El viajero

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Estaba perdido, lo sabía, no recordaba cuando se dio cuenta, pero en algún momento había dado una vuelta o un mal giro y sin saberlo entro al juego macabro de un laberinto terrorífico, lleno de encrucijadas sombrías y acertijos tallados en paredes de piedra cuyas respuestas, si es que alguna vez tuvieron, se habían perdido hace años. Fue en esa pared, en ese hueco entre moho y palabras desencontradas, que armo una especie de casa, sin siquiera notarlo ahí se acento, una zona de confort, y entre los muros decorados se decidió a dejarse llevar por el olvido porque era más fácil que enfrentarse al oscuro camino, pues caminar no significaba solo zapatos rotos y pies cansados, no, era mucho más que eso, significaba incluso más que su vida, tendría que hacerse cargo de hallar las respuestas, escondidas entre paredes antiquísimas, significaba también dejar el pequeño callejón sin salida al que con descaro había osado a llamar hogar, ese que el construyo y el cual que por más que intento llenar de cosas sin sentido, aún estaba vacío.

Sin embargo, cierto día en el que veía a las arañas tejer en las esquinas, soltó un suspiro y lleno sus pulmones de eso que luego se enteró que llamaban valentía, fue así que cargo sobre su espalda una mochila llena a rebosar de recuerdos del tiempo vivido, de canciones que no quería olvidar, de voces de personas que alguna vez lo supieron cruzar, algunos poemas empolvados, el maullido de una gata que tal vez fue suya (pero no estaba seguro, esos animales no perteneces a nadie más que a ellos mismos) y el ladrido de una perra que fue su amiga, y ahí fue cuando el mismo se llenó. Dio una última mirada a aquel lugar escondido y nostálgico, pero sin pena lo dejo allí, vacío, como siempre estuvo, cerró la puerta tras de él y se puso en un papel de aventurero por primera vez. Coloco su mano derecha en la pared mohosa del laberinto, pues algún viejo con el que tal vez compartía parentesco le había dicho que así era más fácil encontrar la salida, y comenzó a moverse ciego por el miedo, sintiendo las palabras cruzar por sus dedos.

Caminó entonces, y primero solo hizo eso, recorrió ese camino que más de uno había abandonado, y en su travesía sintió que cruzo chozas, más almas estancadas. Muchas veces se encontró con la incertidumbre, persona mala que le plantaba dudas del tipo ¿cuán largo era el camino? y ¿en realidad tiene fin? pero casi siempre la ignoraba y aunque era difícil perderla y a veces ella lo perseguía hablándole por días, el en su interior sabía que a esas preguntas solo tenían respuesta que pertenecían a aquellos que jamás volvían.

El aventurero nado en ríos, navego en mares, a veces acompañado, a veces solo, incluso en cierto momento volvió a abrir los ojos ya que se olvidó del miedo y comenzó a resolver acertijos como un juego pues no eran tan difíciles cuando podías leer las palabras en vez de solo sentirlas. A veces se perdía en el tiempo y caminaba por días, otras tantas caían rendido por una semana, algunas veces el viento lo movía y otras era su fuerza de voluntad que dentro del aun ardía, también se dio cuenta que con los ojos abiertos podía ver el cielo, a veces celeste a veces negro, y los colores de las paredes y los trazos juguetones de las adivinanzas.

Resolvió acertijos que parecieron infinitos, pensó tal vez eran tantos como kilómetros tenía el laberinto, uno tras otro aparecía frente a sus ojos, pero igual que con el camino estaba seguro de que el algún momento se terminarían. Pasaron los años y nuestro aventurero, aquel mismo que se había sentido perdido, aprendió a no temer al laberinto, descubrió la belleza entre las palabras que escondían enigmas, y los brillos del cielo que cambiaba de color durante el día, se cruzó con personas que lo acompañaron por momentos, a veces largos y a veces cortos, sintió sus propios pies cansados y su espalda ya apenas resistía, incluso pensó en construir otra choza, ya se había movido demasiado. Fue entonces cuando la vio, una puerta simple, de la madera más normal que había encontrado quien la construyo, y por un momento en su viaje, volvió a sentir miedo.

La incertidumbre, su veja amiga, llego a sus oídos como el murmullo de las olas llega a la playa, pero como tantas otras veces, la dejo pasar a su lado, y sin darse cuenta (o tal vez sí) con el miedo en un hombro y la valentía en el otro, agarro con su mano el picaporte, lo abrió suave y sin prisa, dando paso a una luz que jamás había sentido antes, miro hacia atrás por última vez, por allá donde estaría perdido aquel hueco sucio en el cual el mismo cayo, se acomodó su mochila (que ahora estaba más llena que cuando había comenzado) y cruzo el umbral de su puerta, dispuesto a comenzar la nueva aventura.

Las Historias Del ViajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora