Capítulo ocho:
Luego del encuentro con Rose, no consigo dormir. Sus palabras resuenan con la fuerza de un grito y el blanco del cielorraso me recuerda el vacío que tengo dentro sin la compañía de Electra. La gran ventana de mi cuarto intenta hacer llegar al interior una luz que con demasiada frecuencia falta también afuera, mientras que me siento cada vez más helada a causa del frío.
No hay un lugar en esta casa en la que se pueda disfrutar de una tranquila y sana soledad, porque cada metro de los pasillos, cada escalón de alta escalinata, están atestados de malos recuerdos, de olores que desearías no haber percibido y de incansables intentos de escondites.
En cuanto a mi hermano, daría para escribir el guion de una película grotesca. Imaginen a un hombre de tamaño considerable vestido por una modista loca, o simplemente daltónica, que aparece en bares desde la nada y que de la nada desaparece, como si no tuviera otra existencia más que esa. Que vomita un guion preestablecido, siempre igual, y que recita casi obligado cada mañana.
Así se van los casi cuatrocientos años de mi vida.
Electra es un caso aparte. No soy una persona que suela extrañar a otras, pero sin ella era como si una parte de mí se hubiese perdido en el infinito. Nuestra relación es muy simple: Ella decidió que yo sea su guía.Prefiero el término »guía« porque »jefa« implicaría dar órdenes y formar parte de un grupo, que no es mi caso. Es ella la que me sigue, dado que se fía de todo lo que digo y hago. Es una decisión suya, no mía. Esa es la fuerza de nuestra amistad.
Mientras intento dormirme, pienso en Nathan. No sé por qué. Los chicos nunca me atrajeron demasiado. Son seres previsibles, que sólo quieren hincharse los músculos y ligar. O enclenques e inadaptados que se refugian en improbables historias de cómic o friéndose los ojos frente a los videojuegos. Pero él no es así, tiene algo diferente que aún no sé identificar. Habitualmente los chicos te dicen enseguida todo lo que saben hacer, lo que han hecho o lo que harán. Él no. Él da la impresión de ocultar mucho más de lo que muestra.
No encuentro la lógica en la parte de Jay que intenta alejarme Nathan. No va a pasar. Hay veces en las que creo que es un completo demente, que está hueco como un pozo de agua y por eso se mete en mi vida. Comprendo lo tedioso que puede ser cuidar a tu hermana menor por toda la eternidad, no obstante las razones de su sobreprotección escasean y le quitan sentido a toda la situación.
Cuando cierro los ojos con la esperanza de canalizar el sueño, oigo como las gélidas gotas de lluvia comienzan a esparcirse como proyectiles en todo lo que encuentran: árboles, personas, coches. Recuerdo como, cuando pequeña, me encantaba jugar a orillas del río que situado a pocos metros de mi hogar se presentaba impetuoso en los días de lluvia. Esos eran los días realmente felices, en los que mis padres podían cuidar de Jay y de mí, y toda nuestra familia se reunía los domingos al mediodía a compartir el almuerzo.
Unas lágrimas se me escapan y humedecen la pálida tela de la almohada. No me gusta llorar ni mostrar muchas emociones. Es por eso que me dicen que soy fría, y quizás sea cierto. Pero dosificar las emociones no es sólo un deber, sino también una necesidad: sonrisas y lágrimas pueden ser muy peligrosas si se dejan fuera de control. Hay que gestionarlas con cuentagotas para que no caigan a manos de alguien capaz de usarlas en tu contra.
Intento reprimir todo en mi interior. Con el correr de los años comprendí que llorar no sirve de nada, y menos cuando se trata de cosas que no se pueden cambiar. Es otro dolor que se guardará para dejarlo salir en una explosión, que me temo no saber cuál será.
Vuelvo a abrir los ojos. No puedo dormir.
¿Qué hora será?
