Capítulo II: Apoyo
Y a veces, por el camino se tiene compañía.
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Cuando despertó, la hechicera no estaba allí.
Durante la noche, se había despertado tres veces, y las tres fervientemente la había apretado ligeramente contra él para relajar sus sueños. Dos de esas tres veces, había estado llorando.
Y la peor parte era que no se despertaba por su cuenta.
Prefiriendo no interrumpirle el sueño, en noches anteriores, intentaba calmarla sin despertarla, pero había ocasiones en que tenía que hacerlo, como cuando se pasaba cerca de dos minutos sin respirar y luego volvía a hacerlo, ahogada, como si estuviera aguantando el aire bajo el agua.
Thrall quería intentar hallar una solución más adecuada, y permanente, a esto, pero imaginaba que necesitaría pedirle consejo a los espíritus.
Sin embargo, no le hablaban desde que mató a Garrosh.
Se propuso no pensar en eso, mientras se enderezaba y se echaba sobre los hombros la piel de lobo. Miró hacia su hacha, en el rincón, y luego la chimenea. Dos solitarios troncos descansaban dentro esperando ser quemados. Todavía no hacía mucho frío, pero Boralus era un lugar muy húmedo y ventoso. O hacía un calor imposible o hacía un frío que te crecería hielo en la barba.
Tomó la piedra con runas que Jaina le había dejado al comienzo de la semana por si quería ir al bosque y volver sin atravesar las calles. Sosteniéndola en su mano, y, asegurándose de que tenía la de regreso atada a la cintura, activó la que descansaba entre sus dedos.
En cuestión de segundos, se halló entre árboles, lejos del murmullo constante de la ciudad portuaria. El aire fresco hizo que la peluda piel sobre sus hombros comenzara a agitarse suavemente, y, disfrutando de la sensación, golpeó el primer árbol.
Intentó medirse, pero no salió como quería. Lo tumbó.
Desde que había tenido aquel Mak'gora en Nagrand, sus golpes no habían vuelto a ser los mismos. No podía controlarse. Como si todavía siguiera en ese duelo.
Había intentado medirse contra Garrosh, porque realmente no tenía intención de matarlo, pero en cuanto quedó claro que él no se estaba conteniendo y pretendía arrancarle la cabeza, Thrall había mandado al diablo todo nivel de restricción.
Golpeó otro. Cayó.
Garrosh no tocaría a su familia. No seguiría destruyendo sus enseñanzas a la Horda. No seguiría masacrando ciudades.
No habría más Theramores.
Y no habría más Jainas.
Los pandas lo habían sentenciado a aprender. Y realmente había creído que eso era lo mejor. Pero ver que Garrosh se había convertido en aquello contra lo que Thrall siempre había peleado... No pudo soportarlo.
Ni salvarlo.
Garrosh se había convertido en un monstruo igual o peor que los que habitaban las filas de la Legion de Fuego. Se preguntaba si, en parte, había sido su culpa por no prestarle suficiente atención.
Otro hachazo. Otro árbol.
¿Dónde había hecho las cosas mal?
Garrosh siempre había detestado a Jaina. Ella era la única cuestión que seguía aflorando cada vez que discutían. Una y otra vez. No los tratados con Varian. No las discusiones con Tyrande. No la Legion.
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Una travesía personal del purgatorio, o Jaina dejando el pasado atrás
DragosteTras fracasar catastróficamente en Sanctum of Domination, Jaina se encuentra sobrepasada con la situación. Deteniéndose a tomar un respiro, se da cuenta de que las acciones que tomó hasta la fecha desde que el Iris cayó sobre Theramore no le sientan...