Capítulo cuatro: Alfa y Omega.

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Fox me miró con desprecio, como si todo fuese mi culpa. Evan me examinó de pies a cabeza, buscando parecidos con Jay. Nuestras facciones eran similares, al igual que las dimensiones de los cuerpos. Pero en cuanto a ojos y cabello, éramos bien diferentes.

-Tienes un hermano muy agradable… -Se burló el chico que estaba junto a Electra.

-¡Connor! –Chilló Sophia.

El muchacho suspiró, como si quisiese guardarse sus palabras. No era que estaba sorprendida, Jay solía hacer estas cosas, estaba decepcionada. Me molestaba inmensamente, tanto que mi cabeza se negaba a la idea de que mi hermano me oculte cosas. Era frustrante.

-¿Qué sucedió, de todas formas? –Pregunté a Evan.

-No quisimos darle más alcohol. –Contestó, sombrío.

Jay me había prometido que intentaría controlarse respecto a ese tema. Cada vez que consumía alcohol, se volvía incontrolable. Recuerdo sus exactas palabras: “Me cuidaré, lo prometo”. Había sido esa misma razón por la que no quiso decirme nada en absoluto, porque sabía que me molestaría. El hecho de imaginarme a mi hermano dependiendo de una botella me sacaba de mis cabales. Podía haber arruinado todo, podía haber perdido el control de su lobo interno y acabar desatando una masacre.

Y luego, me di cuenta de algo: Electra lo sabía, Siva debería haberle contado, era eso por lo que se puso incómoda cuando vio a Nathan. Era un pequeño rompecabezas que se unía lentamente, como la sangre en la manga de Jay. No era suya, por eso no desapareció.

-Sabías esto. –Le dije a Electra.

Ella agachó la cabeza y tomó aire dispuesta a justificarse, pero parecía haber perdido el habla. Me conocía bastante bien, y era de su entendimiento que en estas ocasiones la mínima alteración haría que enloquezca.

Me sentía traicionada ¿Qué había más importante de contar que esto?  Intenté calmarme, pero no pude retener la furia por mucho tiempo. Resoplé, y puedo decir que todos en esa habitación se dieron cuenta de la sensación de disgusto que me inundaba. Sabía que Jay estaría en casa, nunca hace nada en todo el día. Debía hablar con él. Ahora. 

No saludé ni emití sonido alguno. Salí disparada por el pasillo, llevándome por delante gente que me insultaba y haciendo que a más de uno tire sus libros al suelo. No me importó Electra ni cómo volvería a casa, tampoco la impresión que le dejaría a Nathan o Sophia, o cualquiera en esa sala.

Empujé la puerta con enojo, haciendo que esta se disloque de su posición ligeramente. Me subí a la moto sin colocarme el casco y el motor rugió con intensidad. El viento del mediodía mecía mi cabello prolijamente atado en una cola de caballo, mientras que mis manos se mantenían cálidas debido a nuestra extraña capacidad de conservar el calor.

La ansiedad debía haberme afectado, ya que el camino a casa se me hacía cada vez más largo. Los árboles parecían infinitos, como si estuviesen multiplicándose para impedir mi retorno. Pensaba en como Electra había guardado el secreto, en lo fácil que le resultó. Siva, con quien no tenía mucha relación, se precipitó a contármelo incluso antes que ella. Me exasperaba que después se queje porque no le doy cada detalle de mi vida.

Nathan también había estado allí. No obstante, sé que él no tenía ninguna obligación en informarme ni en preguntar. Su amistad con Jay apenas estaba floreciendo, y en lo que respecta a mí: me había conocido la noche anterior.

Divisé un cuadrado blanco de dos pisos de alto a lo que llamaba “hogar”, a unos metros de mí. Aparqué la moto en el garaje y descendí de un salto. Debía hacer algo que llame la atención de Jay, para asustarlo o alterarlo, aunque eso no era tarea fácil. Me saqué mis lentes de contacto y los guardé en mi bolsillo: quería que viese lo molesta que estaba reflejado en mis ojos. 

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