El despertador indica las nueve de la mañana. Es viernes. Enciendo la luz del destartalado velador violeta y veo mi vestido negro desparramado en el suelo. Me da una sensación extraña verlo, como si estuviese maldito.
Me siento en la cama y fijo la vista en uno de los zapatos de tacón que me hicieron la noche por poco imposible. No sé por qué los usé. Tengo unas botas que iban bien con el atuendo y que son el doble de cómodas que esos horribles tacos. Lo tendré en cuenta para la próxima.
Me pongo de pie y percibo el olor a café que desprende la cocina, tan atrayente para mí como el alcohol para Jay. No porque esté cansada ni mucho menos, sino porque simplemente me gusta su sabor.
Camino con un leve grado de dificultad. Mis piernas pesan como plomo y poseen un temblor ocasionado por todo el baile de la noche anterior. Me pongo un sweater color crema y un pantalón negro, camino descalza.
Las escaleras de madera rechinan un poco bajo mis pies, y esperando hallar a Jay en la cocina comienzo a tararear una vieja melodía muy conocida por los dos. Pero en cambio, me cruzo con la fría mirada de Rose. Me examina, y yo a ella. Creo que está punto de hablarme, sin embargo se pega la vuelta y sigue en lo suyo.
Voy hacia la repisa, saco una taza anaranjada y continúo hasta la máquina de café, que hace un ruido tan molesto como irritante. Rose me mira una vez más y sienta en la mesa con un vaso de jugo y tostadas, de espaldas a mí. Mientras sigo aguardando a que mi taza se llene, pienso en si debo pronunciar palabra o guardar silencio.
Recuerdo a Rose por su mal temperamento en las mañanas, que nos llevó a peleas tanto físicas como verbales en varias ocasiones. Aunque me dijeron que soy más fuerte que ella, de alguna forma me intimida. Quizá sea por su carácter o su sabiduría, quién sabe.
La taza llega al tope y me propongo subir a mi cuarto nuevamente, entonces ella habla:
- ¿Has pensado qué hacer con Electra? – Cuestiona con frialdad.
- No. Sólo sé que algo haré, pero no estoy segura de qué.
- Más vale que te apresures en pensarlo.
- ¿Por qué?
Guarda silencio. Busco la forma de presionarla, pero no la encuentro. Toma otro sorbo de su jugo de frutas y espera unos segundos.
- Sólo hazlo. –Dice, clavando sus ojos en los míos como dagas.
Frunzo el ceño y guardo silencio, reprimiéndome las palabras. Mientras tanto, ella vuelve ingerir el contenido de su vaso con una expresión de victoria.
Y es en este momento cuando una sensación vaga por mi sistema y me obliga a reaccionar.
- No sé quién te crees que eres, o qué has venido a hacer, pero estate muy segura de que no vas a alterar la manera en la que mi hermano y yo nos manejamos.
Tomo una bocanada de aire al desconocer de dónde provenía eso, dónde lo tenía guardado. Desconcertada pero con una pizca de picardía responde:
- No pretendo hacerlo.
La escaneo nuevamente y sujeto mi taza con más contundencia que de lo normal. Sólo un poco más y el objeto se rompería en pedazos frente a mí.
Sé lo que intenta hacer.
Sé que quiere hacerme pensar que está de mí lado, cuando realmente lo único que desea es destruirme. A mí, o a Jay. Y no puedo dejar que eso pase. Como he dicho reiteradas veces: la idea de perder a mi hermano me aterroriza al punto de no poder dormir.
Tengo el presentimiento de que hay algo que Rose sabe y no está dispuesta a decirme. No quiere hacerlo, pero lo hará eventualmente.
Lo único que temo, es que no sean necesarias las palabras.
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Darkness.
ФанфикSinopsis: Dos hermanos, Demetria y Jay McGuiness, llevan sus años mudándose de pueblo en pueblo sin más esperanzas que las de ocultarse de la sociedad, nada les había demandado que se queden en un lugar por más tiempo. Pero ellos ocultan un oscuro s...