logre ese ascenso, las cosas no cambiarán mucho más.

-Hola mamá, siento no llamar a menudo, pero estoy demasiado ocupado.

- ¿Volverás para Navidad a casa?

-No lo sé, soy consciente que llevo seis meses fuera de casa, pero el señor Pruk quiere dejar atado varios proyectos que tiene en mente, antes de que finalice el año.

-Cariño, sé que te lo he dicho muchas veces. ¿Pero no preferirías dejar ese trabajo? Con la experiencia y el tremendo currículo que te has hecho, seguro encontrarías otro. -La voz preocupada de su madre, se dejaba entrever muy claramente. - Tienes treinta y cinco años. Por culpa de tu trabajo, tus relaciones personales han desaparecido, ¿no te gustaría ser padre?

-Ya sé mamá, mis novias rompían conmigo por el poco tiempo que les dedicaba y mis amigos han dejado de serlo porque tampoco nos vemos. Pero luché tanto para conseguir este trabajo.

-Lo sé, pero has pagado un alto precio. Solo tienes dinero, ni tiempo para llamar. Cariño, piénsalo. Estudia tus opciones y pregúntate como quieres estar dentro de cinco años, no me creo que seas feliz en estos momentos.

-Lo siento, tengo que dejarte, me está llamando el jefe. Te llamaré en unos días de nuevo. Te aseguro que pensaré lo que me estás diciendo.

-Te quiero mucho cariño. Tu padre te manda abrazos y besos.

-Dile que yo también, la próxima vez hablaré con él.

Entró desde el balcón, donde había estado hablando y se dirigió al salón donde estaba el señor Pruk esperando, su cara severa le miraba enfadado, se sentía ofendido y eso que Saint solo se había tomado unos minutos.

-Ves la hora que es, tenemos prisa, nos esperan en el restaurante para cenar. No me gusta nada ese traje, ve a tu habitación y ponte el gris de Hermès. No me hagas esperar.

-Sí señor, enseguida.

-También te escogí los complementos que quiero que lleves y el perfume. Apresúrate.

Se hospedaban en una suite doble, así que no tardó en entrar en su dormitorio se desnudó y tras darse una rápida ducha, procedió a ponerse todo lo que había escogido para él y que estaba sobre la cama. El perfume era Clive Christian Noble VIII Immortelle, se puso apenas un poco, le mareaba saber que costaba cerca de los 500€.

Cuando salió del dormitorio se posicionó frente a su jefe que le observó con la ceja levantada, algo que le repatea y levemente asintió con la cabeza, dando su conformidad. Otra de las razones por las que le odiaba era que le hacía sentir como si fuera su muñeco. La ropa y complementos eran todos comprados y elegidos por él, pijamas, ropa interior, de deporte, ropa casual, calzado, etc. También para el aseo, cremas y todo lo que pueda necesitar.

Hacía años que no podía ponerse ni pijamas que no fuera autorizado por ese hombre. Este también decidía los horarios y ejercicios que debía realizar y que dieta seguir. Cuando estaban en momentos como este, viajando por negocios, toda su vida era completamente guiada por su jefe.

También tenía la rara costumbre, desde hacía un tiempo, de darle un caramelo, ahora lo había encontrado con la ropa que debía ponerse, siempre lo comía. Había ido al médico para ver si tenía problemas de halitosis, pero no era esa la razón, así que los tomaba, era la única cosa dulce que le daba ese frío hombre.

-Nos vamos, espero no hayas hecho que lleguemos tarde. Odio retrasarme y lo sabes.

-Lo siento señor.

-Llevas el suficiente tiempo trabajando conmigo para saber como debes lucir, no entiendo como sigues siendo tan malo en ello. Por cierto, debes protegerme de la hija de nuestro anfitrión. No me gustó como me miró ayer, creo que va a intentar algún acercamiento no deseado.

-Estaré vigilante.

Eso era otra cosa, el señor Zee Pruk Panich, de treinta y siete años, estaba en la lista de solteros más codiciados, mayores fortunas, más sexys, los más influyentes y así hasta estar en un sin fin de ellas. Era guapo a rabiar, con un buen cuerpo, que se ejercitaba todos los días y Saint lo puede asegurar, porque a su pesar, que no le gusta hacer deporte, le tiene allí Obligatoriamente ejercitando. Inteligente, culto, educado. Con una larga lista de ex novias.

Pero también es cínico, frío, déspota, desconsiderado, exigente, manipulador, controlador, razones que dan motivos a llevar sin pareja un año o así. Cierto que no le gusta que intenten ligar con él, si está interesado, dará Zee el primer paso, si lo dan ellas ya no tendrá interés por esa mujer y es lo que pasó con Samantha, hija del socio con quien quedaron esa noche.

Accedieron al reservado del restaurante, era de esos en los que dejarán unos 500€ por cubierto y sin contar propina. Los padres de Saint desean que deje este puesto de trabajo. Pero le va a costar abandonar este estilo de vida en el que lleva sumergido casi diez años. No será fácil volver a preocuparse por el costo de las cosas y plantearse cuánto y cómo gastar el dinero.

Se sienta al lado de Zee y frente a Samantha. Mientras su jefe y el anfitrión hablan, Saint distrae a la bella mujer, tras echarle una mirada decidió dejarse entretener por él. Sonríe y coquetea a lo largo de la noche. Ahora comprende el cambio de ropa al que fue sometido. Zee le usó como sacrificio de esa mujer tan superficial.

Tras la cena fueron a un club de esos tan exclusivos donde se vio obligado a bailar y seguir entreteniendo a la caprichosa joven, esta le presentó a sus amigas, como si fuera un juguete que acabara de adquirir, como detestaba a estos "ricachones" estúpidos.

Llevaban varias horas, ya estaba cansado y el viejo hacía como dos horas que se había ido. No entendía porque tenía que seguir allí, entreteniendo a Samantha y las hienas de sus amigas. Cuando esta se disculpó para ir al baño, aprovechó para acercarse a Zee.

-Señor, ¿podemos irnos ya?

- ¿Tan pronto? pensé que te divertían, no has parado de bailar.

-Solo me aseguré de que usted estuviese tranquilo. ¿Puedo regresar al hotel?

-Me apetece quedarme un poco más. -Sonrisa de lobo, Saint siguió sus ojos hasta localizar a una hermosa mujer. -Estoy pensando invitarla a tomar una copa.

-Es preciosa. Pero ya no me necesita, por favor deje que me vaya.

-No es por ser indiscreto. Pero hace tiempo que tampoco estás con nadie, ¿no quieres buscar diversión?

-No, no puedo permitirme divertir de la manera que están acostumbradas a ninguna de estas mujeres.

-Saint, no seas así, te pago bastante bien. Por supuesto algo puedes permitirte.

-Con el debido respeto, usted no sabe nada de mis gastos. -Fue más seco de lo que deseaba. -Perdone, pero estoy cansado. He de madrugar que tengo varias llamadas a Seúl y Hong Kong. Tengo que preparar el viaje del próximo mes a Asia.

-De acuerdo, puedes irte. Descansa, realmente elegí muy bien el estilismo de hoy. Estás muy guapo y la gente no ha dejado de mirarte, podías haber aprovechado.

Una vez Saint se marchó, Zee no tardó en recoger sus cosas e ir al hotel, llegó minutos más tarde, Zee consciente de que Saint estaba en su dormitorio, se retiró al suyo, Saint era realmente indiferente a lo que él hiciera y eso le molestaba mucho a Zee.

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El jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora