—Eso... —dijo Shiva sombrío, captando la atende Afrodita.
—¿Huh? —inquirió ésta.
—¡¡ESTUVO GENIAL, JODER!! —clamó el dios hindú—. La sangre me hierve como no lo ha hecho en eones...
El dios de la destrucción curvó sus labios en una sonrisa ansiosa mientras se tronaba los dedos de sus cuatro puños, potentes como cañones.
—Quiero partirle la cara a alguien —dijo, y Afrodita simplemente regresó su vista a la arena.
En la arena, Teucro miraba la zona de combate con los ojos llenos de lágrimas, pero una sonrisa amplia en su rostro.
—Él sonrió —dijo—. Mi hermano recibió la muerte como un guerrero.
Brenda y Eantides lloraban abrazados en sus asientos, lamentando la muerte de Áyax profundamente, aún más que cuando esto les fue informado en Salamina, miles de años atrás. Tras sus muertes, habían vivido felices y juntos los tres en los Campos Elíseos, hasta que Áyax fue convocado por Brunilda para combatir en el Ragnarok.
—No sólo se ganó el respeto del dios, sino que casi lo mata —dijo Diómedes, orgulloso de su antiguo compañero de batalla.
Aquiles, Patroclo y Menelao hicieron un brindis.
—Peleó muy bien, como siempre lo hizo —afirmó Patroclo.
—Un final digno para el hombre más fuerte de toda Grecia —dijo el hijo de Tetis y Peleo tras acabar con el vino en su copa.
Las personas encargadas se encargaron de lavar la roca manchada con la sangre de Áyax y Thor, así como el cráter en la pared, que estaba siendo reparado mientras los humanos que no sentían afecto por Áyax temblaban, balbuceaban y se frotaban las manos con ansiedad.
Todos se preguntaban quién sería su próximo representante... Y si tenían alguna posibilidad del todo de vencer a los dioses.
Menelao se encargó de que llegaran copas con vino a todos los luchadores y veteranos de la Guerra de Troya, así como los allegados de Áyax.
—¡Helenos! —rugió—. ¡Alcemos nuestras copas en memoria de Áyax, el Hombre Más Fuerte de Toda Grecia!
—¡Por Áyax! —respondieron los helenos, y decenas de miles de gargantas bebieron el vino espartano, en señal de respeto y despedida a su héroe.
Los dioses respondieron con carcajadas.
—¡Idiotas! —gritó Unkulunkulu—. ¡¿En serio creyeron que un simple humano y una valquiria podrían contra uno de nosotros?! ¡Patético!
Dana, por su parte, rió a carcajadas. Dagda, su hijo mayor y heredero, permaneció callado. Ese humano se había ganado el respeto de Thor... Así como el suyo.
—¡Tiemblen ante nuestro poder, putas alimañas! —rugió Cthulhu, Señor de R'lyeh—. ¡Esto habrá acabado antes de que se den cuenta!
—¡Júrennos lealtad y su muerte será rápida! —exclamó Tomazooma, miembro del panteón nativo americano.
—¡Arrodíllense! —ordenó Poliahu, del panteón hawaiano.
Nanán Baruqué, del panteón yoruba, hizo bocina con sus manos.
—¡No son rivales para nosotros, malditos insolentes! —se burló.
El Barón Samedi, situado a su izquierda, rió por lo bajo mientras hacía caer la ceniza de su puro a sus pies.
—Un desastre —se dijo Brunilda, caminando apresuradamente por los pasillos del interior del ciclópeo coliseo de piedra, con sus botas resonando peligrosamente con cada paso suyo, con Göll acercándose apresuradamente a la distancia, tratando de evitar que su cabello lavanda se metiera en sus ojos—. Esto es un puto desastre.
Áyax el Grande era el más fuerte de toda Grecia, y Randgriz una excelente elección para ser su Volund, pero al parecer no su fuerte vínculo no había sido suficiente para poder acabar con Thor. Comenzó a preguntarse si Göll tendría razón, y el enviado debería de haber sido Aquiles.
Allí le llegó otro mensaje.
Decía: 释加牟尼: SIGUIENTE PELEADORA: NÜ WA.
Göll miró indignada y con sus ojos llenos de lágrimas a los dioses.
—Son como niños... Tan inmaduros, tan engreídos... —dijo la menor de las valquirias—. ¡Deberían ser mejores que esto, se supone que por eso son los dioses! ¿Eh? ¿Brunilda? -preguntó al ver que su hermana mayor había seguido avanzando, marcando nuevamente una larga distancia entre ambas-. ¡Ey, espérame!
Göll se apresuró nuevamente a alcanzar a su hermana.
—¿Ahora qué sigue? —preguntó—. ¿No deberíamos ir al Valhalla a ver cómo está Randgriz? Luego podríamos ir a los Campos Elíseos a ver a Áyax, si quieres.
—¿El Valhalla, dices? —preguntó Brunilda fríamente—. Ve si quieres, no encontrarás allí a Randgriz.
Göll se detuvo, sintiendo una horrenda quemadura esparcirse dentro de ella, donde estaba su corazón.
—¿Q-qué...?
—Nuestra hermana y Áyax Telamonio están en Niflheim, querida Göll —la menor de las valquirias reprimió un grito de horror, y la imagen de Áyax y Randgriz agritándose y rompiéndose al resplandecer en verde, para luego ascender el cielo—. Verás, esto es un combate entre almas. Quien muere en el torneo Ragnarok, se destruye permanentemente. No hay nada después. Se flota en el eterno vacío de Niflheim por el resto de la eternidad.
Göll dejó caer varias lágrimas, llevándose la mano al pecho, apretando los dientes con fuerza para no gritar mientras el agarre férreo de la tristeza se estrujaba alrededor de su joven corazón.
Brunilda, por su lado, permaneció estoica, lo que no fue del agrado de Göll.
—¡¿Es que no te importa?! ¡Nuestra hermana está muerta, carajo! ¡No volveremos a ver a Randgriz NUNCA! Y todo esto por la humanidad... La sucia, corrupta, podrida y degenerada...
Göll calló cuando Brunilda le dio una bofetada de revés que le partió el labio inferior.
—Nadie puede decir que no amo a mis hermanas —dijo Brunilda, severa—. Pero fui humana alguna vez. Amé a un hombre, tuve a sus bebés, los crié y vi crecer, hasta que morí, y Odín me hizo una valquiria, y desde entonces las he cuidado y amado a ustedes como hice con mis hijos en su momento. Los dioses se han vuelto demasiado engreídos, y nadie más parece tener un problema con eso, así que es mi deber darles una lección. La muerte de Randgriz me duele tanto como a ti, me despedaza por dentro.
Brunilda tomó el rostro de su hermana por las mejillas y lo elevó.
—No venceremos a los dioses actuando así —le dijo, casi como disculpándose por la bofetada.
El hilo de sangre que caía del labio de Göll llegó a la mano de Brunilda, reptando como una serpiente carmesí por la piel tersa y pálida, hasta llegar a la tela de la manga.
—Si yo también me sentara en una esquina en posición fetal a llorar a Randgriz y el resto de nuestras hermanas que eventualmente morirán y no hiciera nada, estaremos jodidas. Acabaremos, mínimo, en el Tártaro por traicionar a los dioses, o incluso en Helheim por el resto de la eternidad —Brunilda soltó el rostro de Göll—. Así que una de nosotras tiene que pensar con la cabeza fría.
La mayor de las valquirias le pasó un pañuelo de seda a su hermana, quien lo tomó y lo puso contra su labio roto tras limpiarse la barbilla.
—Ven, no estamos lejos —dijo Brunilda, y siguió avanzando hasta llegar a la habitación 240, apenas a tres de distancia de la de Hasan Sabbah, la 237.
Brunilda se preguntó dónde andaría ese hombre. Allí, tocó la puerta, y sin esperar respuesta procedió a abrir. En una cama enorme y circular de varios metros de diámetro, en medio de por lo menos doce mujeres, se encontraba el siguiente luchador, que elevó la cabeza para verla, entrecerrando los ojos por la luz. No sólo había estado teniendo sexo con quienes en su día conformaron su harén en vida, sino también con mujeres nuevas, la mayoría sirvientas de Amaterasu, Dana o Yemayá.
Las cortinas estaban cerradas, y no había más iluminación que la gigantesca lámpara de araña, hecha con oro y diamante, que colgaba del cielo raso. La cama, púrpura y circular, estaba hecha un desorden, y el lugar entero hedía a sudor, alcohol, velas afrodisíacas y tabaco.
—Ah, eres tú —dijo, con quien había sido su esposa, también desnuda, abrazándolo—. ¿Qué quieres?
El hombre, atractivo y de rasgos asiáticos, cabello largo, negro y sedoso a juego con su bigote y barba, miró a su alrededor.
—Hay espacio, por si tú y tu hermana quieren unírsenos —dijo con una media sonrisa.
Göll, al observar la escena, se sonrojó y dejó salir un gritito, tomando a su hermana por la cintura. Brunilda rodeó los hombros de Göll con su brazo derecho, protectora como una leona con sus cachorros. Volviendo a la escena que tenían en frente, cerró los ojos y respiró profundamente, como una maestra paciente con un alumno maleducado e insolente.
—Ustedes. Salgan —dijo Brunilda con severidad a las mujeres, las integrantes del harén y las sirvientas de las diosas, y luego se dirigió al hombre—. Es tu turno.
El hombre torció la mueca en un gesto de resignación.
—Ya la escucharon, salgan de aquí. Volveré a verlas cuando haya matado a ese dios —dijo, y las mujeres obedecieron, buscando sus ropas de entre la pila, para salir aún desnudas y perderse a la distancia. Todas, salvo su esposa, a quien Brunilda no se vio en la necesidad de echar.
El siguiente luchador se puso de pie, completamente desnudo y con el torso y espalda, ambos cubiertos de poderosos músculos que le daban tanto fuerza como agilidad, llenos de cicatrices, y cubiertos de una ligera capa de sudor que lo hacía ver como si brillara. Se estiró y bostezó, buscando su ropa interior.
—No has cambiado, Temujin —le dijo la mayor de las valquirias mientras el hombre se colocaba la ropa interior y los pantalones. Esto hecho volteó a ver a las hermanas.
—No viví lo suficiente para conquistar el mundo, pero podré matar a un dios —sonrió, mientras Börte, su mujer, se acomodaba en la cama, posando provocativamente, y sus ojos oscuros fijos en su marido—. ¿Cuántos más pueden decir que lo han hecho? Mortales, por lo menos.
—Ninguno que me venga a la mente —sonrió Brunilda.
—Brunilda... —dijo Göll, extrañada—. Lo llamaste "Temujin", pero ese nombre no me suena. ¿Quién es él?
La mayor de las valquirias amplió su bella sonrisa.
—Querida Göll, te presento a Genghis Khan, Señor de Mongolia.
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Record of Ragnarok: Los Otros Luchadores.
FanfictionLos dioses han decidido acabar con la humanidad. Sin embargo, la valquiria Brunilda apeló al artículo en el que se estipulaba que, de llegar los dioses a tal decisión, los humanos tendrían una oportunidad de pelear: el torneo Ragnarok, la batalla fi...