Capítulo 2

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—¡Voy de salida mamá! —aviso y  solo la escucho bendecirme desde el saloncito de costura que se ha montado en una de las habitaciones

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—¡Voy de salida mamá! —aviso y solo la escucho bendecirme desde el saloncito de costura que se ha montado en una de las habitaciones.

Desde que las vecinas descubrieron el talento de mamá para la costura, no le han faltado clientes, lo que es muy bueno. Un dinero de más nos viene de maravillas, dado que nos mudamos a California por mis estudios de pintura, gracias a la beca que me otorgaron con el pago parcial de mi beca y que por más que intenté de que no se gastara parte de nuestros ahorros en la matrícula; fue en vano.

Mamá se aferró a la idea de impulsar mis sueños y acá estamos, haciéndolos realidad. Así que mis prioridades están bien establecidas: Convertirme en pintor y honrar el sacrificio de mi madre por mí. Nadie más que ella lo vale.

Mamá significa todo y verla mirarme con orgullo y satisfacción es lo que mueve mi mundo. Lo merece, sin lugar a dudas. Por ella mi vida es simple y tranquila. Nada de fiestas, ni borracheras, aunque también tiene que ver con el hecho de que soy un alma vieja. Con mis diecinueve años he visto demasiado y prefiero la paz del hogar y sus cálidos brazos.

Me importa una mierda si me dicen enfaldado. No lo soy. Es que siempre hemos sido ella y yo, no contra el mundo, sino contra el puñetero universo.

Digamos que después de tener la vida que tuvimos, y todos los obstáculos que vencimos para mantener esta pequeña familia de dos unida,  nos dejamos llevar por esta oportunidad que nos dió Dios y sacar lo mejor de ella. No planeo detenerme a desperdiciar mi talento, voy a explotarlo al ciento por uno.

Mi vieja bicicleta Shimano me espera en el garage y comienzo a pedalear hacia mi destino con una sonrisa en el rostro. En el camino, como es usual, me deleito en el paisaje, en las prístinas calles con sus aceras custodiadas por almendros de generosa sombra que brindan las ramas cargadas de hojas verdes y rojizas extendiéndose como queriendo abrazar la luz del sol.

Me gusta mirar los detalles y expresiones de los transeúntes, de los turistas maravillados con el paisaje y la explosión de colores, de sonidos que pululan por doquier, exaltando a la vida, exudando energía. Cada cosa que observo me retroalimenta y me carga de ideas, por eso prefiero la bicicleta. Me permite ver muy de cerca todo lo que me rodea.

Ojai, California, es un pedazo de cielo en la Tierra. Mamá se volvió loca cuando vio los alrededores, la arquitectura, la belleza y decidió comprar una casa que estaba en remate. Fue una bagatela «según ella» dado el nivel de vida que se lleva aquí. Pero una vez que se decide por algo, no hay quien la convenza de lo contrario.

Su testarudez nos regaló una hermosa casita , con jardín anterior, que ella se encargó de llenar de plantas suculentas, repartidas alrededor de un porche donde gusta sentarse en su columpio de madera azul a sonreírle al atardecer. Un salón común, tres habitaciones con baños propios, una cocina comedor enchapada de azulejos que imitan la madera y paredes de piedra que ha cargado con mis dibujos, para mostrarlos con orgullo a cuanta alma nos visita.

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