Despertó con un dolor de cabeza palpitante e intenso. Salió de entre la suavidad y calidez de sus sábanas sintiendo el frío clima que siempre hacía por las mañanas. Arrugó la nariz al sentir el helado suelo bajo sus pies, pero inmediatamente cambio su gesto por una sonrisa, su madre no tardaría en entrar por aquella puerta blanca que encajaba perfectamente con la habitación sin vida.
Observó su alrededor, las paredes de un lila pálido que fácilmente se podía confundir con blanco, su cama deshecha por la mala noche que había pasado, su escritorio perfectamente ordenado y vacío a excepción de una lámpara, que utilizaba cuando se desvelaba haciendo tareas, un libro, que probablemente era de su hermano, y una fotografía reciente de toda su familia, incluida ella, sonriendo. Un gran armario que cubría toda su gran pared y un estante, probablemente tan grande como el armario, lleno de todos sus libros. Pasó por alto los objetos más pequeños como su violín o su guitarra, hasta finalmente girar totalmente sobre sus talones y quedar frente a otra puerta blanca que separaba su gran habitación del baño.
Dio un pequeño paso, y como lo había predicho, su madre atravesó la puerta con cara de acabar de despertarse y con un intento de sonrisa en su rostro. Al ver que ya estaba despierta salió por la puerta no sin antes lanzarle una mirada de reprimenda por caminar descalza.
Después de una relajante ducha que alivianó un poco a su cabeza dolorida y casi una tormentosa hora de secar su largo cabello rubio cenizo, se encontraba poniéndose su gorro favorito, lista para bajar a desayunar.
Cuando salió de su casa el frío la golpeó justo en la cara con una gran ráfaga de viento. Frunció un poco el ceño y subió al auto poniendo nuevamente una gran sonrisa. A pesar del clima esperaba que el día fuera remotamente agradable. Durante el trayecto estuvo callada, escuchando la conversación animada que mantenían su hermano y su padre, pero como nunca ocurría, en ningún momento intervino. Cuando su padre le preguntó que ocurría su respuesta fue "No es nada, solo estoy cansada" y entonces sonrió, convenciendo a su padre, dejándolo totalmente tranquilo.
Caminó hacia la entrada junto a su hermano, quien la miraba desde que habían bajado del auto. Podía sentir su intensa mirada.
-Sé que lo escuchaste -fue lo único que salió de su boca. Tenía miedo de que le preguntara por qué no había intervenido, ya que ni siquiera ella misma podía entenderlo.
-¿Qué cosa? No escuché nada.
-Hasta los vecinos lo oyeron, Edeline.
-Estaba escuchando música. No escuché nada. -repitió intentando que él la dejase en paz de una buena vez.
-¡Demonios! ¿Por qué nunca dices nada al respecto?
Esa frase la puso de los nervios. ¿Cómo osaba decir <<nunca>> cuando era ella la que siempre salía a irrumpir en cualquier estancia en que se encontrara el conflicto? Le molestó mucho que lo dijera, tanto como si las palabras hubiesen salido de la boca de su madre que solía exagerarlo todo.
-Ya te he dicho que no escuché nada. ¿Cómo quieres que opine si ni siquiera sé de lo que hablas?
-Como quieras -respondió acelerando el paso, alejándose de ella. Claramente, se había enojado. Y ella entendía perfectamente la razón.
Lo observó acercarse a sus amigos y saludarlos en un juego de manos y dedos. Sonrió, nunca había entendido por qué los chicos se saludan de esa forma. Pero al mismo tiempo, siempre había querido hacerlo. Cuando era una niña solía practicar con Elliot, hasta que él se cansó debido a la torpe agilidad que tenían sus dedos solo para eso, ya que ella era muy ágil en el resto de cosas. Eso era lo que más le fastidiaba a Elliot.
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Aprendiendo a Vivir
RomanceEdeline es una chica normal. La única diferencia entre ella y todas esas chicas de su instituto es que ella si usa el cerebro. En realidad, lo hace demasiado. Lo que puede llegar a convertirse en un defecto. Cómo puedes disfrutar la vida si estás to...