Una cita con la chica serpiente

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Antes de acordar que le pediría un taxi para que la trajeran a la puerta de mi casa, ella nunca me mencionó la anormalidad en sus piernas.

Y es que ni siquiera eran piernas lo que tenía, sino una especie de cola escamosa que salía por debajo de su vestido azul cielo y se formaba a partir de sus ingles, como si sus piernas estuviesen muy pegadas y las hubiera metido en esa suerte de disfraz tan extraño. 

Parecía un buen disfraz para día de brujas, pero viendo de cerca, se podía notar que realmente no tenía piernas, sino una cola del mismo color de su piel, con franjas negras y algunas rojas, más pequeñas. 

A juzgar por el aspecto impresionado y asustado del taxista, no era algo que me estaba imaginando. Le pagué en efectivo, nos dimos las gracias (él con voz temblorosa) y procuré poner mi mejor cara, como si no me pareciera raro el asunto, antes de dirigirme a abrirle la puerta a mi nueva cita.

—Necesito que nos metamos rápido si no quieres que me vean tus vecinos.— Dijo ella mirándome con sus ojos verdes y una pupila evidentemente irregular.

Me alivió un poco que ella misma sugiriera tal cosa, pues aunque la calle se veía solitaria a esas horas de la tarde, siempre podría haber algún vecino curioso.

Resignado a mi perturbadora suerte de ése día, la cargué, sin dejar de verla a los ojos y sonriendo como si eso fuera cosa de todos los días, ella misma cerró la puerta con ayuda de la punta de su cola y procedimos a entrar en mi casa. Después de todo, era hermosa.

Las escamas de su cola eran muy resbalosas al tacto, pero también frescas, de algún modo agradables.

Danna sonrió cuando por fin la senté en el sofá, pero noté un atisbo de lágrimas en sus ojos.

—Pensé que te asustarías, perdón por no decirte.

—Es extraño, pero sabes que lo que me interesa es tu conocimiento, todo eso que sabes, las cosas que escribiste en el foro...

—Y tú sabes lo que me interesa a mi.

Ella había contado que nunca había tenido sexo, y ahora comprendía por qué. 

A pesar de esa evidente alarma en mi cabeza que me advertía de que la situación no era normal y posiblemente era peligrosa, me dejé llevar cuando ella se acercó a mi, ayudada con su cola y haciendo un movimiento que inquietaría incluso a los héroes de la mitología, que tantas criaturas extrañas han enfrentado. 

La enrolló en mi cadera y acercó su cuerpo al mío, desabrochando con sus manos mi pantalón en un tirón que hizo saltar por los aires el botón.

Me levanté, cargándola con la fuerza de mi cadera y mis manos en su espalda, y avancé hacia la habitación preguntándome como se suponía que sería el acto.

La quise besar, pero ella volteó su rostro. Así que besé su cuello.

Fue hasta que levanté su falda que noté como sus ingles y la piel escamosa de su reptiliana cola formaban un túnel bastante pequeño y no había piernas que pudiera separar, por lo que la única forma de penetrarla era ponerme detrás e inclinarla hacia delante. Lo hice, sin dejar de besar su cuello y sus hombros que ya había desnudado.

Cuando por fin nos unimos, el éxtasis fue el más fuerte que hubiera sentido. Ni siquiera con la mujer a la que supuestamente más había amado, sentí esa descarga eléctrica tan potente que por un momento pensé que algo había explotado, o peor, que esa criatura ya me estaba matando y lo que sentía era la experiencia de la muerte.

Pero volví de forma parcial a la realidad, dándome cuenta, gracias al espejo, de que la escena era Dantesca. Pero no me importó.

Me invadió de repente unas intensas ganas de obtener su conocimiento en ese mismo instante, en ese momento en que sentimos en que estábamos tan unidos que íbamos a explotar.

Le jalé el cabello y la besé, balbuceando "Dime todo lo que sabes".

Fue entonces que, al mezclar nuestros fluidos, pude comprender todo tan rápido como se olvida un sueño. 

Me explicó el conocimiento de todos los textos sagrados en sólo un momento de coito.

Me hizo ver como Sophia, la madre de Dios, Jehová, había creado ya el paraíso perfecto, pero su hijo, siendo tan rebelde y creativo, quiso hacer su propio mundo, el cual sin embargo resultó en éste mundo defectuoso en que nacimos. Pero Sophia tuvo lástima de los seres que sufríamos debido a la inmadurez de Jehová e hizo un trato con él: 

Todas las almas de sus humanos que sean de corazón puro, podrían ir al verdadero paraíso, el creado por ella misma, mientras que los que no lo fueran reencarnarían hasta que su alma se filtrara a través del sufrimiento.

Tirados en la cama, bastante relajados debido al momento tan intenso, dije lo primero que se me vino a la mente.

—Somos como un pedazo de carne crudo que necesita ser cocinado.

—Si. Necesito ir al baño.

Iba a ayudarla pero ella misma avanzó con su cola hacia afuera de la habitación. Me dio un escalofrío ver como avanzaba, serpenteando en el suelo.

Quizás ella pensó que mi comentario fue muy estúpido, no sé. 

Tardó demasiado en el baño y decidí abrir la puerta, pues no me respondía. Cuando abrí, la parte final de su cola estaba deslizándose por la coladera. 

No comprendía como pudo caber ahí, pero no quería pensar mucho al respecto.

Hoy, después de semanas, he pensado en suicidarme al no saber nada de ella. Además, ahora tengo todo el conocimiento, no hay nada más por que vivir.

Sólo me mantiene vivo el hecho de que aún percibo su olor en mi ropa y mi cama. Ese olor, mezcla de mujer y reptil. Quizás cuando el olor se vaya, decida buscarla en mi próxima vida. 

Cuentos cortos y raros para personas con gustos extraños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora