Entreacto II.

56 2 0
                                    

Mientras la humanidad lloraba a Genghis Khan, y Zeus era llevado de urgencia a la enfermería, Brunilda había dejado sola a Göll, quien permaneció llorando de rodillas por varios minutos, dándose cuenta, hasta ese entonces, que su hermana se había ido hace rato.
Los encargados de reconstruir la arena habían comenzado incluso a trabajar en la reparación de los muros, que tenían daños colosales, antes de comenzar a trabajar en el suelo, que Göll notó, estaba siendo trazado con un círculo, en un diámetro de doscientos metros del centro en total.
La menor de las valquirias no le dio importancia, se puso de pie secándose en vano las lágrimas, para ir adonde sabía que se encontraría con su hermana. Cuando por fin la encontró, abrió las puertas de par en par con un portazo, con una fuerza que nadie esperaría alguien con el aspecto de una niña tuviera.
Brunilda estaba dándole la espalda, sentada en el medio de la sala frente a un escritorio en el que ambas se habían sentado a componer la lista de los representantes de la humanidad en los días pasados, pero Göll notó que había frente a ella, en lugar de cuadernos y lapiceros, varios platos con tartas de regaliz salmiakki, el plato favorito de Brunilda, y el que comía compulsivamente cuando tenía ansiedad, junto a un enorme y frío garrafón de leche.
—¡Brunilda! —la llamó, llorando—. ¡¿Qué significa esto?!
Brunilda sólo siguió masticando.
—¡Respóndeme! ¡¿Por qué tuvo que morir Reginleif?! ¡¿Cuál es el punto de formar un arma divina si igual va a hacerse pedazos?!
—Göll... —la llamó una mujer alta, esbelta y rubia detrás suyo, vestida com un traje blanco parecido al de Brunilda, su pelo áureo peinado en tres trenzas, y ojos verdes.
A su lado, había otra mujer, de cabellos morados peinados en una larga y gruesa trenza, ojos verdes, con un traje blanco escotado, una amplia gabardina, perneras ajustadas y largas botas negras.
—Sigridrifa... Hrist... —murmuró Göll respectivamente, quien procedió a abrazar a sus hermanas. Éstas la abrazaron de vuelta, permitiéndole llorar cuanto necesitara.
—Ese cerdo griego... —dijo Brunilda, apenas entendible, con la boca llena de tarta—. ¡¿Cómo se atreve a joderme de esta manera, a destrozar a mi mejor carta?! ¡¡Puto hedonista de mierda!!
Sus manos se tensaban alrededor de los pedazos de tarta, haciendo pedazos la masa y derramando el regaliz.
—Ni siquiera pude despedirme... ¡Ni hacer nada por ella! —lloró Göll, con todos los recuerdos que tenía con Reginleif viniéndole de golpe, quemándola por dentro cual puño de magma en su caja torácica.
Sigrdrifa, la rubia, levantó con gentileza la mirada de su hermana menor.
—Reginleif conocía los riesgos de la pelea en la que iba a participar —le dijo, dolida—. Cuando llegue tu turno, Göll, debes de hacer lo mismo. Acepta tu deber con valor, y sus consecuencias, como tendremos que hacer todas.
—¡Esos putos dioses! —gritó Hrist espontáneamente, asustando a Göll—. ¡¡Los haré pagar, lo juro!!
—De perder en la siguiente también, estaremos a medio camino de la destrucción... Tres derrotas consecutivas es algo que NO PUEDE PASAR... —pensó Brunilda, masticando con ansiedad el bolo de masa y regaliz que tenía entre los dientes—. Hay que ganar a como dé lugar...
En ese momento, las cuatro hermanas escucharon el sonido de notificación en el celular de Brunilda.
Ésta se limpió los labios, y abrió el mensaje, para sentir cómo se atragantaba con lo poco de comida que quedaba en su boca, y arrojar los platos a un lado.
—Brunilda... —dijo Göll, preocupada.
—¿Qué sucede? —preguntó Sigrdrifa.
Brunilda sólo les enseñó la pantalla, en la que se leía: "释加牟尼:SIGUIENTE PELEADOR: POSEIDÓN."
—Están tirando a matar... —dijo Hrist, calmada nuevamente.
—¡¿Por qué mandan a los más fuertes recién empezando el torneo?! —exclamó Göll, indignada.
—Quieren acabar con esto con siete victorias consecutivas —explicó Brunilda.
Göll tomó el brazo de su hermana.
—¡Es el Tirano de los Mares, uno de los Siete Crónidas, el hermano mayor de Zeus, rival de Atenea, Agitador de la Tierra! ¡¿Qué vamos a hacer?!
—Göll, linda... ¿Podrías callarte? O lo haces, o tendré que cortarte la puta cabecita —dijo Brunilda con una dulzura sumamente pasivo agresiva y una sonrisa tan inocente que era amenazadora, mientras dibujaba una línea frente a su garganta con el dedo índice derecho.
Göll soltó un gritito y se escondió tras Sigrdrifa y Hrist.
Allí Brunilda volvió su vista al frente suyo, y materializó las fotos de los luchadores restantes frente a ella, que rotaban lentamente, trazando lentamente un anillo en el aire cual carrusel.
—Estamos hasta el cuello de mierda —dijo, pasando las fotos—. Ese idiota de Ragnar no querrá pelear aún, Yin Fu no es buena opción para combatir a Poseidón, Juana de Arco no me parece la apropiada para ir contra él... ¿Tal vez Roberto I de Escocia o Shaka Zulu? ¿Leónidas tendrá problema en enfrentar a uno de sus dioses? ¿O tendré que editar la lista?
Más fotos aparecieron, entre ellas las de Grettir "el Fuerte" Ásmundarsson, Souflikar, Lagertha, el Obispo Heahmund, Lü Bu, Tzilacatzin, Mulan, Zinaida Portnova, Björn Ironside, Kaibil Balam, Miyamoto Musashi, Kojiro Sasaki, Raiden Tameemon, Fu Hao, Saigō Takamori, Goliat, Sansón, Billy Collins Jr., Mike Tyson, Yasuke, Moctezuma, Muhammad Ali, Athahualpa, Bruce Lee, Yip Man, Hatshepsut, Joaquín Murrieta, Saladino, Mata Hari, y Rodoguna de Partia.
—Collins, Ali, Lee y Tyson irían mejor contra un dios que usara los puños... —murmuró Brunilda—. ¿Tal vez Moctezuma o Athahualpa? Rodoguna maneja la espada como nadie, pero... ¿Quién? ¿A quién voy a mandar?
—¿Qué tal a Zenobia de Palmira? —sugirió Hrist—. Dijiste que ella y Temujin eran tus "ases bajo la manga".
—Por eso mismo no puedo darme el lujo de perderla —espetó Brunilda con brusquedad—. La dejaré para después, cuando estemos a una victoria de ganar. Pero ahora... ¿A quién voy a enviar?
Unas botas pesadas se escucharon resonando en la entrada de la habitación, dando paso a un hombre alto, de ojos azules, y vestido con ropajes negros. Su mano izquierda, portadora de un anillo de hierro en el pulgar, uno de plata con una perla negra en el índice, y uno de plomo en el medio, detuvo la ronda de las fotos, tomando la de Edward Teach, también conocido como "Barbanegra".
—Yo lo haré —dijo, y se abrió la foto.
Decía: NOMBRE: EDWARD TEACH. CONOCIDO COMO: BARBANEGRA. NACIONALIDAD: INGLÉS. OCUPACIÓN: PIRATA Y MERCENARIO (ANTES), REY DE LOS PIRATAS (AHORA). En ella, se veía a Barbanegra tal y como lucía frente a ellas; alto, robusto, atractivo, con una mirada gélida y penetrante, y poseedor de una espectacular barba negra como el abismo más profundo del averno, a juego con su larga melena, y sus ropas de tela y cuero.
—Si no les importa... —dijo y tomó un trozo de tarta, el que devoró, llenando su barba azabache de migajas. Una vez hubo acabado con la comida, bebió de la leche fría hasta que estuvo saciado.
El Rey de los Piratas se limpió el bigote de obsidiana.
—Morí hace ya más de trescientos años —dijo—. Desde entonces, me he vuelto el soberano indiscutible de los piratas. Henry Every, Zheng Shi, Negro César*, François L'Olonnais, incluso Olivier Levasseur... Todos responden ante mí.

*Nota del autor: Este era el apodo con el que se conocía a este pirata africano, compañero de tripulación de Barbanegra. Está redactado con todo el respeto posible y sin ninguna intención racista*.

El rostro de Brunilda se iluminó, curvando sus labios en una sonrisa eufórica y esperanzada. Barbanegra sonrió a su vez, pero con oscura perversidad.
—En otras palabras, matar a un dios de los mares es el siguiente bastión en la mira del Rey de los Piratas.

Record of Ragnarok: Los Otros Luchadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora