Capítulo 2 "Bienvenidos al infierno"

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La última semana de vacaciones era algo a lo que nadie quería llegar. Durante toda la existencia de la humanidad (o desde la creación de las escuelas, para ser más específicos), se sabía que era el peor momento de las vacaciones. Siete días de pura agonía, donde cada segundo se pasa tan rápidamente, que el tiempo parece burlarse de ti, y cuando te das cuenta ya estás parado frente a las puertas del instituto, preguntándote dónde habían quedado los tres gloriosos meses de verano. O, en mi caso, donde habían quedado mis amigos.

-Tú no me conoces.-Frank me susurró antes de salir del auto, escrutando el horizonte por alguna señal de vida.- Recuérdalo, y te dejaré vivir.-clavó sus oscuros ojos en mí, buscando alguna señal de rebeldía.

-No te preocupes, querido hermano.-sonreí, dándole una muestra de mis deslumbrantes dientes.-Prefiero ahorrarme los comentarios indecentes sobre cómo mi hermano es el pasivo en sus relaciones.

El imbécil abrió un poco la boca, buscando el sentido de mis palabras. Antes de que las pocas neuronas que le quedaban pudieran sumar dos más dos, le guiñé un ojo y bajé de un salto de la camioneta. Dos segundos después, escuché los insultos provenientes de adentro. No sé si lo mencioné, pero se darán cuenta que convivo con un retrasado.

La escuela era un sinfín de cuerpos, voces y olores. La gente se movía apresurada por los pasillos, intentando no llegar tarde a la primera clase del año. Los cuerpos se apretaban, se empujaban e insultaban, y me sentía pequeña entre tanta gente. No veía a Jason y Lucy por ningún lado, y ya comenzaba a desesperarme. En serio, ¿quién abandona así a sus amigos? Los mataría, si no es que me mataban a mí primero.

Abandoné el abarrotado edificio, y respiré el limpio aire de la mañana. Todavía tenía tiempo, y sentía claustrofobia entre tanta gente. Mi madre lo dijo, mi hermano lo dice, y Lucy lo piensa. No me gusta la gente. Creo que al final tenían razón.

En el aparcamiento no se veía un alma, y agradecí a los dioses poder disfrutar del aire libre. El viento frío se burlaba de mí, alardeando de su libertad, y recordándome mi confinamiento a aquellas cuatro paredes de ladrillo pintado, donde los padres se deshacían de sus hijos durante todo un año. Por primera vez en mi vida, odie la inminente llegada del invierno.

The fray me devolvió a la realidad, y Never say Never no dejaba de sonar en mi bolsillo.

-¿Recordaron tener una amiga?

-¡Alli!- la pelirroja gritó del otro lado de la línea, y tuve que alejar el teléfono por su efusividad.- ¿Dónde están?

-¿Quiénes?- yo era la que tenía que formular esa pregunta.

-Tú y Jason, se supone que tenemos la primer clase juntos.

-Creí que tú estabas con Jason.- ¿Dónde estaba ese chico?

-Pues no, y será mejor que se apuren, porque ya es la hora de entrada.- Para confirmarlo, un agudo timbre sonó desde adentro del edificio. Creo que si la entrada al infierno tuviera un sonido de anunciación, sonaría igual a eso.

Caminando entre los autos, había terminado entre un citroen c4 y un lujoso nissan centra. El colegio se alzaba a unos cien metros, y corrí por mi vida. Si tenía suerte, tendría a alguna viejecita considerada como profesora. O, mejor aún, los adultos no escucharon el timbre. No cuesta nada soñar.

Una bocina sonó a lo lejos, el color negro entró por mi visión periférica, la motocicleta se desvió en el último segundo, y lo siguiente fue mi trasero aterrizando en el asfalto. Mañana tendría un feo moretón allí.

-¡Imbécil!- Me disculpo por mi vocabulario, sé que no es lo propio de una dama. ¿A quién engaño? Una dama mis cojones, y el imbécil se alejaba en su enorme motocicleta cromada por el aparcamiento.

That girl (SUSPENDIDA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora