Hellen McFaden, pasó de ser conocida como "La reina de Besant Hill" a "La perra de Besant Hill"
Odiada por todas las chicas, venerada y a la misma vez despreciada por los chicos.
Detrás de ese rostro hermoso y de su innegable talento, se encuentr...
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¡Por Dios! Necesito quitármelo de encima. No lo resisto, no resisto su olor, la impresión de sus dedos en mi cuerpo, el calor de su aliento aún vívido en mis poros.
Conduzco como puedo, resistiendo a duras penas las arcadas y el asco intenso que siento por mí misma. Me odio. Odio como mi cuerpo se congela cada vez que se acerca, que mis manos no respondan y ese terror infinito que infunden sus ojos diabólicos ¿Por qué no me deja en paz? ¿Por qué se empeña en joderme la vida?
Me lo ha quitado todo.
Quizás tenga razón. Tal vez sí sea mi culpa. Algo debí hacer, alguna señal debí darle para que se lanzara e hiciera lo que hizo.
Soy yo, la culpable soy yo.
Llego a mi rancho toda deshecha. Ni siquiera me preocupo en guardar la camioneta en el garage. Todo el cuerpo me tiembla sin control y no dejo de mirar hacia atrás como una posesa, chequeando que su auto no me haya seguido hasta aquí. El temblor de mis manos no me permite insertar la llave en la cerradura y me desespero. Cuando al fin logro entrar, pongo todos los pestillos y activo la alarma lo más rápido que puedo.
Vuelvo a chequear por las ventanas la entrada y aunque no se ve nada, lo hago una y otra vez sin dejar de llorar. Cuando al fin creo que estoy a salvo, me volteo y la vista de mi casa vacía y en silencio me recibe.
Entonces rompo a llorar con más fuerza.
Mi llanto se eleva, y hace eco en el inmenso salón, que antes albergaba mi risa y la felicidad que alguna vez gocé y ahora es tan lejana e inalcanzable. Dolorosamente inalcanzable.
Subo las escaleras dando tumbos, y casi sin fuerzas me adentro en mi habitación.
Llego al cuarto de baño y me meto en la ducha. El agua cae helada sobre mi cuerpo, mientras me retiro las ropas y cuando al fin quedo desnuda, comienzo a frotarme con fuerza. Quiero que se vaya su marca. Quiero borrarlo aunque tenga que sangrar y no es hasta que siento el ardor en mi piel; que me detengo y me dejo caer en el suelo ahogada en llanto.
No sé hasta cuándo podré seguir viviendo con esta sensación de asfixia. No sé quién ni qué soy. Solo polvo esparcido al viento, sin voluntad ni voz.
En serio quisiera morir.
Juguetear con la muerte se siente bien. Se acabaría el dolor ¿cierto? La culpa, la soledad. Al final, no pinto nada, nadie me echaría de menos. No habrán palabras de despedida en mi funeral, ni lágrimas sinceras, ni flores perfumando mi tumba, pero al menos podré descansar ¿o no? Ya no tengo razones para dilatarlo más. No existe una jodida razón para seguir soportando esta pena, este sinvivir.
Salgo de la ducha con la determinación que necesito y abro el botiquín de par en par. No me detengo a leer las etiquetas de las botellas de píldoras que abro con torpeza; esparciendo la mayoría de su contenido en el lavamanos. Me saluda el multicolor amasijo de fármacos, prometiéndome eso que vengo buscando desde hace cuatro años.