Entreacto III.

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Frente a la realidad que otrora creyeron imposible, los dioses simplemente respondieron con silencio. Ares, Loki, Hermes, Olorun, Amaterasu, Nü Wa, Shiva, Afrodita, Dana, Unkulunkulu, Odín, Huitzilopochtli, Nyarlathotep, Cthulhu, Atenea, Zeus... Todos, se encontraran donde se encontraran, miraban con pétreo y gélido silencio el cadáver de Poseidón, recostado y hecho pedazos sobre un charco de su propia sangre, carmesí y divina, que comenzó a resplandecer verde y agrietarse, para luego quebrarse y ascender en una estela de luz y polvo verde al cielo... A Niflheim.
Todos habían olvidado hace miles de años, que los dioses también podían ser asesinados.
—¡Eso es, Barbanegra! —gritó Göll, alegre.
—Esto los espabilará... —pensó Brunilda con una sonrisa maliciosa mirando a los dioses—. Tiemblen ante el poder de la humanidad.
—¡Inconcebible! —gritó Hugin.
—¡¿Cómo pudo ese mortal matar a Poseidón?! —exclamó Munin.
Ambos callaron cuando escucharon un crujido sonoro, y vieron que los bordes de los apoyabrazos, hechos de piedra, se habían hecho trizas como galletas bajo los dedos de Odín. Los cuervos, sin saber qué decir, llevaron sus ojos a Loki, cuando escucharon una risa histérica apenas audible. El dios había subido los pies al asiento, y se sujetaba el cabello verde con fuerza.
—Esto ya dejó de ser divertido —dijo el dios del engaño, con los dedos entre su pelo, sujetándolos como si quisiera arrancarlos de raíz, y con una espeluznante expresión de seriedad en su rostro.
—¡Barbanegra! ¡Barbanegra! ¡Barbanegra! —lo celebró la humanidad entera, incluso sus enemigos, como Jennings, Maynard o Woodes Rogers.
Odín mantuvo su único ojo fijo en la arena, donde, con un destello verde, se materializó un puente que llevaría a Barbanegra fuera de la arena.
—¿Tengo que caminar? Dios, qué pereza —se quejó el pirata, y cayó al suelo.
Con un destello verde, la espada desapareció del agarre del pirata, y éste fue atrapado por Sigrdrifa. La bella valquiria lo sujetó cálidamente, con una sonrisa amplia.
—Vamos, te has ganado un buen descanso. Confía en mí, te ayudaré a llegar a la enfermería.
Esto dicho, se colocó un brazo de Barbanegra sobre los hombros, que sujetó con la mano derecha, mientras que ponía la izquierda en la cintura del pirata, y lo ayudaba a caminar hacia la misma entrada por la que había venido.
—¡Por fin vencimos a los dioses! —le dijo Göll, alegre, a Brunilda.
—No te pongas demasiado optimista, Göll —le recordó ésta—. Aún nos queda un largo camino por recorrer.
Göll se dio cuenta de que Brunilda no bromeaba, y en serio se había planteado destruir a los dioses.

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En el salón de Zeus, en el Olimpo...
—He de decir que no me sorprende que ante las inconveniencias recientes, hayan decidido convocar a una reunión de emergencia —observó Zeus, y bebió más vino, tragándose los analgésicos que tenía en la boca.
En el salón, el dios había recibido al resto de los cabecillas de los panteones. Todos estaban sentados en cómodos sillones rojos formando un cuadrado, con una mesa de caoba en el medio, sobre la que reposaban varios platos llenos de repostería griega, y varias copas de cristal con vino de distintas tierras escoltándolas.
—¿Qué más querías que hiciéramos, carajo? —preguntó Dana, que había tomado una botella proveniente de las montañas de sus tierras para sí—. Esos hijos de puta mataron a tu hermano... ¡¿Y no te importa?!
—Ese humano fue más fuerte que Poseidón, tan simple como eso.
—¡Deja de hacerte el duro, carajo! —lo regañó Shiva, dando un golpe a la mesa.
—He de concordar en que estás bastante tranquilo, para haber perdido a tu hermano mayor —dijo Odín.
Zeus suspiró.
—Reitero; Barbanegra y Sigrdrifa fueron más fuertes que mi hermano, tan simple como eso. Todos ustedes lo vieron, entonces debería constarles lo que el resultado de la batalla significa —el Agitador de las Nubes y los Cielos carraspeó cuando la imagen de Brunilda, hermosa, alta, poderosa y confiada, le llegó a la mente—. Parece que esa puta valquiria sí se ha propuesto acabar con nosotros. Por tanto... Hemos de tomarnos esto con más seriedad. No esperaban que fuéramos a tener una victoria impecable, ¿o sí?
El silencio de los demás dioses fue toda la respuesta que Zeus requirió, y en respuesta resopló y puso los ojos en blanco.
—Me cago en la puta... —se limitó a decir.
—J.C., Heracles y yo les advertimos de los riesgos que conllevaría este torneo —les recordó Buda, como aburrido—. Si nos hubieran escuchado y dado otra oportunidad a la humanidad, Poseidón seguiría con vida.
—Es un poco tarde para eso —dijo Amaterasu—. Pero los humanos necesitan una lección.
—¿No la han recibido ya? —respondió el León de Judá—. Las rondas de Zeus y Thor les han clavado el miedo en los corazones como una estaca al rojo vivo.
¡¡NO!! —gritó Dana, quien procedió a respirar profundamente—. Ya Zeus habló, debemos tomarnos esto con seriedad. Por tanto, yo seré la siguiente. No dejaré que esas alimañas se pongan engreídas con nosotros.
—No, yo soy el siguiente —dijo Shiva.
—Zeus me quitó el turno —les recordó Nü Wa—. Por tanto yo debería ser la siguiente.
—Respecto a eso... —los interrumpió Zeus.
—¡¿Qué?! ¡No otra vez con tus putas imposiciones egoístas! —exclamó la Señora de China.
—Déjame adivinar —intervino Shiva—, dirás que los dioses griegos son quienes deben hacer pagar a la humanidad por la muerte de Poseidón, y enviarás a Hades a la siguiente ronda.
—Hades peleará cuando llegue el momento, y no estará feliz cuando se entere de la muerte de Poseidón... Pero ahora, a quienes encargaré cobrar la muerte de mi hermano, es a los aztecas.
Huitzilopochtli sonrió con malicia, mas no dijo nada.
—¿Por qué él, entre todos los dioses mesoamericanos? —preguntó Nyarlathotep, en su forma de mujer asiática mórbidamente obesa con kimono perlado, y un abanico negro como el risco más avernal de Hel.
—Se lo sugerí a Lord Zeus por sobre otros como Mictlantecuhtli o Quetzalcoátl, puesto él... Sabrá montar un espectáculo —explicó Huitzilopochtli—. Camazotz tiene talento para crueldad. Hará trizas a su oponente, sea quien sea, e infundirá el terror en el corazón de la humanidad.
Dana y Nyarlathotep sonrieron con perversidad.
—Bien. Me gusta —dijo la madre de los celtas.
—¿Y está ya listo? —preguntó Unkulunkulu.
—Listo, y con ansias de matar —respondió Huitzilopochtli—. Eso sí, tiene una condición.
Jesús y Buda intercambiaron una mirada de preocupación, mas no dijeron nada, y escucharon lo que el dios mesoamericano tenía que decir.
—¿Eso se puede? —inquirió Olorun tras oír al jefe del panteón azteca—. No termina de parecerme muy ético que digamos.
—¿Te parece bien exterminarlos mas no eso? —inquirió Nü Wa, quien procedió a resoplar.
—No veo qué tiene de malo, hará la pelea más entretenida —dijo Unkulunkulu.
—Y más interesante —concordó Shiva.
—Es inaudito —se opuso Buda—. Digo, en serio, ¿qué necesidad hay?
—Es la condición que puso Camazotz para pelear —replicó Huitzilopochtli.
—Bien —intervino Zeus, tras meditarlo brevemente—. Pero en aras de... Los buenos tiempos... El siguiente peleador de la humanidad debe aceptar.
Huitzilopochtli sonrió nuevamente.
—No veo por qué no lo haría.

Record of Ragnarok: Los Otros Luchadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora