Capítulo uno: Los lobos.

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El gélido viento de la noche golpeaba contra mis hombros desnudos. Mi cabello largo y castaño se movía a causa del suave viento que acompañaba el clima. La luna en cuarto menguante asomaba por detrás de los árboles que rodeaban mi casa, invitándome a adentrarme en las profundidades del bosque. Un hambre se apoderaba de mi interior, y sentí mis colmillos especialmente afilados. Había aprendido a controlarme a lo largo de los trescientos sesenta y dos años que llevo convirtiéndome en una bestia nocturna, pero de vez en cuando, era imposible resistirse a la tentación de un buen bocado.

Vivíamos en un pequeño pueblo de Carolina del Sur, de no más de cuatro mil habitantes. Era algo difícil disimular mi naturaleza entre tan poca gente, y por eso mi hermano, Jay, y yo nos mudábamos seguido. Nos costaba bastante ver como nuestros amigos envejecían sin nosotros, pero con el tiempo nos acostumbramos a dejar los sentimientos de lado y seguir adelante con nuestra condenada vida.

Creía que Jay no estaba en casa, pero mi sentido del olfato me advirtió que estaba equivocada, solo él desprendía ese hedor apestoso a cada paso que daba. Oí el ruido de la puerta de vidrio que se cerraba y caminó tranquilamente hacia mí, sin decir una palabra. Se llevó las manos a los bolsillos y tomó una bocanada de aire. Dio unos calmados pasos en dirección al bosque, y se lamió los colmillos: había sentido algo. Yo seguía observando fijamente la maleza, como si intentase detectar lo mismo.

Habían pasado años hasta que pude llegar a ser casi tan buen lobo como lo era él. Era más calmado y más, en cierta forma, profesional. Yo siempre fui la que se arrojaba a una presa sin pensar en las consecuencias, y por eso casi me matan en más de una ocasión.

Luego de unos minutos olfateé una pequeña manada de ciervos que no estaban lejos de nosotros. Su fragancia era dulce y jugosa, como caramelo.

-Qué bien huelen. –Comentó.

Por su tono de voz, podría decir que se moría de ganas por ir a devorarlos, al igual que yo. Cerré los puños con fuerza y mis uñas se tornaron puntiagudas, mi ritmo cardíaco cambió al igual que mi respiración. Jay se dio la vuelta para mirarme una última vez, y sus ojos se volvieron un amarillo vivo. En un abrir y cerrar de ojos, se había convertido en un majestuoso lobo gris que corría salvajemente tras su presa.

Estaba casi en mi metamorfosis, mi visión ya estaba alterada y mi olfato más desarrollado. Algo me interrumpió. Sentí que alguien estaba llegando a mi casa, podía olerlo. Intenté que mi cuerpo se normalice lo antes posible, pero la presión parecía ralentizarlo más. Comencé a desesperarme, no podía dejar que nadie me viese así. Corrí hacia dentro, y en el camino a encender el televisor choqué contra la mesa, pero ni siquiera sentí el impacto. Me senté en el sillón y esperé pacientemente mientras el aroma se hacía cada vez más notable.

Un Corolla negro se detuvo en la entrada. Miré discretamente por la ventana y Tom, el mejor amigo de mi hermano, descendió desde el lado del conductor. Caminó a paso ligero hacia la puerta e hizo sonar el timbre. Me levanté de mi asiento con tranquilidad, respiré hondo por última vez y abrí.

Tom estaba arreglado con un saco gris, jeans y zapatos negros. Tenía la mirada fija en una bolsa con aperitivos que hacía girar en forma de juego.

-Hey. –Lo saludé.

-Hola, Demetria. ¿Tu hermano no…?-Alzó la vista hasta mis ojos. –WOW.

Dio un paso hacia atrás, como asustado. Dejé la puerta abierta y me dirigí hasta un espejo en el baño: aún tenía los ojos amarillos.

Tom, junto con Electra, mi mejor amiga, eran las únicas dos personas que conocían nuestro secreto. Todavía recuerdo el día en el que se lo contamos.

Darkness.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora