04 - ESTACIÓN

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26 Octubre 1967


Me enamoré de una mujer sin rostro ni nombre; me enamoré de alguien que bostezaba cada vez que musitaba una sórdida palabra, palabra que te dejaba sin aliento y somnolienta al acecho; hasta el viento dejaba de transitar cuando ella murmuraba.

Me enamoré de aquella mujer de la cual mi reflejo era su tormento; estaba equivocada, ya que mientras ella era un sol radiante, yo, para ella, era una lluvia inestable. Que extraño, muchos dicen que después de una intensa lluvia llega el más grande arcoiris; quizá se equivocaron, porque yo solo veo una neblina opaca que te embauca el alma, dejando un particular destello. 

- DJoy. 


Un amanecer como cualquier otro, extrañamente algo se siente distinto, sentimientos de soledad y vació me agobian como míseras partículas de vidrios rotos, me lastiman de gravedad, siento las astillas clavarse en mi pecho, otra vez todo es igual, ese efímero cristal está dañando todo en mí, nada ha cambiado, fui inútil al pensar que ahora todo sería distinto.

Había pasado una semana desde que retome los medicamentos, Conny estaba alerta cada vez que los tomaba, revisaba que no los escondiera, decía que no podía confiar en mí, le había fallado, cometí el error nuevamente, no sabía con exactitud qué era lo que más me molestaba, solo sentía la necesidad de la desconfianza, tenía miedo de que Conny me estuviera escondiendo algo, nunca había sido tan paranoica con el tema de los farmacos, algo sucedia, pero ese pensamiento era fugaz, era como un pequeño rayo de sol, se esfumaba con la primera oleada de nubes que aparecía, es gracioso, nada de esto tiene sentido, mi cerebro es como una máquina que reforma cualquier idea extra que reciba, todo esto carece de sentido, aun así, no hay nada que pueda hacer al respecto.

Los últimos días habían sido un sincero dolor de cabeza; al parecer, el desgano y mi ser nefasto odiaban los días cálidos; sin embargo, mis lágrimas buscaban aquella calidez inminente que podría llevarse la tristeza que me embargaba aquel día...

Odiaba la fecha y mucho más si los demás gozaban de ella. Tal vez era egoísta, pero qué más egoísta podría ser si aún cuando lloro los demás ríen, si aun cuando se acerca mi fin para los demás su vida recién empieza.

Justo en momentos como este, era cuando aún más creía que la vida apestaba, pero porque no pensar lo contrario, pues la respuesta está en que no puedo deshacerme de este corazón fragmentado. ¿Por qué no puedo hablar sin que me tiemble la voz? Aunque la pregunta exacta sería: ¿Por qué aún sigo aquí?

Los buenos recuerdos que tenía iban desapareciendo, como si una llama abrasadora irrumpiera con todo a su paso y lo único que dejaba eran cenizas, cenizas que eran devoradas por el viento.

Al menos me reconfortaba que Conny siguiera aquí, aunque a veces desaparecía sin dejar rastro; últimamente los medicamentos ya no hacían efecto alguno, así que dejaba de tomarlos. Resulta que encontré la forma para que ella no se diera cuenta. Ya había olvidado lo cuán divertido y fantasioso había sido la última vez que salí a transitar las calles; aún me pregunto si todo lo que vi fue real. Pequeños fragmentos de ideas abstractas eran traídos como un remolino; solían desvanecerse luego de acechar y confundir mis recuerdos; qué caótico para una joven de veinte.

Había escuchado muchas veces de Conny que estar fuera no era seguro, pero ¿cómo podría saberlo si yo misma no lo comprobaba? Durante estos años, he aprendido que la gente miente, y muchas veces tienen el descaro de ser tan cínicos y seguir haciéndolo aún mirándote de frente...

EL SENDERO DE LAS LUCIÉRNAGASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora