El coliseo rugía.
Más grande que cualquier estadio, pero construido para que incluso quien se sentara más alto pudiera ver y oír todo lo acontecido en el conflicto, el Coliseo del Fin del Mundo tenía las graderías llenas con todos los dioses y humanos que hubieran existido hasta el momento, con algunos dioses privilegiados, cómodamente sentados en balcones. Entre ellos, estaban: Zeus con Hermes y un asiento que pertenecería a Ares, cuando llegara. Odín, con asientos para Thor y Loki. Y Shiva, con su hijo Ganesha en su regazo, ambos sentados a la derecha de la bella Afrodita, quien estaba, nuevamente, sentada en su trono de gólems. Si bien era a cielo abierto, una serie de pesadas vigas de madera, piedra y metal mantenían extendidas una serie de mantas de marquesina níveas, haciendo la mayor cantidad de sombra posible al público.
Brunilda y Göll miraban con anticipación. Se suponía que todo estaba listo, ya los trece luchadores habían sido elegidos, y tenían sus cuartos asignados. Brunilda volvió a ojear la lista, que le había llegado hace recién unos momentos. No se suponía que debía tenerla, pero un tercero se la había proveído. En su pantalla se leía:释加牟尼:
DIOSES. MORTALES.
-Zeus. -Shaka Zulu.
-Jesucristo. -Leónidas.
-Loki. -Yin Fu.
-Camazotz. -El Cid.
-Poseidón. -Edward "Barbanegra" Teach.
-Dana. -Roberto I de Escocia.
-Hades. -Áyax el Grande.
-Thor. -Ragnar Lodbrok.
-Set. -Zenobia de Palmira.
-Huitzilopochtli. -Juana de Arco.
-Odín. -Simón Bolívar.
-Nü Wa. -Genghis Khan.
-Shiva. -Hasan Sabbah.Algunos, como Yin Fu, Shaka Zulu o Zenobia de Palmira, aprovecharon el tiempo para entrenar. Otros, como Ragnar Lodbrok o Juana de Arco, observaban los combates, con el fin de estudiar el torneo y ver si habría un modo de incrementar sus posibilidades de vencer a los dioses, cuando llegara su turno de luchar.
—Debiste haber llamado a Aquiles, hermana —dijo Göll—. Éste hombre...
—Sobrevivió a la Guerra de Troya, y se ganó el respeto del Príncipe Héctor —la interrumpió Brunilda—. Cargó el cuerpo de Aquiles una vez tomada la ciudad, y a diferencia de éste, no pereció por mano de un dios u hombre, sino por la suya propia. Es un guerrero fuerte, a quien considero perfectamente capaz de matar a un dios. Y...
La valquiria se interrumpió al llegar de manera casi sobrenatural, y al unísono, varias oraciones de todas partes de la humanidad. Si bien sus contenidos eran distintos, todos poseían la misma intención.
—Buda... —rezó un monje budista—. Por favor protégenos y ampáranos de...
—Señor Mío, Dios Hijo, Jesucristo... —rezó una mujer de tez oscura.
—Om Namah, Shivaya... Señor Shiva, por favor protéjanos... —rezó un hombre hinduista.
—Padre nuestro que estás en los Cielos...
—Oh, Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno...
—¡Ustedes! —llamó Brunilda, y todos los religiosos de todas las religiones del mundo supieron que se dirigía a ellos—. Esos dioses a los que les rezan, son ahora nuestros enemigos, esos que votaron por su extinción. Así que deténganse de inmediato.
—¡Damas y caballeros! —llamó Heimdall desde la arena, usando su cuerno dorado para que su voz se oyera en todo el coliseo—. ¡Sean bienvenidos a la batalla final entre Dios y el hombre: el Ragnarok! Yo, Heimdall, el Guardián del Apocalipsis, presenciaré de cerca las batallas y las anunciaré, presentando a cada uno de los peleadores para quienes no estén familiarizados. Las reglas son las siguientes: trece humanos contra trece dioses en un combate a muerte. La victoria se marca para el bando cuyo peleador sea el único que permanezca en pie, y el primero en llegar a siete victorias, gana. Y para la primera ronda, representando a los dioses, ¡lo tenemos a él!
Las puertas que daban a la arena en la que se marcaba la palabra "dioses" se abrieron, permitiendo el paso de un hombre alto y atractivo. Tenía una melena rojiza y tronco de tonel, así como una legendaria barba del mismo color, similar a una pira, o un bosque entero ardiendo. Vestía una armadura escandinava compleja y hermosa, con una capa de piel de oso que tenía una capucha que si bien le cubría el rostro, no alcanzaba a ocultar su pelo y barba, ni sus ojos, que brillaban escarlata en las sombras.
—Él es el Flagelo de Jötunheim, el Quebrador de Cielos, el Señor del Trueno, Hijo de Odín, el Defensor de Midgard y Asgard. Padre de Magni, Modi y Thrud, padre adoptivo de Forseti, esposo de Sif, el valiente guerrero que asesinó a Jörmungandr. No importa cómo ni de dónde tire su fiel martillo, Mjöllnir, ¡éste siempre volverá a su mano con un simple chasquido de dedos! ¡El más fuerte de los dioses nórdicos...! —redoble de tambores, seguido por el dios removiendo su capa de piel de oso con un solo movimiento de su mano, cubierta por sus poderosos guanteletes. Mjöllnir, por su lado, colgaba de su imponente cinturón—. ¡¡¡¡THOOOOOOOOR!!!!
El público del lado de los dioses rompió en vitoreos y aplausos. Odín miró orgulloso a su hijo con su ojo desde arriba. En el público, la rubia Sif, que tenía a Mangi y Modi (tan crecidos que parecían de la edad de sus padres) a sus lados, y Forseti al lado de éste último, vitoreó por su marido.
—¡Mucha suerte, mi amor!
—¡Acaba con el tonto humano, papá! —gritó Magni, rubio como su madre, y poseedor de una larga melena áurea.
—¡Tú seguro ganarás, papá! —concordó Modi, pelirrojo como su padre y poseedor de una barba gemela mas ligeramente más oscura, y Forseti, gemelo a su fallecido padre Baldur, aplaudió con todas sus fuerzas.
Thrud, hermana de Magni y Modi, se había rehusado a asistir a la pelea. Con 2,15m de altura, sumamente fuerte, con labios gruesos, ojos verdes y cabello rosa pálido, había sido nombrada como una de las valquirias por su abuelo Odín hace mucho, por lo que tendría que pelear del lado de la humanidad. Debido a esto, decidió que estaría lejos de la arena cuanto le fuese posible.
—¡Y ahora, del lado de los humanos, tenemos a éste sujeto! —dijo Heimdall, apuntando a las puertas de los humanos, que se abrieron, a la vez que los soldados griegos comenzaban a entonar una poderosa y amenazante melodía militar con cuernos y tambores.
Ocho caballos negros emergieron de la puerta de los humanos, halando un enorme carro de hierro, en el que había un sarcófago de piedra sobre el que habían crecido los jacintos. Las bestias corrieron por toda la arena, relinchando con ferocidad, hasta que hicieron girar violentamente el carro, dejando caer el féretro, que aterrizó de pie.
—Este hombre —anunció Heimdall—, luchó al lado de héroes como Aquiles, Patroclo, Diómedes, Menelao y Odiseo en la guerra más grande y larga de su tiempo: la Guerra de Troya. Se enfrentó al mismo Príncipe Héctor, quien le otorgó su respeto, y como regalo, la espada con la que posteriormente se quitaría la vida, ¡pues prefiere morir a vivir con su honor manchado!
El sarcófago crujió como un trueno, dejando salir una densa niebla negra, a la vez que la pesada tapa pétrea se abría lentamente, produciendo chirridos de ultratumba, hasta que se detuvo a medio camino.
—Un hombre entre hombres, que se enfrentó en el campo de batalla a ni más ni menos que Ares, Artemisa y Afrodita sin el respaldo de un dios que apoyara a su bando. El más fuerte de toda Grecia...
La obstrucción de la tapa fue resuelta con una poderosa patada que destruyó las bisagras de piedra, dejando la tapa caer pesadamente sobre el piso.
—Nombrado por el propio Heracles... El Eterno, el Más Fuerte de Toda Grecia, el orgulloso hombre que se rehusó a dirigir una sola palabra a Odiseo en su visita al inframundo... —redoble de tambores—. ¡¡¡¡ÁYAX EL GRANDEEEEEEEE!!!!
Llevaba una armadura negra de cuero con cota de malla, ligera y si bien no muy protectora, le permitía la movilidad necesaria para blandir su poderoso martillo de guerra a dos manos, su arma favorita. Su barba era prominosa y castaña, como su pelo largo, impedido de colocarse frente a su rostro por una gruesa vincha de cuero negro. Si bien no contaba con su poderoso escudo, no creía llegar a necesitarlo.
El público humano, compuesto por todos y cada uno de los humanos que hubieran existido hasta el momento, vitoreó el nombre de Áyax.
—¡Hazlo pedazos, Áyax! —gritó el centauro y maestro de Aquiles y Áyax: Quirón.
—¡Demuéstrale a ese dios insignificante por qué eres el más fuerte de toda Grecia! —vitoreó ni más ni menos que el legendario, el bello y rubio Aquiles a la vez que Patroclo, a su lado, aplaudía con fuerza.
—¿No estás aterrado, dios? —le gritó Teucro, medio hermano de Áyax, a Thor—. ¡Eso es porque no sabes a quién tienes al frente! ¡Tu cráneo tendrá el mismo destino que el de todos esos troyanos que se enfrentaron a él!
—¡Áyax se enfrentó a Ares y Artemisa en el campo de batalla, dios! —gritó Diómedes, bello y joven, con un ojo azul y el otro marrón. Rubio y con un parecido terrorífico a Dominic Sherwood, el guerrero griego vitoreaba a su compañero desde la misma zona de la gradería donde estaba toda la tropa helena—. ¡Si ellos no pudieron con él, tú tampoco!
—¡Demuéstrale a los dioses de qué estamos hechos los helenos, Áyax! —lo apoyó Odiseo, poseedor de una espesa barba marrón a juego con su melena, y un parecido enorme a Sean Bean.
—Pienso que tú habrías sido una mejor elección, hijo de Peleo —dijo a Aquiles Héctor de Troya, inmensamente parecido a Eric Bana.
—Si hablamos de estrategia militar y la danza del combate como arte —dijo el bello y rubio guerrero griego—, tú y yo habríamos sido mejores opciones que Áyax. Pero en lo que respecta a fuerza bruta... Sólo el propio Heracles lo supera.
Áyax estiró su mano derecha cuanto pudo, con los ojos fijos en Thor, y un rayo verde cayó del cielo, materializándose en su martillo de guerra a dos manos. Tenía un mango largo y negro, resistente a los poderosos golpes que había de otorgar, con los que había segado varias vidas en Troya. Rematado por una púa en cada extremo, tenía una cabeza cónica y algo curva, amenazante cuando menos, semejante al colmillo de un dragón. Su Völundr con la bella Randgriz.
—Así que así es como planean hacernos frente... —dijo Zeus, sentado en su trono divino en el balcón, y pasando sus ojos de Áyax y Randgriz a Göll y Brunilda—. Esas arpías astutas se están rebelando contra nosotros.
Hermes, de pie a la derecha de su padre, vestía un esmoquin negro con guantes blancos de seda. Tenía la piel tersa y pálida, un rostro anguloso y atractivo, y un tatuaje carmesí y abstracto en su mejilla derecha y temple izquierda, a juego con sus ojos.
—Esas dos serán las primeras a las que ejecute en cuanto ganemos el torneo —dijo el Crónida, y su hijo rió por lo bajo.
—O podemos... Conservarlas. Ya sabes, posponer la ejecución para que... Provean al Olimpo con una nueva generación de semidioses. El poder de Grecia y Escandinavia, en un solo cuerpo —sugirió el mensajero de los dioses.
Zeus lo meditó brevemente.
—Hijo mío —dijo el Crónida con una media sonrisa, rebosante de malicia—, a veces me asusta tu intelecto. Hice bien en nombrarte mi consejero.
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Record of Ragnarok: Los Otros Luchadores.
FanficLos dioses han decidido acabar con la humanidad. Sin embargo, la valquiria Brunilda apeló al artículo en el que se estipulaba que, de llegar los dioses a tal decisión, los humanos tendrían una oportunidad de pelear: el torneo Ragnarok, la batalla fi...