El Telefono

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El teléfono sonó mansamente, y lo escucho del mismo modo que quién escucha una bomba por primera vez. Algo nervioso, y otro poco excitado, el hombre bajó las escaleras de madera con marcada pesadumbre, con tal cuidado de no pisarse el pijama, que su lenta marcha parecía ahora una patética procesión.
Tenía setenta años y estaba en la cumbre de su vejez, por lo que tuvo que recurrir a un inhumano esfuerzo para buscar el pestillo en la oscuridad que daba a la sala de estar. Cuando lo palpó con sus dedos, hizo un esfuerzo y abrió la puerta.
-¿Hola?- dijo con marcada desconfianza
-¡Hola!- llamó una voz potente, carente de todo rastro de frialdad, y con un fuerte tono amistoso.
-¡Pero que carajos hombre!¿Son estas horas de llamar y encima con tanto escándalo? ¿Quién es usted?
-¿No me recuerda en serio? Y yo que pensaba que estaba viejo...
-Solo le he escuchado, no tengo por qué reconocerlo.
-¡Pero hace treinta años nos conocemos amigo mio! Se supone que a esta altura de la amistad uno ya distingue la voz de sus conocidos.
-Lo siento, no lo sé.
-Mire, hagamos algo. En unos momentos estaré pasandome por su casa conduciendo una limosina. Yo seré el chofer y solo hablaremos por el teléfono ¿Entendido?
-¡Pero que clase de locura es esta! - gritó perdiendo la paciencia- Hace un frío que congela los huesos y usted quiere hacerme salir de mi casa a estas horas...
-¡Ya estoy saliendo amigo mío!
-La puta que lo parió hermano, no sab...-
La llamada se cortó y el anciano se quedó perplejo esperado que sucediera algo. Al cabo de diez minutos la bocina de un coche sonó. Asomó la cabeza por la cortina y con asombro observó la limosona blanca que era engullida por la total oscuridad.
-¡Venga!-llamó la voz- Suba.
Entonces se vistió con un gran abrigo, y haciendo uso de la fuerza de voluntad bajó las escaleras del patio del frente hasta llegar al vehículo. La puerta trasera se abrió y el hombre entró a un lujoso recinto donde lo aguardaban tres mujeres de la calle, vestidas con ropas ligeras. Una música que mezclaba blues y jazz sonaba a todo volumen, y en el medio de la sala había una mesita donde estaban amontonadas unas cartas de póker y vasos de whisky.
El teléfono del auto sonó.
-¡A la mierda!- exclamó el viejo perplejo- La verdad que sí eres mi amigo, y muy generoso.
-A ver si ahora lo recuerdas. Nos conocimos en la taberna del señor Miguel Ángel Rodríguez. Yo era el tipo del habano, tuvimos una corta charla acerca de nuestros planes sobre el futuro, y prometimos no hablarnos hasta que alguno de los dos tuviera éxito. Pero se ve que tu no cumpliste parte de tu promesa-.
El viejo frunció el ceño y trató de evocar en su mente aquella imagen a la que solo venían leves destellos de lo que parecía ser un alegre prostíbulo.
-Hombre, estoy demasiado viejo para acordarme de algo y usted encima espera que reconozca su voz.
-¡Pero si yo le he conocido perfectamente! Usted estaba de traje azul y un fedora gris le hacia juego con sus zapatos.
El hombre se sorprendió, puesto que ese era el atuendo del que solía hacer gala en sus años de hombre de negocios.
-Vaya, realmente sabe quién soy, pero yo no se quien es usted aún.
-Cuando lleguemos a destino lo sabrás estoy seguro...
Recorrieron de a poco los mugrientos suburbios hasta que llegaron al corazón de la ciudad, con sus ostentosos rascacielos y un sinfín de carteles luminosos.
-¡Hace años no veo esto!-exclamó el anciano recuperando de repente la vida.
El auto paso por varios edificios hasta que al fin llego al que parecía más olvidado.
-Hemos llegado
Bajaron del auto e inmediatamente vio al chofer. Se trataba de un hombre mayor, alto y esbelto que lo que marcaba más su delgada cara era el bigote en puntas del que se asomaba por debajo un puro de los más exquisitos de todo Cuba. El tipo sonrió y dijo: -¿Que estabas haciendo con semejante fortuna entre tus manos? ¿Acaso no te casaste? De verdad me sorprende el hecho de que hallas tirado ti vida por la borda, un hombre tan rico como tú.
-No he tirado nada. Amé una vez a una mujer que nunca llegue a ver, y tuve hijos con otra, aunque rara vez me visitan. Mi esposa murió cuando tuvimos nuestra segunda hija. En cuanto a los otros años, he estado leyendo mi infinidad de libros.
-¿Nada más? Patético-el brusco cambio de tono lo tomó por sorpresa, pero luego inquirió- Patético digo, es que alguien como tu no se permita disfrutar los últimos años de su vida. ¡Venga que no traje a estas perras de adorno! ¡Celebremos mi éxito!
Fue una noche inolvidable, y entre tragos, mujeres y juego olvidó su aburrida vida sin contacto humano. Cuando por fin el alba hizo su aparición, el viejo no aún no conocía a su generoso amigo, por lo que en un arrebato de seriedad le preguntó: -¿Quién eres? En verdad, la hemos pasado genial, pero no logro aún recordar. Tal vez tu nombre me suene.
El alto le lanzó lo que pareció ser una mirada de desconcierto y burla a la vez
-No tengo nombre. Ninguno de nosotros lo tiene.
-¿Pero cómo es posible?
-Tu te dejaste llevar por la diversión. Pero en la realidad no existo: no soy más que el producto de una charla telefónica. Lo que yo soy solo te hizo despertar esa parte de ti que creías dormida, y te olvidaste de una cosa: mientras mas grande soy, más duele cuando me voy... Y ya es tarde, mordiste el anzuelo.
Estiró la mano con el habano encendido y toco al viejo en la frente, que aulló de dolor mientras aterrorizado observaba como se desmoronaban en cenizas sus piernas.

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