Capítulo 4: I'm a fool to want you

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Estaba arrodillada en el fondo del callejón. Sus ropajes blancos y negros estaban cubiertos de manchones de sangre y sus cuatro brazos estaban heridos a causa golpes y arañazos bestiales. Arrinconó sus cuatro piernas contra su cuerpo, chilló indefensa, cubrió su rostro entre sus manos y percibió a la perfección como sus largos cabellos blancos se humedecían debido a su propia sangre que fluctuaba entre un color rojo y rosado. Molly lloró sin reprimirse, cerró sus ojos y no tuvo las fuerzas para ponerse de pie ya que estaba muy malherida luego de ser abusada por ese par de pecadores en forma de lagartos.

No era nada raro que en el infierno los hombres demonio abusaran de los más débiles, se trataba siempre de la supervivencia del más apto en tierras tan hostiles como aquellas. Molly era un alma que había descendido al infierno desde hace años y conservaba una apariencia arácnida debido a cada acto cometió en vida y a las miles de situaciones a las que fue expuesta y sometida en su pasado. Por desgracia, muchos hombres la veían como un blanco fácil y frágil para tomarla, además de que también era considerada una belleza teniendo en cuenta que la mayoría de los animales en el infierno eran grotescos.

Molly no era igual que el resto de los pecadores, no desde que descendió al infierno. Tal vez tuvo una actitud temeraria cuando estaba armada y era una buena contrincante en la organización criminal de su familia. Pero allí en el infierno, todos eran iguales y todos estaban hundidos en el mismo infernal abismo de sufrimiento y horror. Tanto así que las situaciones la superaban día a día, rompiendo cada vez más la pobre estabilidad mental que aún podía conservar.

Los dos hombres lagarto, los cuales median más de tres metros, se acercaron al callejón con sonrisas lujuriosas y burlonas. Iban a acabar con ese cuerpo y destrozarlo en medio del callejón porque a nadie le importaba la inmoralidad de las violaciones en el inframundo. Molly no podía moverse por lo herida que estaba, solo pudo arrastrarse hasta retroceder y observar con ojos llorosos a esos animales.

Algunos disparos se escucharon por arriba de los cielos. Luego, algunos llegaron hacia los dos hombres que pretendían atacar a Molly y atravesaron algunos de sus brazos. La coraza de escamas que recubría ambos los protegió bastante, aunque las balas comunes les hicieron sentir algo así como una puntada leve en esos orificios. Giraron hacia atrás y se encontraron con un espécimen araña al igual que la mujer herida del rincón del callejón. Sin embargo, el arácnido que los apuntaba con la pistola y vestía jeans y camisa larga y holgada los observó con ojos opacos y comenzó a avanzar a pasos lentos. Era muy parecido a Molly, solo que se trataba de un hombre.

Finalmente, el demonio arácnido pasó por en medio de ellos aprovechando su asombro y corrió hacia su hermana. Se arrodilló ante ella y la abrazó fuerte para contenerla entre sus cuatro brazos. La mujer de cabellos blancos sintió un alivio de muerte, comenzó a llorar aterrorizada y a aferrarse a su hermano con sus uñas porque no quería volver a perderlo de vista.

—Tranquila, tranquila. Molly... —susurró en su oído una y otra vez mientras la pobre mujer se desarmaba entre sus brazos en llanto y temblores.

La araña tuvo que levantar la mirada aún conteniendo a su hermana. Les dirigió una fría mirada asesina a los responsables del sufrimiento de su única familia cercana y apretó sus dientes en señal de furia, al borde de tener un ataque de ira frente a todos ellos. Por desgracia, se había quedado sin balas.

—Lárguense o los mato —pronunció con voz grave y siniestra. Tuvo que separarse levemente de Molly para ponerse de pie y colocar una mano en su cinturón, el cual tenía una navaja de mano asegurada fuertemente.

—Nadie puede morir en el infierno, pequeño parásito desagradable —escupió vulgarmente uno de esos pecadores.

Sin embargo, los movimientos del arácnido eran veloces e intrépidos debido a su cuerpo mitad animal. Sus capacidades sobrepasaban cualquier tipo de habilidad humana ya que no se encontraban en el plano terrenal. El de cabellos blancos corrió entre ambos demonios y, con un desliz rápido de su navaja, les atravesó los músculos de los brazos y causó que el sangrado salpicara hacia todas direcciones. Ambos pecadores gritaron del dolor y cayeron de rodillas, largaron alaridos de sufrimiento y giraron para ver al demonio arácnido con sus ceños fruncidos.

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