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(LAMENTO CUALQUIER ERROR)

Daw había pasado el día entero tratando de despejar la mente después de que su mejor amigo muriera ante sus propios ojos. "Pero eso, ¿a quién le importaba?".

Los altos reyes y los campesinos celebraban ese día, y el mundo entero le daba la espalda al recién fallecido, Noll, después de todo era un simple leñador en el área, y quizás era el mismo destino que le esperaba a Daw. Su vida se centraba en trabajar la madera hasta desfallecer, y después de muerto, tan solo el olvido.

Obviamente esa cruel realidad solo la vivían los campesinos, en cambio la realeza y los caballeros, tenían días de luto, celebraciones conmemorativas, en fin, ellos se mantendrían en la memoria del pueblo aun después de muertos.

¿A eso se le puede llamar justicia?

Da igual, aquella crueldad con la que se vivía, era la única forma para mantener un orden.

Para aquel momento, el reino estaba de fiesta celebrando al rey, mismo que siempre encontraba razones mínimas para festejarse y ser aclamado.

No obstante, Daw había caminado hacia las afueras del reino, hallándose en una zona costera donde un acantilado le daba la facilidad de apreciar la belleza del mar. Y fue allí cuando su vida empezó a cambiar...

¿Cómo?

Digamos que encontró una respuesta a una pregunta que jamás creyó que tuviera solución, por ende, se había resignado a vivir sin conocer aquello que se esconde tras una lágrima de princesa. Sin embargo para aquel mismo instante aun no sabría descifrar su respuesta.

La suave brisa acariciaba su rostro, el fragante aroma envolvía su cuerpo, y la bella compañía confundía todo su ser.

En la lejana orilla del acantilado se hallaba una mujer, su hermosa silueta lo había dejado perplejo, su elegante vestimenta advertían que no era una simple campesina, pero fue el misterio de su llanto el que lo llevo hacia ella.

Al acercarse, aquel sentimiento de tristeza fue reemplazado por el incipiente sonido de la marea, y sin ser percibida, la tranquilidad se interpuso entre ellos.

La cabellera de la bella joven era una ofensa a la oscura noche, ya que sin piedad le habría de arrebatar su profundidad y el sigilo de su existencia. Aquellas mejillas en su hermoso rostro, invitaban al joven a incursionar en la gentil imagen de la muchacha. Y ni siquiera las desafiantes lágrimas que caían de sus ojos, podían opacar a tan magnífico ser.

El muchacho se sentó a su lado dejando sus pies en el aire, y sumergiéndose en la aterradora caída.

-Deben ser cien metros -murmuró la joven tras esos rojos labios que adornaban el semblante en su beldad.

-Yo diría trescientos.

La joven se giró hacia él.

-No hay probabilidad de sobrevivir si caes de repente -señaló a la vez que enarcaba una ceja.

-Y de hacerlo, serías la persona más afortunada en este mundo. Después de ello, lo único que te podría ocurrir serían cosas buenas.

- ¿Es eso cierto?

-No lo sé -levantó sus hombros-. Pero no seré el idiota que quiera comprobarlo.

La muchacha frunció el ceño y nuevamente dirigió su mirada hacia el hermoso espectáculo de aquel temible océano.

-Hasta hace poco creí que no tenía razones para vivir, y que además de ello era la persona más lamentable en este mundo -silenció un momento-. Pero no fue hasta ahora que me di cuenta que nada era así.

La joven le dedicó una sonrisa, sin embargo las lágrimas seguían brotando de sus hermosos ojos color avellana.

-Lo que intento decir -dijo reposando su mirada hacia el cielo que parecía interminable, ya que compartía el mismo color del mar-. Es que seguramente no soy la persona más deplorable, y aquello lo acabé de comprobar apenas te vi.

Fue en ese mismo instante que la sonrisa de la joven, se transformó en una mueca de desagrado. - ¿Y por qué supones que mi vida es más patética que la tuya?

-Simple, -respondió- tenías el incesante deseo de lanzarte al mar, sin embargo tus miedos aun te aprisionan, al punto de que no fuiste capaz de hacerlo.

La reacción de la joven confirmaba todas las suposiciones de Daw.

-El agotador trabajo de mis padres consiguió que sus sacrificadas vidas terminasen -comenzó a hablar el impertinente joven-. Crecí de la mano de mi mejor amigo, quien hace poco murió por las mismas razones, y además es el mismo destino que me espera. ¿Crees que debería saltar?

La muchacha abrió sus ojos en sorpresa, y asintió en respuesta a aquella pregunta. -No entiendo porque me dices esto a mí.

-Porque si aun escuchando mis vivencias, decide morir, tendré la certeza de que quizá no me tocó vivir la peor parte -explicó-. Y ese sería mi consuelo.

-Imbécil -gruñó la muchacha-. Pero supongo que tiene razón, aquel consuelo es válido.

-Pude adivinarlo -sonrió.

-Esta es la primera vez que puedo sentir la brisa en mi rostro -pronunció con la elegancia desbordante de sus palabras.

-Debería morir -reconoció Daw ante aquellas palabras-. Porque créame que su vida continuara siendo patética.

Llena de frustración la joven tomó una gran bocanada de aire, disponiéndose a saltar desde aquel acantilado. Y cuando por fin podía sentir su cuerpo libre, una mano firme y a la vez cálida sujetó la suya.

-Dije que debería, no que lo hiciera -expresó Daw-. Desde este momento mi misión será no permitir que usted muera.

-No entiendo sus palabras -renegó la muchacha.

-Es sencillo -señaló-. Si usted muere, tomaré su lugar para luego convertirme en la persona más lamentable, y sería tal mi frustración que tendría que saltar de la misma manera que usted.

-Caballero, es la persona más cínica que he conocido

La joven se puso de pie con el afán de marcharse.

-Como antes le dije, mi único consuelo es que exista una persona tan triste como usted -rió el muchacho-. Y es como agradecimiento que le voy a dar una nueva razón para dejar de ser tan patética.

Tomando su rostro entre sus manos, acercó sus labios para impactarlos con los de ella.

La suavidad de aquel beso era apenas comparable al roce de la seda, aquella misteriosa dama dejaría un delicado sabor en su boca, y la atmósfera se había trasformado mágicamente, quizás lo suficiente como para que la bofetada en su mejilla fuera lo único que lo devolviera a la realidad.

-Por actos como estos podrían enviarlo a la horca -advirtió la muchacha-. Y más te vale que no se vuelva a acercar, porque no dudaré en acusarle con el rey.

- ¿Y quién eres tú? ¿Acaso una princesa?

-Así es.

Tras una lágrima de PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora