3

441 89 3
                                    

(LAMENTO CUALQUIER ERROR)

La puerta comenzó a abrirse con un lento movimiento, sin embargo, aun cuando el mayor anhelo de la joven era ser libre, temía a las consecuencias de actos como tal. Beatriz sabía que aun cuando huyera muy lejos, volvería. Siempre era así.

Aquella dama de una belleza irracional, se apresaba así misma, pues al final no tenía donde ir, y mucho menos alguien con quien estar. Pero algo estaba cambiando...

La idea de que había un joven esperando por ella, la aterraba, y a la vez su corazón adolescente festejaba esa insensatez con la que estaba actuando, como si hubiese necesitado de aquella locura, como si por primera vez conociese la razón de algo, aunque no se atrevía a saber el ¿Qué?.

De manera condescendiente, Beatriz recibió al mismo muchacho que tiempo atrás había conocido. Y aun cuando la curiosidad se presentó instantáneamente, la elegancia no faltaría, pero era reconocible que la armadura del fatuo muchacho, causaba cierta intriga.

-Creí que era leñador -comentó Beatriz.

-Yo pensé que saltaría del acantilado, -replicó Daw- y como puede ver, la mente juega con nosotros, al extremo de que las cosas no son como se las imagina.

Con una mirada asesina, Beatriz se dispuso a caminar delante de él, intentando por todos los medios, no ser captada por la vista de algún empleado del castillo.

Cuando las puertas se alzaban frente a ellos, un soldado se interpuso en su camino.

-La princesa no tiene la aprobación de abandonar el castillo -sentenció con su voz áspera.

Según Beatriz, la única solución era implorar clemencia al rey, y sintiendo el miedo perpetuo recorrer sus venas, la joven dispuso a obedecer.

-Dijo que escaparía -la detuvo el muchacho.

-No creo...

Las palabras de la princesa fueron interrumpidas cuando Daw tomó su espada, y sin anticipación atacó al soldado que posaba frente a ellos.

-No tengo planes para ir a la horca -señaló-. Pero tampoco la abandonaré, prometí que la protegería.

Proteger.

Desde que había conocido a Daw, siempre mencionaba que la protegería, y aun empeñándose en ignorar aquello, la necedad de su alma la obligaban a creer que era verdad, sin importar que durante años se hubiera convencido que no existía caballero capaz de levantar una espada en honor a su princesa. Aunque no sabía cómo asimilar la situación, Daw no era un caballero, y la única razón por la que levantaba su espada, eran propios intereses.

Pronto, un río de sangre oscureció sus pensamientos. Y aquella velocidad con la que corría la roja sangre fue proporcional a la dolorosa punzada que se asentó en su corazón.

-Daw -murmuró con una mirada llena de tristeza.

-No iré a ningún lado sin usted -precipitó a decir.

El muchacho tomó su mano, e inmediatamente abandonó el cuerpo sin vida del soldado que yacía ante ellos.

Una lágrima volvió a caer del rostro de la joven princesa, y con ella caía la esperanza y la fe a la cual se había aferrado de manera inconsciente. ¿Por qué?

Era inútil buscar respuestas, pero era aún más inútil ignorarlas.

Beatriz conocía el significado de las lágrimas que derramaba, no obstante, cometería el mismo error al que siempre recurría. Ignorar.

Daw la había salvado, y por aquel acto, se había convertido en su héroe.

Ella buscaba a alguien que le pidiese no saltar, sin embargo, él no fue esa persona, y en cambio la retó a hacerlo, allí fue consciente de que había estado muerta, es decir, jamás hubiese saltado porque ya no podía morir, y fue Daw quien le hizo saberlo. Poco a poco, su voz la rescató de aquel oscuro abismo, ya que deseando dejar de ser tan lamentable, había comenzado a vivir.

Por ello, y por aquella razón que atesoraba con recelo en su corazón, es que prefería ignorar lo que había pasado. La muerte de aquel soldado sería borrada de su memoria.

La incertidumbre llenaba de pesadez su alma, y herida, volvió a llorar.

Beatriz era la dueña de sus respuestas, siendo razón suficiente para acompañarla, lo que aún no era entendible, era esa extraña sensación de culpa y dolor que acompañaban al llanto de la bella princesa.

-Te necesito a mi lado -mencionó el muchacho, quien había sido hipnotizado por su triste mirada-. Necesito que vengas conmigo.

Beatriz se había quedado absorta, él la necesitaba. Rápidamente las lágrimas fueron reemplazadas por una delicada sonrisa, y su corazón estaba latiendo con demasiada fuerza como para salir de su estado de felicidad.

- ¿Me necesitas a tu lado? -repitió con cierto recelo.

-Sí -dijo. Al mismo instante, quiso rectificar su error, ya aquellas palabras pudieron haber sido malinterpretadas-. Necesito que me acompañes a ver al sabio.

- ¿Qué?

-El sabio me dirá la respuesta que busco -añadió, haciendo evidente el fastidio que sentía por aquello-. Lo que se esconde tras una lágrima de princesa.

-E-Eso -expresó con decepción-. ¿Y me necesitas? ¿Podrías ir tú solo?

-Crees que no lo intenté -levantó sus hombros en forma arrogante-. Ya había ido, pero dijo que volviera cuando encontrara a la dueña de mis respuestas.

-Es solo eso.

- ¿Y qué pensaste? -burló.

- ¿Cómo sabes que soy yo?

-Es porque eres tú -respondió-. Si fuera por el título, se lo hubiese pedido a tu hermana, quien está menos loca.

- ¡Impertinente! -renegó.

-Como sea. Estoy seguro que eres tú, lo supe cuando te conocí en el acantilado. ¿Satisfecha?

Sin desearlo, su corazón volvió a agitarse y sus mejillas habían sido alcanzadas por el rojo rubor que las cubría.

-Una pregunta más -levantó su mano-. ¿Cómo te convertiste en caballero? ¿Cómo te adentraste al castillo?

Su mirada se cubrió de vergüenza y tristeza a la vez, pero necesitaba que la princesa confiara en él, aun cuando ello significara arriesgar todo.

-Mi padre guardaba una armadura -pronunció en voz baja.

-Aun así, ¿Cómo te adentraste en el castillo? -insistió.

El joven se llenó de seguridad y se dispuso a responder: -Asesiné a un caballero, -el ambiente se hizo pesado y un silencio sepulcral se posó entre ellos- no quería ir a la horca, así que decidí suplantarlo.

Aquellas verdad fue una puñalada que hirió una parte de sí, no obstante, ignoraría todo aquello que le hacía daño, dado a que se había prometido vivir. Aunque vivir significará, sumergirse al más temible averno.

Su cuerpo empezó a temblar, no por lo que hubo de escuchar, sino por lo que iba a hacer.

Decidida, plantó un delicado beso en los labios de Daw, la muchacha sabía que no era correcto, pero sin lugar a dudas quería vivir. Y se aferraría a ello, cueste lo que cueste, ella iba a vivir, sin importar que vivir sea volver a morir.

-Beatriz yo... -tartamudeó el joven.

-Lo sé -se le adelantó a decir con nostalgia-. Sé que la única razón por la que me quieres a tu lado, es porque buscas respuestas, sin embargo he decidido también buscarlas...

- ¿Princesa?

-Esto solo fue una devolución, ya que no necesito tus besos para dejar de ser patética -explicó-. Mi beso solo fue una devolución. Solo eso.

Sabiendo que aquello no era verdad, prefirió que por ahora, sólo fuera eso. Una devolución.

Tras una lágrima de PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora