🇭🇺𝓢𝔃𝓸𝓫𝓪🇭🇺

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𝕮𝖆𝖒𝖕𝖆𝖓𝖊𝖔𝖘 𝖘𝖚𝖇𝖛𝖊𝖗𝖘𝖎𝖛𝖔𝖘

La húngara permanecía encerrada en su oficina, con el escritorio invadido por hojas desperdigadas y los estantes llenos de libros de ideología comunista. Sobre las paredes, se encontraban colgados los típicos carteles de propaganda y los recuadros que ensalzaban la imagen Leninista-Marxista así como la gran ilusión que esta le prometía al mundo; un régimen mundial pintado del carmesí de la revolución y  de la caída de los denominados imperialistas. La concepción de una realidad más justa y equitativa para todos, en donde no existieran las luchas de clases sociales ni mucho menos la falta de trabajo para las masas hambrientas y que en su gran mayoría, dependían exclusivamente de su fuerza de trabajo para su propia subsistencia.

Era una bonita visión. Se suponía que el mundo bajo el manto escarlata debía ser perfecto y alegre; en el que los días soleados fueran más abundantes que los anubarrados y tétricos ¿Pero por qué era al revés? ¿Por qué en lugar de ver un mundo colorido e igualitario veía a un pueblo morir de hambre mientras sucumbía en medio de un océano de paranoia e incertidumbre que estaba tan inmersa en los corazones de las personas?

¿Por qué habría de temer a algo que se creía era benevolente e inocuo? Una ideología no existía para oprimir a las personas, sino para traer desarrollo y cambio social en la mayoría de las veces, el socialismo era una de esas dogmas que pretendía ser una solución; un cambio a gran escala que hiciera que los paupérrimos tomaran el poder por la fuerza, aplastando a aquellos que los oprimieron por largos decenios e imponer el nuevo orden de un mundo sin distinciones. Sin duda alguna un punto de vista prometedor, así como el lema "Proletarios del mundo, uníos".

Pero Hungría, en lugar de ver aquello como algo esperanzador no podía evitar esa sensación amarga que invadía su boca cuando algo en específico le incomodaba. Se sentía confundida. Totalmente fuera de sí como si fuera una pieza ubicada en un sitio erróneo en un simple rompecabezas. Lo único que podía experimentar... Era miedo; pavor por aquello que se suponía debía de ser su salvamento así como el de su pueblo. No podía sentir amor por el monstruo que se ocultaba bajo el manto de pureza y honestidad, porque en lo grana de su emblema además de la estrella que se levantaba en lo alto de Siberia, solo podía distinguir sangre y cuerpos sin vida.

Occisos y víctimas inocentes por doquier. En los recovecos umbríos se ocultaban las ánimas de los caídos, víctimas de la fatalidad y lo irrevocable; la muerte misma que se apoderó de ellos de manera injusta. La pelirroja, vestida elegantemente con un uniforme tradicional café oscuro que cubría su cuerpo, así como de una bonita boina sobre su cabeza llevó su campo visual hacía la ventana, percibiendo el firmamento anubado y carente de vida pintoresca. Los edificios de Budapest también eran tan grisáceos, distinguiendo a los viandantes caminar sin poner mayor cuidado en lo que pasaba a su alrededor. Pero en sus rostros no distinguía júbilo mas sí tristeza.

Hungría bajó una vez más la mirada, hasta que de pronto escuchó la puerta de su estudio de trabajo ser abierta. De inmediato, retomó el oficio que había abandonado por varios minutos, fingiendo estar concentrada en documentos los cuales no consideraba importantes porque no tenían un impacto directo en las vidas de las personas que componían su país. Prestó entonces atención a la recién llegada, siendo nadie más que la aquincense, portando un vestuario bastante similar al suyo, la responsable de tan inesperada intromisión:

—Oh, eres tú— se pronunció primeramente la húngara de cabellos trenzados —Pasa y cierra la puerta por favor—.

La solicitud de la susodicha fue acatada por la recién llegada, la cual parecía apresurada y ansiosa, recordándole el día en el que el mostachudo de Stalin falleció. Honestamente, era una bonita remembranza que solía alegrarle hasta los días más tristes.

𝕊𝕖𝕕𝕚𝕔𝕚𝕠́𝕟 ¦ ℍ𝕦𝕟𝕘𝕣𝕚́𝕒 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora